La fuerza que mueve el universo
Guillermo Sancho HernándezMe despierta un anuncio de seguros. Apago el radiodespertador de inmediato. Salgo de la cama de matrimonio, tratando de no hacer ruido, y, ya en la ducha, me pregunto: ¿Se acordará mi despistado cliente, el señor Y, de que hoy tiene que ir a testificar?, ¿acabaré la demanda de la señora Z a tiempo, o sufriré, por vez primera, una inadmisión por presentación extemporánea?, ¿cuál será el fallo del tribunal en el procedimiento 257/2014, tras catorce cajas de laboriosa instrucción?
Mentalmente ya estoy trabajando, aunque no me haya afeitado todavía.
Creo que nunca seré capaz de evitarlo.
Entonces mi hija, de poco más de dos años, invade el cuarto de baño y me da, sin previo aviso, un beso de alta definición en la mejilla. Ese gesto mágico actúa como un reconfortante ultrasonido, que ahuyenta mis preocupaciones, y me convierte en la persona más feliz del mundo.