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Maribel Romero Soler 

El cliente vino a mi despacho buscando amparo constitucional. Se había leído la norma suprema del Estado y traía subrayado el artículo 47. “Quiero la mía”, dijo refiriéndose a la vivienda digna. “Y además quiero esta”, añadió mientras abría una carpeta y me mostraba la imagen de un chalé con piscina. Abrumado por la situación, y para empezar a entrar en detalles, le pregunté dónde vivía en ese momento. “Bajo el puente”, aseguró tras soltar un estornudo que me pareció fingido. Me di cuenta de su enajenación cuando comenzó a hablar por teléfono con un paquete de pañuelos, debía actuar con mano izquierda. “Caballero, alguien tendrá que certificar lo que me dice, el acceso a la vivienda debe ser justificado”, improvisé. Asintió y, sin inmutarse, me extendió un papel manuscrito que explicaba su triste situación de vida. Como firma, al pie, aparecían las huellas de una rata.

 

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