Mi solícito deseo
Angel Silvelo Gabriel · MadridMi mujer me ha prometido un premio si me curo pronto del catarro. Pero ella está tan metida en su propia jurisdicción que no se da cuenta que a mí no me interesan sus regalos. Yo sólo deseo que me haga caso, porque siempre tengo que competir con sus proyectos y sus correspondientes reformas. No sé para qué se casó conmigo o hizo la carrera de derecho, porque se pasa las noches tecleando delante de su ordenador, mientras yo me tengo que conformar con verla reflejada en la sombra que la bombilla de su despacho emite sobre la pared del pasillo. Ni mi tos, ni mis anhelos, la sacan de su togado ensimismamiento. Y sus promesas, como las de los personajes de sus novelas de abogados, de nuevo se incumplen, porque las absoluciones se convierten en condenas, y los plazos se pierden en el olvido, como mi solícito deseo.