Imagen de perfilEl delegado

Pablo Vázquez Pérez 

El juez se sentó ante el estrado para presidir el juicio. Cuando miró al supuesto maleante, se dio cuenta, con toda seguridad, de que treinta años podían pasar en balde. El acusado era Fermín, su enemigo jurado durante tantos cursos de la E.G.B., antes de perderse de vista al comenzar en el instituto.
En ese momento recordó cómo él mismo, sentado en un taburete frente a la pizarra, aguantaba el llanto mientras el presunto culpable al que debía juzgar, alumno elegido para ser jefe de clase, le vejaba delante de los demás compañeros de la clase de octavo, en el incumplimiento de su responsabilidad. Nadie le defendió de aquellas manías ni abusos. Y ahora los dos volvían a encontrarse.
De vuelta en el presente, el juez tomó aliento y dirigiéndose a los letrados dijo:
– Se declara abierta la sesión.

 

+2

 

Queremos saber tu opinión

1 comentario

  • Ahora el delegado podría ser humillado en el estrado como lo fue el juez en el taburete. Pero la venganza se cebaría realmente sobre la persona defendida por el letrado en vez de sobre él mismo. Confiemos en que el juez no sea un Edmundo Dantés dispuesto a dar escarmiento a todo el que tenga relación con el ex-jefe de la clase. Pero el final queda abierto como bien destaca la última frase.

    Suerte, Pablo.