Ergenekon

María Fernández Piñeiro · Cádiz 

Cuando bajó del autobús, sus ojos verdes sonrieron al encontrarle. El juez iba llamando de uno en uno a los acusados. Oyó su nombre y graduación. Avanzó resuelto, declaró sus ingresos mensuales y tomó asiento. El fiscal formuló los cargos contra él y las penas correspondientes. Llamaron al siguiente. Volvió a verla entre las columnas del templo,con aquel vestido blanco que tanto le gustaba. Le miraba con su amor inmenso, un amor que no entendía de plazos ni de vencimientos. Besaba de nuevo sus labios, con aquel delicado sabor a mandarina. La sentía tan cerca y tan suya, que nada a su alrededor importaba. Salieron de la sala abrumados por la incertidumbre. Las llamadas de los muecines se mezclaban con una campana lejana. Y allí estaba ella, esperándole, siempre.

 

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