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PILAR ALEJOS MARTINEZ 

Me sorprendió que aquel cliente tan excéntrico del bufete acudiera personalmente a la cita. Durante años, todas las gestiones las había realizado con sus intermediarios mientras él mantenía cierto halo de misterio. Era el propietario de una industria alimentaria con una producción de excelente calidad. Cuando me estrechó la mano, sentí una sensación agradable. Aunque su aspecto era un tanto estrafalario, desprendía un aroma dulce y envolvente que me resultaba muy familiar. Me explicó que hacía mucho que buscaba a alguien nuevo y leal a quién dejar su legado, que estuviera dispuesto a invertir todo su tiempo en su formación y adaptación a las peculiaridades tan especiales de su negocio. Supe que yo era el elegido cuando vi reflejados en sus ojos mis sueños de niño. Acepté su ofrecimiento con un apretón de manos y dejé de ser abogado para seguir la estela de chocolate que me dejó Willy Wonka.

 

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