Imagen de perfilCUÉNTAME, SHEREZADE

Manuel de la Peña Garrido 

Una noche le contó la historia del abogado Babá y los cuarenta corruptos. Otra, los casos de derecho marítimo de Simbad y asociados. Lunas después, le cautivó con los juicios de Aladino y su genial pasante de la lámpara maravillosa. Prosiguió narrándole las desventuras del fiscal dedicado a investigar al Ladrón de Bagdad por las arenas del desierto. Engatusando al califa con relatos sobre picapleitos (personajes interesantes, aunque obsesionados por sus honorarios), Sherezade evitó la condena a muerte que le aguardaba en palacio. Tras 100.001 veladas, extinguida la dinastía califal, desaparecido el reino de lejanas lindes, la cuentista consiguió algo más: el mismo Juez Supremo, deseando castigar (siquiera fuera en la ficción) a los insolentes juristas, le conmutó la pena capital de todo ser humano. A cambio de esta licencia de inmortalidad, Sherezade debía inspirar sátiras sobre abogados a apasionados microrrelatistas. Así surgieron muchos cuentecillos de un popular concurso literario.

 

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