Él era un trabajador incasable, de esos a los que les gustan los años bisiestos si caen en día laborable. No es que fuera un genio, todo lo contrario, era más bien cuadrado de mente, aunque todo lo compensaba con su fuerza de voluntad y entrega extenuante, los horarios no iban con él. El despacho era su casa, y su casa, su lugar de vacaciones. No era muy bueno con la administración, «los abogados no estamos hechos para los números» solía decirme, en eso es en lo único que creo que le complementé. Fiador de secretos, sobre todo de esos errores que cometes por novato y que, con suerte, no tienen transcendencia. Y, por supuesto, y por encima de todas las cosas, además de gran profesional, una gran persona. Hoy me despido de él, este es mi pequeño homenaje a aquel que fue mi mentor, despúes mi compañero y siempre será mi padre.