Estrategia de andar por casa
Mario Chaparro Yedro · MadridLlegaba tarde a la oficina y por eso cogí un taxi, como si intentara enmendar la plana de mi incumplimiento. Como una especie de absolución sacramental. Ingresé por la puerta principal del edificio, acalorado, exaltado, y más aún tras comprobar que se me había olvidado en casa la tarjeta de acceso. Disimulando me dispuse a ejecutar lo que alguna vez oí en los corrillos de los abogados más bisoños: el torno de seguridad de la derecha se abre sin necesidad de pasar la tarjeta. Funcionó y entré. Me sentía como un maleante. No como ese engominado que acaba de leer en el móvil que iban a enchironar por no sé qué delito contra la Hacienda Pública, sino como un presunto delincuente de medio pelo. Entré en el ascensor, junto a un socio y su fiel feligresía. Al salir me tropecé con un taburete. Rieron disimuladamente, pero no lo suficiente…