Juego de niños

Nuria del Peso Ruiz · Madrid 

El letrado suspiró con resignación. No entendía por qué el Gominola le enviaba anónimos escritos con letras recortadas de revistas ni por qué se empeñaba en llamarle muchacho. “Muchacho, tendrás que volver a sentarte conmigo en el banquillo”. Seguía viendo muchas películas. ¿Qué habría hecho ahora? Se conocían desde que usaban pantalón corto y jugaban a los espías escribiendo notas con jugo de limón. El Gominola metía petardos en las boñigas y gritaba “coheteeeee” cuando pasaba alguna niña pija de las urbanizaciones. Pero un día el cohete explotó demasiado cerca de la hija de un politicucho con suficiente influencia y le quemó la pantorrilla. Fue la primera vez que tuvo que defenderle, aunque aún no vestía toga y levantaba poco más de un metro del suelo. ¡Y ya estaba harto! Daba igual lo que hubiera hecho ni cuál fuera la sentencia esta vez. Una cosa tenía clara: sería la última.

 

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