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Esteban Torres Sagra 

Leí la oferta y, con lágrimas en los ojos por la expectativa de empleo, pero más por lo solidario de la iniciativa, anoté las coordenadas del sitio:
“Urge graduado en Derecho a empresa deseosa de promover el crecimiento poblacional en un entorno productivo y respetuoso con el medio ambiente. Preferible mujer en edad fértil. Alojamiento a cargo del empleador. Incorporación inmediata en un entorno de trabajo inclusivo y con muchas posibilidades de fijeza.”
Me presenté en el cobertizo al que me llevó el GPS, tras dos horas de baches y polvo. El de recursos humanos -y único miembro de la plantilla- me recibió de hinojos e, inmediatamente, me propuso matrimonio con un ramo de rosas. Se me quedaron los ojos como los de una vaca que apareció por mi derecha. Lo entendí todo -hasta la urgencia de jurista- cuando atisbé una orden de desahucio entre los dientes de la vaca.

 

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