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Carolina Navarro Diestre 

Más épica que la batalla de las Termópilas, una gesta superior a la de Covadonga, acontece la labor diaria de los abogados laboralistas. Pocos son los que eligen esta rama al finalizar la carrera, atraídos por la gloria del derecho penal o el dulce arrullo del mercantil. ¿Quién querría empezar su día con un despido improcedente? ¿A quién le gustaría desayunarse cada mañana con un caso de acoso laboral? Él querría, Cipriano Castresana, los ojos emboscados tras unas gafas para ver de cerca. Lleva más de dos décadas negociando indemnizaciones por accidentes de trabajo, reclamando incapacidades, denunciando ERTEs. Sabe que frente a él hay un monstruo terrible, esa boca hambrienta y pantagruélica de las grandes empresas, pero no se arredra ante ellas. Con el legado de su carpeta sindical, se mueve como un animal arrogante en la selva de los juzgados.

Cipriano sabe, a veces el antílope vence al león.

 

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