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Francisco Ramón García Gallego · Cádiz 

Suspiré pensando que mi amigo Urbano, el arquitecto técnico, tenía razón: no existía un material más resiliente que la estupidez humana.
-Pero -comenzó mi torturador por enésima vez-, si soy el dueño del edificio y no está declarado en ruinas, ¿por qué no puedo usarlo de vivienda?
Ya no sabía cómo volver a exponerle todas las normas en contra, las cuales tampoco le permitían construir un pequeño adosado habitable, ni efectuar reformas con vistas a un uso distinto del reconocido por la ley.
Finalmente se marchó indignado. Por un momento, sentí el impulso de abandonar el turno de oficio, aunque era muy improbable que volviera a tropezar con un demandante de justicia gratuita buscando residir en el panteón familiar. Claro que, si la situación económica seguía empeorando, tal vez regresara para expulsar del mismo a unos ocupas.

 

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