IX Concurso de Microrrelatos sobre Abogados
Ganador del Mes
OLFATO DE APRENDIZ
María Dolores Navarro EstebanVa para diez años que soy aprendiz de jurista. Y estoy contento con esta prolongada situación porque mi abogado-mentor y yo nos damos mutuamente seguridad en todo lo que emprendemos juntos. Y confío en que continúe contando por más años con mi olfato nato para autentificar a un presunto maleante, defraudador, …Y además seguir siendo su fiel amigo. Sin embargo, siendo cierto lo que cuento, también lo es que me quejo, a mi manera, de dos cosas: de no poder sentarme en un taburete junto a él mientras atiende a algún cliente, teniendo siempre que permanecer tumbado a sus pies bajo su mesa de despacho, y de no poder acompañarle en las vistas. Él arguye que no puedo asistir al juzgado porque con ello haríamos un incumplimiento de las normas. Mi olfato me dice que en verdad teme que me dé un pronto perruno y me ponga a ladrar.
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El más votado por la comunidad
Estrategia de andar por casa
Mario Chaparro Yedro · MadridLlegaba tarde a la oficina y por eso cogí un taxi, como si intentara enmendar la plana de mi incumplimiento. Como una especie de absolución sacramental. Ingresé por la puerta principal del edificio, acalorado, exaltado, y más aún tras comprobar que se me había olvidado en casa la tarjeta de acceso. Disimulando me dispuse a ejecutar lo que alguna vez oí en los corrillos de los abogados más bisoños: el torno de seguridad de la derecha se abre sin necesidad de pasar la tarjeta. Funcionó y entré. Me sentía como un maleante. No como ese engominado que acaba de leer en el móvil que iban a enchironar por no sé qué delito contra la Hacienda Pública, sino como un presunto delincuente de medio pelo. Entré en el ascensor, junto a un socio y su fiel feligresía. Al salir me tropecé con un taburete. Rieron disimuladamente, pero no lo suficiente…
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Relatos seleccionados
Dedicación.
Javier López Vaquero · MadridLa chaqueta raída, barba de varios días y unas ojeras hilvanadas con el hilo de la madeja de muchas noches sin dormir, ofrecían un aspecto de maleante, pero era uno de los nuestros.
Adujeron incumplimiento de contrato cuando lo despidieron. Me dió mucha lástima, pero en los cinco años que trabajé a su lado, apenas ganó un par de casos.
Admiraba su fé y su seguridad. Siguió luchando, ahora por libre.
Por las tardes se le veía en el parque mezclado entre el enjambre de niños, sentado en su taburete, preparando nuevos casos que nunca llegaban.
Años más tarde apenas lo reconocí cuando fuí a visitar a un familiar internado en un psiquiátrico. Decía que ahora cazaba. Buscaba al presunto inocente.0 VotosÚltima guardia de julio, 38 grados en la tercera planta del Juzgado. Los funcionarios estaban tan callados al darme copia del atestado, que intuí que algo pasaba. Mi cliente un presunto maleante que había provocado un incumplimiento de la ley de seguridad vial, por sentarse en medio de la calzada encima de un taburete con un silbato para regular el tráfico. Cuando hablé con mi cliente comprendí el extraño silencio, era el novio de Su Señoría, que cansado de verla una vez al mes por el exceso de trabajo, decidió que hoy la vería, y que escucharía su dulce voz aunque fuese mientras le leía los derechos.
0 VotosRepaso los últimos comentarios escritos en mi cuaderno, antes de entrar en una sala donde unos señores, vestidos con toga, imparten justicia. Hay numerosa seguridad policial, y algún que otro maleante por los pasillos; o debería decir “presunto” como me ha enseñado mi abogado.
Sentado en una especie de taburete, junto con mi madre, esperamos nuestro turno. De repente, dejo de prestar atención a los últimos consejos de mi abogado. Los nervios y peores recuerdos empiezan a aflorar, minutos antes de entrar. El recuerdo de las palizas durante el descanso, los insultos casi a diario, o los abusos al final de clase de gimnasia. Y al igual que en colegio, ahora he aprendido una nueva lección: no es en este lugar donde busco justicia. Tras el incumplimiento del horario señalado, por fin llega nuestro turno; guardo mi cuaderno, donde ya no puedo leer mis comentarios, borrados por las lágrimas.0 VotosQuerido padre, todavia recuerdo la ůltima vez que te vi. Estaba sentado en el viejo taburete de tu despacho, con una taza de cafe entre las manos.
Ya habīas perdido mucho peso y probablemente sabias que te quedaba poco tiempo. Por eso, supongo, quisiste dejarme tu legado de esa manera tuya, tan solemne.
"Hijo mio -dijiste- ten la seguridad de que para ser un buen juez no basta con aplicar bien las leyes.
No te guies nunca de las apariencias.
Aprende a distinguir al verdadero maleante entre tanto presunto inocente.
Desconfia de las palabras huecas y de los abogados petulantes.
Pero sobre todo recuerda siempre que detras de cada incumplimiento hay una victima.
Solo asi encontraras el verdadero sentido de la justicia".
Aunque ya hace mucho tiempo de aquello, no hay un solo dia, padre, que al ponerme la toga no recuerde tus palabras.+3Recuerdo la primera vez que nos vimos como si fuera ayer. Llevabas un vestido de verano y aguardabas mi llegada sentada en un taburete con la mirada fija en la ventana. Al verme te mostraste desconfiada, luego supe que no esperabas que tu abogado fuese una mujer. El calvario de amenazas y abusos eran visibles en tu piel, y tu voz quebradiza contrastaba con la seguridad que emanaban tus palabras derruyendo de inmediato tu aparente fragilidad. No tardaste en adaptarte a nuestras costumbres e idiosincrasia, a responder con una sonrisa a los maleantes que siguen llamándote negra, e imponerte con estoicismo a cualquier adversidad. Y yo quise acompañarte en tu batalla infatigable hasta que llegara el día en que los presuntos cabecillas de las redes que se prevalieron del incumplimiento de los derechos humanos, pagasen con su libertad todas las vidas que truncaron en el Mediterráneo. Hoy, es ese día.
+1Hoy vamos a soltar a Igor. Si decidimos encerrarle una semana en los calabozos es porque de vez en cuando no le viene mal juntarse con los maleantes de la zona y poner los pies en la tierra. En esta ocasión, se había autoinculpaldo de matar a Aristóteles ¡A quien se le ocurre! Se ha pasado seis días sentado en el taburete de la celda, hablando en griego al resto de presuntos delincuentes. Si lo dejo una día más, lo linchan, y mi obligación es velar por la seguridad de todos los presos. Mientras salía por la puerta, me ha asegurado que ahora tiene la firme intención de matar a Sócrates. Le he prohibido acercarse a él a menos de 200 metros. Ya sabe mejor que nadie que el incumplimiento de una orden de alejamiento acarrea penas de cárcel. De todas formas, si yo fuera Sócrates me andaría con ojo.
+2Ella lo vuelve a intentar, persistente. Él mantiene sus labios sellados, es tan terco como ella, o más. —Va, una más, abre la boca de una vez —Él no puede hablar—. La última, venga, lo prometo... Te comportas como un perfecto maleante. Teníamos un acuerdo y lo has vuelto a romper. Esto se llama incumplimiento. No te voy a dar lo que quieres, y puedes tener la seguridad de que no levantarás tu culo del taburete hasta que terminemos con todo esto, bandido, tunante.— Se miran, cara a cara. Se enfrentan. Entrecierran sus ojos, retándose. A ver quién puede más. Es un careo muy difícil, pero ella sabe muy bien cómo va a terminar. De un momento a otro, él va a romper a llorar y se va a tragar el puré de frutas. Y no se hable más. A mamá no le engaña un presunto ataque de rabia.
+1El juez se sentó ante el estrado para presidir el juicio. Cuando miró al supuesto maleante, se dio cuenta, con toda seguridad, de que treinta años podían pasar en balde. El acusado era Fermín, su enemigo jurado durante tantos cursos de la E.G.B., antes de perderse de vista al comenzar en el instituto.
En ese momento recordó cómo él mismo, sentado en un taburete frente a la pizarra, aguantaba el llanto mientras el presunto culpable al que debía juzgar, alumno elegido para ser jefe de clase, le vejaba delante de los demás compañeros de la clase de octavo, en el incumplimiento de su responsabilidad. Nadie le defendió de aquellas manías ni abusos. Y ahora los dos volvían a encontrarse.
De vuelta en el presente, el juez tomó aliento y dirigiéndose a los letrados dijo:
- Se declara abierta la sesión.+2Soy fiscal, pero no de los que se dedican a perseguir maleantes. Mi deber es velar por el cumplimiento de las leyes, aunque no de las leyes humanas, sino aquellas leyes físicas de las que depende la seguridad del universo. Acusaban a una manzana de un presunto incumplimiento de la ley de la gravedad, se había desprendido de su rama pero en vez de caer se había quedado flotando en el aire, como apoyada en un taburete invisible. Hellpop- el afamado abogado de los casos extraordinarios- se encargó de la defensa, alegando que durante siglos se había considerado la geometría euclidiana como la única posible para representar el universo hasta que Einstein descubrió que no servía para describir el espacio-tiempo curvo. Con ese escogido precedente convenció al tribunal de que podían existir otras realidades desconocidas con otras “leyes universales” distintas, consiguiendo que absolvieran a la manzana de sus cargos. Hellpop nunca pierde!!!
+6Un Juez y un Abogado, grandes amigos, discuten en un bar enconadamente sobre la seguridad jurídica de los juicios paralelos en la prensa. El Juez, con una copa de vino tinto en su mano y sentado en su taburete favorito, declara:
— El maleante, por muy buena prensa que tenga, siempre será un delincuente.
— Querrás decir “presunto”, ¿no es cierto?
— ¡Estos abogados que se creen en posesión de la verdad!. Su incumplimiento incívico para con la sociedad me impide denominarlo así, ¿o es que tú no sabes ya, a estas alturas, que tu cliente es culpable?
— Mi querido Juez, aunque barruntes una solución a este caso antes de dictar sentencia, te diré, por si faltaste a esa clase elemental de Derecho Penal, que el acusado es inocente, salvo que se demuestre su culpabilidad; y resulta que no existen pruebas contra él.
— Los indicios, Abogado, los indicios.+1Varios años antes, frente al mismo olmo centenario del jardín de su quinta, había leído la sentencia que le hizo pasar de presunto autor a simplemente autor del asesinato de su esposa. Su abogado había creído en su inocencia y se había desfondado en la defensa. Sinceramente agradecido, cada año le enviaba una felicitación navideña y sus sinceros mejores deseos. En prisión había pasado desapercibido como un común maleante, ni un leve incumplimiento de sus obligaciones que hiciera saltar los protocolos de seguridad. Y por fin la condicional. Sí, eso resumía los últimos 17 años de su vida. Tras andar un kilómetro en línea recta con su petate se fumaría un cigarrillo y compraría un taburete y una soga. Los diez euros de peculio alcanzarían para librarse al fin de la peor de las condenas, esa en que nunca se es presunto: la de la propia conciencia.
+13El presunto maleante empezó por ser un compulsivo ladrón de bicicletas que robaba a diestro y siniestro, sin orden ni concierto, forzando candados de seguridad. Tras ser detenido y declarar ante el Juez, salió del Juzgado de guardia bajo palabra, mas su primer incumplimiento fue a la misma puerta pues, para volver a su casa, se agenció impenitente otro velocípedo tras descandarlo. Resolvió más tarde ampliar su quehacer o cambiar su estrategia de negocio. Cual emprendedor en ciernes, pasó a dedicarse al alunizaje: llegaba montado en bici a toda velocidad e irrumpía en la tienda que iba a atracar pedaleando hasta el mismo mostrador, y navaja en mano se llevaba toda la recaudación tras amedrentar lo justo al dependiente de turno levantado de su taburete manos en alto. Y así circuló exitoso durante varios meses hasta el día que lo detuvieron por circular en dirección contraria en un carril bici.
+2Me largo. Me voy a donde pueda sentirme apreciado. Desde que apostaste por montar tu propio bufete, el choque de trenes estaba cantado. Prefiero gestionar los sentimientos y emociones de algún vulgar maleante que los de un letrado abusón como tú. Aun así, me voy con la seguridad del deber cumplido. Mientras estás encerrado en el despacho, buscando investigar asesinos en serie o simplemente alguna presunta infracción administrativa, a mi me toca abrirme paso en vuestros estados emocionales para arreglar tus difíciles relaciones con Adela, con tus hijos y, hasta con tu suegra. Pero la verdadera causa de extinción de nuestro contrato es el abuso de poder. Pienso denunciarte por incumplimiento del “todo a medias”. Mientras tú dispones de un potente ordenador con dieciséis gigas RAM y un sillón reclinable, yo tengo que analizar mamotretos científicos de Freud, Jung, Maslow y otros, sentado en un miserable taburete sin respaldo.
+2Todas las variables se hermanaban para que se convirtiera en un maleante. Nacido en una barriada marginal, maltratado por sus padres, ninguneado por el mundo. En el colegio su baja estatura propició que le llamaran Taburete, sus compañeros se burlaban y le acosaban. La soledad le arrastró a que abrazara la seguridad de los libros, con ellos lucharía por su vida. La presunta víctima se reveló y forzó el incumplimiento de su destino.
El tiempo ha pasado como un huracán por su vida, y hoy, Taburete, ocupa una silla como magistrado en el Tribunal Constitucional.
+17Como cada jueves, después de comer, Carmen y Maite Aguado veían la telenovela en la cocina.
-Rosita, te lo suplico, dame una oportunidad, no soy ningún maleante.
-Déjalo ya Carlos Manuel, lo nuestro es imposible: robaste la esmeralda de la doña y ahora papito está preso, como presunto culpable.
-¡No es verdad, no la robé!- dijo el galán cogiéndole el brazo- pero tú mentiste al acusarme de malos tratos.
-¡Basta Carlos Manuel o llamaré a seguridad!.
Carmen se movió en su taburete: “¡no lo hagas Rosita, le detendrán por incumplimiento de la orden de alejamiento! “.
A lo que Maite añadió: “y si él prueba su inocencia, acusarán a Rosita por denuncia falsa.., mal asunto”.
Sonó la melodía del final y Carmen apagó el monitor. Entonces las hermanas, famosas abogadas penalistas y socias, se dirigieron al despacho esperando impacientes el capítulo del próximo jueves.+15Desde pequeña había querido ser abogada, y para conseguirlo se dedicó al estudio con pasión. Su imaginación volaba y se veía ejerciendo con seguridad, ganando pleitos, defendiendo a las víctimas y castigando a los maleantes. Pero, las cosas se truncaron pronto: su padre les abandonó en un presunto ataque de locura, cautivado por los encantos de una jovencita. Su madre enfermó del disgusto, y ante el incumplimiento de la obligación de pasarles el padre la pensión acordada, ella tuvo que dejar los estudios y ponerse a trabajar como cajera.
Poco a poco, la madre desengañada fue perdiendo la cordura, y durante las noches interminables gritaba el nombre del marido prófugo con la esperanza de poder recuperarlo. Solo había una cosa que la calmaba: la letanía de los artículos del Código Civil que su hija recitaba de memoria sentada en un taburete al lado de su cama.+13En el caso de mi cliente todo era circunstancial. Era circunstancial que estuviese fichado como maleante juvenil.
Que tuviese varias denuncias por incumplimiento de la orden de alejamiento. Nadie podía afirmar con seguridad haberlo visto allí, la noche de autos.
Que apareciesen sus huellas en el taburete con el cual destrozaron la cabeza de su exmujer. Era su casa, era su cocina, era el lugar donde él se había sentado a cenar mil noches.
Que encontrasen aquella mancha roja en la lengüeta de una de sus impolutas zapatillas blancas. Él juraba que se correspondía con un colorante utilizado en su último trabajo como diseñador gráfico.
Pero desde que aquel punto rojo dio positivo al luminol, las circunstancias cambiaron. Y cuando se confirmaron las pruebas de ADN con la sangre de la víctima, en ese instante pasé a defender a un presunto culpable de asesinato en primer grado.
+9De paseo por la orilla del mar, me encuentro una botella a la deriva, que contiene un mensaje. Leo: Me tildan de maleante y asesino y; en mi defensa, solo puedo alegar que he incurrido en el incumplimiento de la ley, apropiándome de algunos acres de las tierras de mí vecino; de viaje en otras lides.
Pero juro, por Dios todopoderoso, que no le he quitado la vida. No me creen… y paso de presunto a flagrante asesino.
Mi abogado lucha por mí, con una voluntad encomiable, pero sin resultados. Temo por mi seguridad. Me llamo George Williams. Inglaterra. Año de Nuestro Señor de 1674 y espero que alguien lea esta misiva y sepa que no soy un criminal, y que lo último que veré será el taburete donde apoyaré mi cabeza; antes de perderla.
Yo, abogado de prestigio, increíblemente comparto apellido y país… Pero llego tarde a su defensa.+20En verano solía dedicar las tardes a preparar mis intervenciones orales ante los Tribunales. Conclusiones, alegatos finales. La calma aletargante de la canícula parecía propiciarlo. Pero aquel día me fue imposible. Obstinados destellos se habían propuesto boicotear mis dotes persuasivas. Aquel presunto incumplimiento contractual debería esperar.
Provenían del piso de enfrente. Entre las rendijas de la celosía, se presentían unas temblorosas piernas infantiles, que, con temerario desprecio por su seguridad, encaramaban sobre un taburete a dos grandes ojos oscuros. Mitad implorantes, mitad curiosos.
Hoy le cuento entre mis alumnos en vacaciones. Junto con otros chavales que también emiten destellos. Los del sol al reflejarse en las llaves que penden de sus cuellos mientras sus padres trabajan.
Me gusta pensar que les alejo de cualquier desalmado maleante. Y, mientras les miro, recuerdo, con distancia de siglos, que en la Antigüedad muchos grandes abogados un día fueron niños en clase de oratoria.
+10Mi rostro nunca fue el espejo de nada, pero siempre tuve cara de malo. Lo sé.
Cualquier incumplimiento ajeno era automáticamente achacado al chaval con cara de maleante, al de la cicatriz como de cuchillada. Siempre fui el presunto culpable de toda fechoría juvenil sobrevenida en la ciudad.
Descartado el sacerdocio, intenté labrarme con la abogacía una imagen tranquilizadora y respetable: sólo conseguí una patibularia cartera de clientes, confiada en la dudosa eficacia de un togado que infundía miedo.
Mi hermosa elocuencia nunca consiguió compensar mi aterradora mirada de soslayo sobre mi cicatriz de navajero. Y mi preciado diploma terminó archivado en el tabique del olvido.
Hoy, por fin, he reencontrado la seguridad sobre un taburete. Ataviado con toga y máscara Anonymous, soy el monologuista estrella del Club de la Comedia. Mi elocuencia al servicio del humor, de la felicidad efímera.
Ni el peor tugurio osaría desprenderme de mi máscara.+30Como un maleante de tres al cuarto, acecha expectante que los sistemas de seguridad fallen por arte de birlibirloque. Se asegura de que los vigilantes del botín duerman profundamente y de que el perro que atesora la sala donde se encuentra la caja se entretenga con la pelota de colores que le lanza al abrir la puerta.
Conoce la condena, no es su primera vez. Sabe que el incumplimiento de la Ley puede traerle severas consecuencias. A pesar de todo Marieta Ordóñez, hija del implacable Juez Ordóñez, aprieta con fuerza sus coletas y de un solo salto se aferra al taburete que le alcanza hasta el tesoro y se atiborra de bombones.
Tras el atracón del siglo duerme plácidamente a sabiendas de que mañana tan solo será un presunto malhechor junto a sus cuatro hermanos.+8"Jornadas sobre #RedesSociales: Problemática jurídica. Ciberdelincuencia", reza el cartel, de coloridos rótulos que aún no le resultan demasiado familiares.
- Ese es...
- ¿Otra vez papá? Facebook, ese otro Twitter...La sala de conferencias está a rebosar, su hijo incluso tiene que sentarse en un taburete. Se siente fuera de lugar entre tanto abogado joven y piensa cómo ha llegado hasta allí. Justo cuando empezaba a pensar en jubilarse, con un incumplimiento de pago de alimentos y la defensa de oficio de un maleante local como únicas preocupaciones, irrumpió en el despacho una madre angustiada, tachando de presunto acosador al ex-novio de su hija adolescente y temiendo por su seguridad. Su hijo entonces planteó una duda:
- No sé si enfocarlo como "stalking" o "ciberbullying". ¿Qué opinas papá?
Y él, que enseñó a su hijo a ejercer la abogacía, no tuvo respuesta.
Tuvo que dejar la jubilación para más adelante.
+11Se presentó en mi despacho y me dijo:
– Me han puesto una –¡renacuajo!– querella, abogado. Necesito que me –¡tontolaba!– defienda.
– ¿Perdone? –logré preguntarle tras el shock inicial.
– ¿Lo ve?, esto es lo que me pasa –¡susodicho!–, sin venir a cuento no –¡maleante!– puedo evitar decir alguna palabra –¡ornitorrinco!– incongruente. Verá usted –¡presunto!–, perdóneme otra vez, el otro día discutí con un –¡taburete!– vecino y con los nervios –¡alucinógeno!– del momento no pude evitar soltarle algunos improperios involuntarios. Él no me creyó cuando –¡seguridad!– me disculpé, y se ha querellado. Necesito que me –¡incumplimiento!– defienda.
Mi cliente tiene un problema de incontinencia verbal. El juicio fue rápido aunque no pude eludir que tuviera que pagar una pequeña multa. En todo caso, ha sabido sacarle provecho a su problema. Ahora trabaja de monologista en un club nocturno; por lo visto a la gente les hace gracia su parloteo incongruente.+21Hizo trizas los 50 euros, cogió su varita mágica y ¡alehop! el billete como nuevo. Idéntica liturgia con el naipe quemado, del que, cual fénix, emergió una sota. Repitió la acción triturando una bombilla que tras el taumatúrgico gesto y para sorpresa del respetable, irradiaba una intensa luz, cuyo efecto cegador sirvió al ladrón para hacerse con aquel todopoderoso palitroque.
El desconcierto en la sala era absoluto, pero con total seguridad conocí al momento la identidad del maleante más que presunto, cuando descubrí vacío un taburete de la primera fila. Corriendo subí hasta el camposanto iluminado por un cuarto menguante, y allí estaba Juanito, golpeando rabiosamente con aquel palo inútil la tumba de Alicia.
Le abracé y lloramos desesperanzados, pues la varita del prestidigitador no resucitaba mamás y mi capa mágica de abogado sólo arrancará a la aseguradora del conductor bebido, coleccionista de infracciones e incumplimientos, un puñado de billetes.
+39¡Deber cumplido!, pienso al bajar del estrado, y sonrío al recordar que fue un incumplimiento lo que me trajo hasta aquí. Desde pequeño quise volar alto: mi gran anhelo era mantener el orden y garantizar la seguridad, pero se vio frustrado por una pequeñez que me dejó a un palmo de lograr mi sueño. Había preparado las oposiciones a conciencia: aprendí de memoria toda la legislación, incluso la ordenanza contra vagos y maleantes que, aunque en desuso, tanto me fascinaba. Dominaba al dedillo todos los casos prácticos. En fin, que mi grado de preparación era muy alto. Pero incumplí un requisito... no di la talla... no alcancé la altura por poco, aunque sí llegué a culminar otro presunto nivel, el jurídico: estudié Derecho y cumplí mi sueño de defender el orden y la justicia, pero sin necesidad de ser guardia municipal, y aunque lo haga subido a un taburete.
+29«¿Taburetes, en lugar de pupitres, para impedir la relajación? Concurren otros incumplimientos. Menos estampas de San Raimundo de Peñafort por las paredes y más estar al corriente de las actividades de los alumnos. Tenga la seguridad, señor mío, de que hemos investigado a fondo. Ha sentado las bases, sin pretenderlo quizá, con sus incuestionables preparación y sabiduría, para que el más avieso de los piratas informáticos saboteara miles y miles de ordenadores, y para que hiciera de las suyas el urdidor de ingenierías financieras en los tejemanejes con los paraísos fiscales. No le extrañe que lleven semanas sin venir a clase esos maleantes nada presuntos. Traigo una orden de clausura y desalojo de la academia, la del microrrelato de abril de 2015. En cuanto a usted, señor director, ya se depurará su responsabilidad. Y... ¡hop!No ponga esa cara, que soy su alumno número tres con una máscara de látex».
+29Por último, insistir, señoría, en la inocencia de mi cliente. En efecto, hasta el mismo día de hoy, no se le ha tratado como presunta culpable de una tentativa de homicidio, sino como una vulgar maleante. Se ha llegado a decir que era "La Reina Malvada". Pero no. Ella no puso esa manzana con la intención de cometer un crimen, sino en un puro afán científico. Fue su hijastra, Blancanieves, la que en un ejercicio de imprudencia, obviando las más mínimas condiciones de seguridad e higiene, cogió la manzana de la cesta. No se digno a ir al jardín y coger un taburete para encaramarse a un árbol. Quería lo fácil. No se preguntó si era comestible o no. No. Por tanto, no existe incumplimiento por parte de mi representada. Antes bien, se ha mostrado siempre enormemente diligente en sus funciones.
Procede, pues, la libre absolución de mi cliente.+8Llegaba tarde a la oficina y por eso cogí un taxi, como si intentara enmendar la plana de mi incumplimiento. Como una especie de absolución sacramental. Ingresé por la puerta principal del edificio, acalorado, exaltado, y más aún tras comprobar que se me había olvidado en casa la tarjeta de acceso. Disimulando me dispuse a ejecutar lo que alguna vez oí en los corrillos de los abogados más bisoños: el torno de seguridad de la derecha se abre sin necesidad de pasar la tarjeta. Funcionó y entré. Me sentía como un maleante. No como ese engominado que acaba de leer en el móvil que iban a enchironar por no sé qué delito contra la Hacienda Pública, sino como un presunto delincuente de medio pelo. Entré en el ascensor, junto a un socio y su fiel feligresía. Al salir me tropecé con un taburete. Rieron disimuladamente, pero no lo suficiente…
+45Con seguridad, otro lío de drogas. No sé cuando pasó de maleante a delincuente. Matiz difícil de discernir como el paso del agua tibia a fría. Tampoco sé cuantas veces le evité la cárcel. Mis esfuerzos para dejarlo solo en presunto ahorraban sufrimientos a mamá pero daban más probabilidades de que regresara antes a la cárcel.
Siempre decía igual: “Prometo ser bueno”. Y yo le creía.
Esta vez fue diferente. Balbuceaba algo de un asesinato involuntario. Me miraba como cuando de pequeños hacía trastadas y durante la merienda sentados cada uno en un taburete decía: “Tú, calla. No se lo digas a mamá”.
De eso pasaron treinta años y su promesa un eterno incumplimiento. Dejé de creerle, pero se agarra a mí como náufrago a un madero porque sigo siendo su hermano mayor. Miro al cielo y pensando en mamá le digo: “Prometo ser bueno. Tú, calla”. Soy tú abogado.+30Como muestra mi apellido, mis ancestros fueron exquisitos mayordomos. Un tatarabuelo, mayordomo mayor de la corte, llegó a sentarse junto al rey en taburete raso. Dicen que el asesino es siempre el criado principal. Absoluta falacia: mis antepasados, lejos de envenenar potentados, sirvieron fielmente a la Justicia además de a sus señores; resolvieron enigmas criminales y ayudaron a esposar a presuntos maleantes de toda laya. Quizá la genética explique mi conducta profesional. Trabajo en el despacho de un famoso abogado. Como mis familiares, defiendo la legalidad. A diferencia de ellos, no soluciono problemas domésticos de mi jefe, aunque le brinde ayudas más valiosas. Le regalo brillantes estrategias procesales, contundentes fundamentos jurídicos. Sin mí, él sería un mediocre picapleitos. Hoy tiene juicio. Demanda millonaria: incumplimiento doloso de contrato, acoso laboral, fraude a la Seguridad Social… A ver cómo se las apaña, solo, frente a mi reclamación. No aguanté sus injusticias.
+44Recién licenciado, ante la imposibilidad de encontrar trabajo como abogado, decidí poner un bar, «Mi Bufete», en el que además de servir copas prestaría asesoramiento jurídico a los clientes que me lo requirieran. Una tarde, entre güisqui y güisqui, acodado en la barra y encaramado a uno de los taburetes, Ta Lee Lo, el empresario mayorista chino, me contó sus problemas con un individuo al que calificó de delincuente, sin tan siquiera anteponer la etiqueta de presunto. Rápidamente, con aplomo y seguridad, redacté un borrador de denuncia y le pregunté por los delitos e incumplimientos de la ley del interfecto.
–¿Delitos?, ¿qué delitos? –me dijo sorprendido– yo solo te he dicho que es un maleante, que no deja de malealme pala que le pague lo que le debo.
+10De puntillas sobre el taburete, la Domi nunca imaginó que todo el trabajo invertido en desempolvar mis libros de Derecho acabaría con su analfabetismo. Yo tampoco. Las páginas susurraban ris ras al acariciarlas con el plumero, o cuando arrastraba el pulgar por el canto para sacudirlas. Tintineaban al caer al suelo los latinajos y se escurrían las jurisprudencias, pero ella lo recogía todo con cuidado y volvía a embutirlo entre las hojas abultadas. Así, sin querer, se fue aprendiendo el código penal y el civil al dedillo. Supo entonces que Paco el tendero —que siempre le daba mal las vueltas— era un maleante, pero que al comentarlo en el patio con las vecinas tenía que anteponer presunto al calificativo. Por su seguridad. Yo estaba orgulloso de ella, hasta que tanta erudición se volvió en mi contra. Solicitó asesoramiento en un foro de abogados y me denunció por incumplimiento de contrato.
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