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Vicente Küster Santa-Cruz 

Era mi último pleito y estaba tan nervioso como en el primero. O quizás por eso. La comunidad de propietarios había denunciado a mi cliente por provocar daños a la terraza principal. A ello se sumaba que no pagaba los gastos desde hacía años. Era un martes cualquiera de mucho viento. Las palmeras del paseo parecía que iban a despegar. Había tratado de conciliar con la comunidad un par de veces, sin suerte. Así que allí estaba yo en el juzgado, con mi camisa impoluta, la sonrisa de serie y la voluntad intacta de defender a mi cliente de lo que parecía un fracaso seguro. Entonces sucedió algo. Mi cliente se acercó y me dijo: «Don Carlos, sé que es su último juicio. Así que he decidido pagar. Puede jubilarse tranquilo». Solo entonces oí el despertador y recordé que tenía una hora exacta para estar en el juzgado. Último esfuerzo.

 

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