Imagen de perfilLa peste

David Villar Cembellín 

El desamor provoca mal olor. Se puede advertir en los tribunales que llevan los divorcios, en sus bancadas grises, en su aire acondicionado escupiendo coágulos de frío. En los Juzgados de Familia flota un odio fermentado. Tarde para razonar, definitivamente tarde para alcanzar un mutuo acuerdo, tras esas paredes se repite un espectáculo manido, siempre el mismo: lloros y desprecio, rencor y reproches. Así acontece el teatro de lo contencioso. Envueltos bajo una escarcha de podredumbre, los abogados contemplan los finales con la indolencia de un oráculo. Otra pareja quebrada, suspiran. Otro otoño tonto sin primavera. Anticipando tristezas venideras, los Juzgados de Primera Instancia desprenden un aroma amoniacal. Allí las togas son más negras y las sentencias apestan a confesión tardía, a arrepentimiento penetrante. Igual que una formación volcánica, su hedor sulfuroso queda imprimado, tatuado, adherido a la piel. De verdad, manteneos alejados. Ojalá nunca tengáis que conocer su olor.

 

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