AMISTADES PELIGROSAS
JUAN ANTONIO CHAMORRO BARRIENTOS Le conocí bajo un panel gigante con su imagen que anunciaba la inminente construcción de un barrio de viviendas para los desheredados. Ciertamente, no se le podía acusar de no saber venderse.
Tras la muerte de mi hijo por sobredosis, mi bufete me había encargado que me pusiera a sus órdenes para asesorarle en sus negocios. Era absolutamente imprescindible crear un entramado legal que justificara esa indecente cantidad de dinero. Nos caímos bien y nos hicimos íntimos. Se refería a sí mismo como un “facilitador de felicidad terrenal”, al igual que en la tarjeta de Capone podía leerse “anticuario”. Solía llamarme una vez al mes para invitarme a su restaurante japonés favorito. Le volvía loco el sushi de pez globo.
Curiosamente ayer, segundo aniversario de su muerte, me comunicaron el sobreseimiento de la causa por falta de pruebas. El restaurante puede abrir de nuevo y yo vuelvo a ser libre.