REFUGIADOS DE GUERRA
Almudena Horcajo SanzNo necesité salir de casa para saber cómo es la vida sin paz. Mis padres se llevaban a matar. Parecían dos soldados librando una batalla interminable. Su confrontación era continua, nunca dieron una oportunidad al consenso.
Yo vivía atemorizado, cuando me acostaba me tapaba las orejas con las manos, pero sus gritos conseguían taladrar mi cabeza. Pasaba toda la noche luchando con ellos; por la mañana, al llegar al colegio, me quedaba dormido. Pronto comprendí que no tenía otra alternativa que la de marcharme de allí. El día que me armé de valor, cogí mi mochila y, sin mediar palabra, desaparecí. Menos mal que, al ver mi desamparo, unas almas caritativas me acogieron en su hogar. Después de conocer el paraíso, de ninguna manera quería volver al infierno, por eso, supliqué al juez que me considerase un refugiado de guerra. Gracias a su resolución, he vuelto a nacer.
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Buen relato sobre las tensiones domésticas. Felicidades.
Muchas gracias, David.
Un abrazo.
Parece como si padeciese cierta aflicción interna el orador/a, quizá no se halla percatado de qué al exteriorizar sus temores se sentirá más aliviado/a.
Buena suerte con tu fantástico relato..!