SU éNICA TUTELA

Angel Muñoz Trapero · MADRID 

Sólo cuando vi el desamparo en los ojos de aquella muchacha que solicitaba mis servicios no dudé de la verdad de sus palabras, de la explotación que había sufrido en el taller textil, en sus «doce horas diarias de aguja», como ella misma decía. En el despacho me encargaba de los asuntos de Civil, pero mi compañero de Laboral estaba de vacaciones, y, en fin, en nuestro trabajo no queda otra que ser ecléctico, así que decidí quedarme con el caso. Tirando del hilo llegué a un ovillo de esclavitud laboral casi delante de nuestras narices, en un almacén a las afueras de la ciudad. Treinta muchachas inmigrantes hacinadas junto a máquinas de coser y montoneras de trapos. Hice la correspondiente denuncia a la Inspección de Trabajo, y en vía judicial se condenó al empresario, que graznaba que él era la única tutela que tenían las trabajadoras. Conmovedor.

 

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