PUNTO DE INFLEXIÓN

Fernando Martínez · Barcelona 

El orangután de la litera superior apesta a sudor. Me sonríe luciendo su camello tatuado en el brazo mientras enciende un cigarro. La mañana de los hechos el plomo de mi pasante entró en mi despacho cartapacio en mano. Iba seguido de Miguelín. El niño quería demandar a su padre. Al parecer, había incumplido la amenaza de denunciar a la maestra por castigarle sin recreo. Pedía daños y “prejuicios” porque le prohibió bajar al socavón del patio que apareció durante las obras del Ave. Miguelín había perdido en aquél agujero su balón de reglamento firmado. Me ofrecí a mediar entre él y su padre, sin cargo. Di el caso por concluido. Al mes recibí una citación del juzgado. Un colega había aceptado a Miguelín cómo cliente, encontrando causa suficiente para demandarme por incumplimiento contractual. Ante lo absurdo del litigio perdí los nervios… Suena un timbre. La celda queda a oscuras.

 

 

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