La imagen era escalofriante. Solo. Sentado al fondo de aquel triste pasillo esperando a ser llamado a juicio. Con su bolsa de viaje entre las piernas y aquel inevitable olor a loción de afeitar. Tenía los auriculares puestos y la mirada en el suelo.
¿Qué oyes?
Al Rey. Ya sabes, Elvis. Me da energía.
Hace ya varios meses que nos sorprendió a todos cuando decidió encargarse de aquellos pequeños casos diseminados por decenas de pueblos que te hacían viajar constantemente.
¿Por qué los quieres?
Porque representan la esencia de la profesión y quiero volver a los orígenes.
Mentira. Nadie quería esos casos. Ni siquiera él. Aquel día me di cuenta. Lo que buscaba era disfrutar de la libertad. De no tener que estar atado a una casa ni a un despacho. De no tener que comer o tomar café con alguien. Del placer de no tener que hablar con nadie.