En el sorteo que se realiza anualmente entre la población que alcanza la mayoría de edad para erradicar las desigualdades, todos tenemos la misma oportunidad. Al menos en teoría. Porque en la práctica, la moneda casi siempre cae cruz para las mujeres.
Por eso, mi soñado puesto de abogada dentro del equipo de legales de una multinacional es, desde hace treinta años, un empleo de limpiadora en el ministerio de Igualdad gracias al que tengo a sus trajeados letrados al alcance de mi bayeta.
Mi aspecto vulnerable me ha hecho invisible para ellos. Por eso, he escuchado lo suficiente y he visto más de lo que necesitaba.
Solo he tenido que manipular algunas papeletas y falsificar otras pocas. Muy sencillo. En el próximo sorteo para determinar quiénes morirán en los próximos 365 días, he puesto todos los nombres que aparecen en las puertas de los despachos que limpio a diario.
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No estaría mal, poder manipular las papeletas para que todos y todas tengamos las mismas oportunidades. Estupendo relato Patricia, con final satisfactorio para la protagonista. Tienes mi voto y me alegra haber contactado contigo por aquí. Hemos coincidido en algunos concursos, en los que has obtenido premio (yo no).
Te deseo suerte. Saludos.
Un gusto, José Manuel. Y muchas gracias por tu voto y tu comentario.
Me alegra que hayamos podido contactar.
Un saludo
A veces, el destino, se sirve de una mano inocente, o no tanto. A veces también, de paso, se hace un poco de justicia, aunque sea drástica.
Ni siquiera en un futuro hipotético la deseable igualdad de género será un hecho. Pero tal vez siempre puedan encontrarse maneras de compensar un poco los desequilibrios.
Original y reivindicativo.
Un abrazo, Patricia.
Muchas gracias, Ángel. Ojalá en algún momento no haya nada que reivindicar.
Un abrazo