Ojos esmeralda
María del Mar Monsó Varona · BarcelonaTenía fama de burlarse de la vida. De la vida y de la justicia. Dicen que había cometido crímenes dantescos, escabrosos. Nunca la condenaron. La ley y la entereza de los jueces, uno a uno, habían sucumbido al poder hechizador de su mirada. Aquella mañana de invierno me tocó juzgarla. “Sobre todo, no le mires los ojos”. Sus rasgos, gélidos e impasibles, parecían esculpidos en la piedra. Me sonrió, forzada. “Buenos días, magistrado”. Su constitución de mármol parecía emergida de una pintura fantasmal. En su sonrisa atisbé el rastro indeleble de la culpabilidad. Me faltó prevención: la miré. Irremediablemente, sus ojos verdes se apoderaron de mi razón. La nieve azotaba a través de la ventana y la ciudad vestía de blanco. Hipnotizado, rendido ante sus ojos esmeralda, la absolví. Al año volvieron a detenerla. Ya no sonreía. Ante sí, el juez Morrison se guiaba con bastón: era ciego de nacimiento.