La visita

Concha Morales Peinado · Madrid 

Una gran calabaza amarilla presidía el despacho desde lo alto de una estantería. Buen pretexto, me confesó al despedirnos, para iniciar de forma desenfadada el diálogo con los clientes más problemáticos. Conmigo fue distinto. Al recibirme me miró a los ojos con una expresión mezcla de aturdimiento y sorpresa. Desconocía mi identidad pero mis rasgos y mi voz debió de reconocerlos al instante. Le expliqué el motivo de mi visita y durante dos horas redactamos el recurso; por supuesto, yo me declaraba inocente. Él no logró apartar de su semblante el abatimiento y la crispación. Nos dijimos adiós con un apretón de manos, hondo, entrañable, impregnado de reproches y arrepentimientos. Al día siguiente, amaneció nublado. Cogí el periódico. Lo que leí en la página de sucesos me dejó helada: “Famoso abogado se suicida arrojándose desde el puente más alto de la ciudad”. Papá nunca supo encajar bien los fracasos.

 

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