Imagen de perfilVirgen y mártir

Jerónimo Hernández de Castro 

Debí golpearme cuando buscaba un calcetín bajo mi cama. Un incidente consuetudinario abocado a la tragedia. Dos días en el suelo y noto crecer mi barba, hirsuta como un cactus, sobre un cuerpo paralizado y maloliente. No resistiré mucho más…
Ni siquiera Samanta, o como se llame, podrá informar de mi estado al tribunal. Yo había contratado por primera vez sus servicios a domicilio y ella acudió puntual. No pude responder y casi quemó el timbre antes de marcharse airada, gritando al chulo que la apremiaba por el móvil.
Pero mi muerte será útil. La incomparecencia de un fiscal como yo suscitará nuevas sospechas. El despreciable mafioso del banquillo no será absuelto de nuevo, tras representar su papel de desfavorecido, arropado por abogados brillantes; y, bien probada su relación con sicarios confesos, mi autopsia certificará una contusión tan precisa en la región occipital, que solo puede ser obra de profesionales.

 

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