Una buena cocinera

Bernardino Tirapu Canora 

Mientras cruzo el puente para acceder a la autopista, continúo pensando en mi mujer. Siento el corazón nublado, como si una tormenta fuera de nuevo a descargar sobre él y sin embargo, me declaro inocente de toda culpa. Hoy cuando llamé, seguía enfadada. Ese abogaducho estuvo en casa haciendo preguntas. Bueno, no le queda otro recurso pero no va a encontrar nada. Dejé todo bien atado. Ni siquiera ella se imagina dónde escondí el diamante. Llego a casa y con una sonrisa de complacencia, abro la nevera. Ya no está. Un sudor frío comienza a resbalar por mi frente y entonces, mi mujer me informa. Aquel jovencito hizo demasiadas preguntas, se puso nerviosa y trató de ser amable, regalándole el pastel de calabaza. Me siento en una silla pasándome, con desespero, las manos por las sienes. ¡Qué estúpido fui al olvidar que siempre presume de buena cocinera!

 

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