Imagen de perfilUNA FLOR EN EL ASILO

Alberto Uriarte Amasifuen 

El señor Jacinto había burlado el cuidado de las enfermeras y paseaba descalzo por el patio del asilo. En su recorrido, a pesar del lluvioso día y su ropa mojada, se detuvo a observar una hermosa flor de azucena. Se sentó junto a ella para reflexionar sobre el día en que el pronunciamiento de su hija frente a sus familiares y conocidos lo condenaron a ese lugar. Una lágrima recorrió sus mejillas y sentado frente a la azucena, expiró sin remedio.
En el entierro la hija no lloró, ni mostró tristeza. Sus pensamientos en ese momento solo recaían en el testamento e inscribir su nombre, de una vez por todas, como la mujer más rica de la capital. Ingrata fue su sorpresa cuando los abogados le hicieron saber que la mayor parte de su fortuna iría a parar a la caridad.

 

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1 comentario

  • Esa hija ingrata obtuvo lo que merecía: nada, cumpliéndose aquello de quien siembra vientos, recoge tempestades. La tristeza del padre quedó sin enmienda, pero al menos, algunos necesitados recibieron algo de alivio con su fortuna.
    Un saludo y suerte, Alberto