Valiente

José Manuel Soriano Degracia 

Tras el empalagoso saludo de Doña Nuria, la vecina del segundo, subí las escaleras de dos en dos, abrí la puerta y me senté en el sillón. Miré mi cartera, abrí el candado y volví a leer la carta del decano. El cansancio mordía mis hombros mientras pensaba en la deuda contraída con mi vida. Nunca debí haber escuchado a mi padre. No me siento fuerte para seguir defendiendo causas justas, porque todas son injustas para uno u otro lado hasta que no se demuestre lo contrario. Con mis pies aparté los cachivaches de la mesita y me recosté. Solo cuando cerré los ojos vi todo claro: Cuarenta y dos años, abogado, un intachable currículum y ni siquiera puedo defenderme de mis propias miserias.

 

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