JUSTICIA POÉTICA

Javier Serra Vallespir · MADRID 

Descubrí mi vocación de poeta tras conocer a Lisa en el Instituto: tocaba el saxofón y era tan idealista como su tocaya en “Los Simpson”. Miles de versos después, le dediqué mi antología “La expropiación de la razón”, donde confesaba mi locura por ella. A cambio, obtuve algunas migajas de su atención. Fue una relación asimétrica, pues ella había recibido en dación mi corazón hipotecado. Cuando se matriculó en Derecho me desfondé. ¿Cómo tan angelical criatura podía dedicarse a tan encorsetada profesión? Renegué de mi obra y quise olvidarla. Ella devino abogada, yo fracasado. Concluí que la única forma de atraerla consistía en cometer un delito para que me defendiera. Opté por la política. Una vez infiltrado, pulsé todos los botones de la corrupción. Fui detenido, llamé a su puerta, aceptó el caso y ganamos: ella sus emolumentos, yo su presencia. ¿A quién le importa ser condenado por amor?

 

 

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