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Belén Angioletti Calvo · Madrid 

Las escaleras eran estrechas, como mi mente en ese momento. Llegué al despacho y me recibió Isabel, mi abogada, una mujer con una mirada especial, llena de historias.
Empecé y ella adivinó el final. Recordé la escena: al llegar a casa escuché gemidos que no eran míos, tropecé con unas botas negras, que no eran mías, y vi a otra mujer con un marido, que sí era el mío. Como cuando llegas a Nueva York y ves sus rascacielos, el vapor saliendo del suelo y sientes que estás en una película, una sensación de irrealidad real. Continuamos viviendo como estatuas de sal, sabiendo que había acabado sin quererlo finalizar, arrastrados por la cotidianidad facilona, sin barbarie ni reformas. Isabel me dio un toque de realidad: el matrimonio es un contrato con cláusulas. Fue el empujón para empezar a recomponer mi vida, tan rota como el papel de mi matrimonio.

 

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