El consejo

Diego José Garcia Garcia 

Año 1970 en la vendimia. A mi padre le resbalaban las gotas de sudor por la frente. Las venas de sus brazos estaban hinchadas como un globo y su piel estaba cuarteada por el sol. Con la mirada cansada, me repetía incansablemente que me hiciera un hombre de leyes. Que trabajara delante de un teclado sentado en un mullido asiento de cuero. Sería respetado y hasta temido entre una denuncia aquí y un litigio allá. Y utilizando la palabra como única herramientas de labranza. Año 2009. Me sonrio recordando aquellas palabras mientras me confirman que los análisis realizados certifican que la tempranillo de la bodega “Quesada e hijo” será excelente este año. Y además, había cumplido el deseo de mi padre. La toga le quedaba perfecta al espantapájaros que se alzaba orgulloso entre los cuervos.

 

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