El kakariki
Nuria Gómez Lacruz · MadridEl juez Medina tuvo un sueño: su capacidad para ser justo dependería del canto de un kakariki. Así que viajó a la otra punta del planeta en busca de su pájaro. Los había a cientos, todos preciosos. Le prepararon un desfile para que así, al verlos en procesión, pudiese distinguir al más sabio. Enseguida atisbó en la mirada de un ejemplar la esencia de la justicia. De vuelta a casa comenzó a dictar sentencias: si el pájaro cantaba al ver al imputado, culpable; si no, inocente. Veinte años con el mismo ritual. Un día vio en la tele a un pulpo emitiendo veredictos con destreza, y tuvo la sospecha de que se había equivocado. Intentó poner en libertad a los inocentes que había encarcelado por el capricho de un kakariki, pero ya era tarde. Al menos, le cabe el consuelo de que su nuevo pulpo gallego emitirá fallos justos.