VIII Concurso de Microrrelatos sobre Abogados
Ganador del Mes
El día que decidí ser abogado
Rafael Busto CuiñasEra una prueba imperceptible como el más fino ultrasonido y sin embargo allí estaba ella con su dedo fiscal en una mano y el verdugo "Zapatilla" presto para el garrote en la otra. El juicio era sumarísimo. Lo peor de todo es que no tenía defensa posible, puesto que en el lugar de los hechos sólo estábamos ella y yo, y es obvio que ella no había sido. El asunto era peliagudo, faltaban 10 galletas de la caja que habíamos preparado anoche para llevar a la abuela por su cumpleaños. Por desgracia no había nadie para testificar a mi favor, y a pesar de pedir la última palabra, ella decidió la inadmisión. Estaba sentenciado. Sea, agaché la cabeza sabiendo de su puntería y que no habría fallo, el golpe sería certero, como siempre, pero de repente entró ella y solicitó mi absolución. - Indicios mamá, no puedes condenar por indicios.
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El más votado por la comunidad
LA OTRA
Manuel de la Peña GarridoSoy la desgraciada protagonista de una copla. Parezco Shirley MacLaine en “El apartamento”. Me considerarás amante despechada... Pues lo siento. Vas a escucharme. Siempre jurándome en vano que cortará contigo… Pero le tienes abducido. Si tú le dices ven, lo deja todo. Puedo testificar que ocupas lo mejor de su vida; yo, apenas unas horas, que él se pasa durmiendo, de puro agotamiento. Aquí me tienes, una muñeca rota, ante la caja tonta, saltando del documental sobre comunicación por ultrasonidos entre mamíferos a la teletienda. No puedo más. Voy a dictar un fallo inapelable: ¡Se acabó! ¡Hasta aquí hemos llegado! Curiosamente soy la legítima, pero parezco “la Otra”. Si al menos fueras mujer de carne y hueso… ¡Te maldigo, Abogacía! Hoy es nuestro aniversario y mírame: yo en arresto domiciliario; él, pateando el juzgado, recurriendo la inadmisión de una provisional, matándose por librar de la cárcel a un criminal convicto.
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Relatos seleccionados
Mi cliente, catedrático de la Facultad de Medicina, fue llamado a testificar en referencia al peritaje realizado por él sobre una caja fuerte sin cerradura alguna que emitía un ultrasonido al ser abierta por quien no fuese su dueño. Su fallo era claro: no producía ningún perjuicio sobre el posible ladrón. El letrado de la familia del difunto, presentó como prueba el cadáver y, sorpresivamente, no hubo inadmisión. Mi cliente se aproximó y reconoció al muchacho que se ocupaba de preparar los cadáveres para los alumnos en los sótanos de la Facultad, tipo capaz de cualquier cosa por complementar los escasos sueldos de sus siete empleos. Le aplicó con saña un certero puñetazo en la entrepierna, saliendo a escape el chavea. El docto catedrático se acercó al juez y con discurso docente dijo: “Experimento realizado en 1964 sobre una zarigüeya que se fingía muerta, dio un electroencefalograma de máxima alerta.”
+1Años de minucioso trabajo me habían permitido desarrollar una sofisticada técnica denominada Abogacía Científica, que lograba ganar casi cualquier caso uniendo la metodología jurídica y científica. De esta manera, había inventado una técnica de interrogatorio infalible en la detección de mentiras a la hora de testificar. También había creado una caja capaz de analizar cualquier prueba mediante ultrasonidos. Un potente software que combinaba ingentes bases de datos de jurispriudencia e inteligencia artificial generaba recursos que jamás habían sufrido una inadmisión. El punto culminante era una técnica ultrasecreta de gestión económica que me había permitido cobrar mis honorarios a tiempo y sin fallo alguno. El sueño de todo jurista… hasta que llegó el día fatídico. Una alarma se encendió en mi ordenador alertando de una incidencia grave. Lloré y maldije cuando descubrí el impago de 15 meses que echaba abajo todo mi gran proyecto. Maldito Turno de Oficio.
+3Tío Fernando me nombró heredero de su despacho a condición de que nunca abriese la caja dorada que reposaba sobre el bufete de caoba. “Si lo haces, se escapará el abogado de la guarda”, susurró. Como conocía bien los delirios de mi tío, decidí seguirle la corriente.
Días después, me sorprendió la asombrosa inadmisión de la demanda contra un cliente al que pretendían desahuciar los fondos buitre. Luego vino el fallo favorable a las pruebas gratuitas de ultrasonidos prenatales para mujeres sin papeles, seguido de la multitud de madres dispuestas a testificar contra sus propios hijos por violencia de género.
Empezaba a acumular fama con mis victorias insólitas cuando la curiosidad me pudo. Como suponía, no había nada dentro de la dichosa caja. Pero desde entonces no he conseguido paralizar un desahucio más y, a pesar de todas mis argucias jurídicas, el número de maltratadores absueltos sigue aumentando cada día.+11A cualquier abogado lo peor que puede sucederle es la inadmisión de plano. Por eso yo siempre mimo las demandas, las cuido hasta el más mínimo detalle, al menos hasta ahora. El papel me lo permitía, no en vano lo aguanta todo. Acariciaba los folios, si crujían el fisio les aplicaba ultrasonidos hasta lograr la tersura deseada, y cuando era necesario mi peluquero los teñía del color más apropiado.
Ahora es distinto. La demanda digital la veo pero no la aprehendo, no sé si me explico. El fallo puede asomar en cualquiera de las insípidas líneas, y por más que las reviso nada me parece bastante. Por eso guardo en una caja las demandas en papel, cuidadas a la vieja usanza, por si me inadmiten una y tengo que llevar a mi fisio y a mi peluquero para testificar que cuando salieron del despacho estaban en perfecto estado de revista.
+5Como si aún no se hubiera inventado el diagnóstico mediante ultrasonidos, a Rosario la abrieron en canal para comprobar si se había tragado la caja de música con las joyas de la señora. De la caja, ni rastro. Pero seguían acusándola aunque su abogado pedía la inadmisión de las pruebas inventadas por la Doña. Esa y otras palabrejas pronunció cuando vino a pedirme que fuera a testificar. Yo quería ayudar a la Charo. Pero también quería conservar mi trabajo. No podía permitirme el menor fallo. Pero el hombre insistía y terminé accediendo. No diré nada malo, y listo, me prometí.
Cuánta razón tenía mi madre. La mala conciencia pesa demasiado. Lo comprobé poco antes de entrar a declarar. Un repentino ataque de hipo me puso contra la pared. Decir, no pude decir nada. Porque cada vez que abría la boca para hablar, sonaban dos o tres compases de Para Elisa.+12Entró en mi despacho. Se llamaba Ulises. Quería divorciarse.
Su historia era vieja como los pliegues del mundo.
Un matrimonio arrasado por el cáncer de la rutina y, de pronto, unos ojos verdes zarandeando su alma y recordándole que aún estaba vivo.
Por mi parte, no hubo inadmisión: "Ulises, soy el abogado que busca".
Nos dimos la mano. Después me mostró una caja, regalo de ella. Quería dejarla a mi cargo unos días.
Acepté.
No. No voy a testificar. Tuve un fallo, lo sé.
La abrí.
Miles de ultrasonidos llenaron la estancia y bailaron un tango con mi piel.
Y la voz de todas las voces me susurró canciones de hombres valientes que arriesgaron todo por amor.
Al día siguiente salí de casa, entré en una agencia de viajes y compré un billete de ida para el país de las sirenas.+5Quedé con él en una cafetería para indicarle cómo testificar de forma eficaz y resultó ser una caja de sorpresas. Cuando llegué, extendí mi mano para saludarle y me dijo: «No se moleste, el fallo no será favorable, perderá el juicio, señora letrada, el juez decretará la inadmisión de la prueba». Yo aún seguía de pie con la mano extendida y la sonrisa congelada, tardé en reaccionar, sentarme y preguntarle: «¿Cómo lo sabe?». «Lo sé» fue su única respuesta y durante los quince minutos que permanecí allí, no conseguí sacarle más. Me despedí de él y cuando me alejaba le escuché decir: «¡Tenga cuidado con el escalón, le recomiendo que se trate el esguince con ultrasonido!». Le miré con incredulidad y pregunté: «¿qué esguince?» instantes antes de caerme en el escalón y lesionarme el tobillo. Y eso que estaba advertida...
+6El Abogado, capítulo 1.
Raffaele Basso · BarcelonaOtra vez. Se había prometido no volver a dormir así, sin embargo allí estaba. El dolor de espalda lo mataba cada día un poco más, el oído le pitaba como un ultrasonido, a los 55 años no era saludable dormir sentado en una silla. Su despacho pasó a ser su morada cuando aproximadamente tres años atrás se había dejado, o mejor, su mujer lo dejó cansada de esperar a un hombre y con un pelotón de amigos dispuestos a testificar contra él, así que decidió irse de casa a manos vacías y con una caja de promesas no cumplidas bajo el brazo. Desde aquel entonces tenía una cama plegable al lado del escritorio que raras veces utilizaba. La cara yacía pegada a una hoja de papel sobre la mesa, con el rabillo del ojo aún podía leer: “Fallo…Inadmisión…” y de repente se acordó de su último fracaso judicial.
+3Año 2026. Metrópoli de la Justicia. Polígono de Abogados. Nivel 48. Despacho 56.523.976. El secretario-administrativo-abogado abre por telepatía la portezuela del teletransportador, y el cliente entra al despacho sideral a toda prisa. El secretario-administrativo-abogado le expone que finalmente el vecino deberá testificar virtualmente sobre el intrincado asunto de la multi-estafa digital. Tras relatar pormenorizadamente al cliente el problema sobre inadmisión del testimonio personal, este le pregunta si deberá abonar un sobreprecio por la variación conceptual del asunto. El secretario-administrativo-abogado recalcula telemáticamente y sin fallo alguno la caja virtual de cobranzas, y con el lector de huella digital más el bastanteado virtual, obtiene instantáneamente la cifra. El cansino cliente aún pretende discutir el precio: “No es usted el único Abogado”. A lo que repone el secretario-administrativo-abogado “Señor, yo no puedo rebajar más el precio, que es el que pone en el rótulo gigante con ultrasonido del establecimiento: «Abogado todo a Cien»”.
+9El viejo está callado mientras le comunico que el juez ha acordado la inadmisión de la querella. Asiente, esbozando una triste mueca de alivio, mientras sus ojos derraman la tensión acumulada durante las últimas semanas. «Se ha marchado». No entiendo. «No soportaba tanta vergüenza…». Toquetea una pequeña caja negra con varias luces: su último invento para ahuyentar plagas mediante ultrasonidos. «La he desarmado docenas de veces, pero no encuentro el fallo…».
Me duele ver así a mi padre. Le acuno emocionada como él hacía conmigo cuando los estudios se me torcían y quería abandonar. Le digo que conseguirá solucionarlo porque es un gran inventor; que mamá volverá, como siempre; que todo el barrio podría testificar que sus inventos les hicieron la vida más fácil… Que yo misma no sería abogada sin su ejemplo de tesón y honradez, y sin su toga mágica, esa con la que no pierdo ningún juicio.
+80No había otra manera, la inadmisión de la demanda lo había llevado a testificar delante de ellos. Lo miraban de arriba a abajo con cada uno de sus ocho ojos y él sentía todo el miedo que no podía demostrar.
-El fallo de la sentencia, señores de Lexnetia Futura, no debe llevarles a malinterpretar la verdad de los hechos.
A aquellas masas corpóeas no les hacía falta hablar. Intercambiaron parpadeos y activaron la caja designada a aplicar la justicia. El artilugio hizo desfilar el código binario de los antiguos humanoides y finalmente desprendió el ultrasonido que solo los culpables pudieron escuchar. Así se vive la abogacía en el año 3016.+28Un día vas feliz camino del trabajo y al otro te despiertas en el hospital sin poder moverte, la caja torácita embutida en un corset y los puños apretados de impotencia.
Estaba preparando el mejor caso que me había llegado este año, sabía que el fallo sería favorable, no cabía ningún tipo de inadmisión, todas las pruebas estaban contrastadas, ni siquiera necesitaba nadie para testificar, pues su inocencia estaba más que probada. El impacto había sido brutal, después de saltarse un stop y empotrar a mi cliente bajo un camión, dejándolo en una silla de ruedas para el resto de sus días.
Y ahora soy yo el que revive esta historia día tras día, masaje tras masaje, ultrasonidos, corrientes y todo tipo de rehabilitación, luchando de forma sobrehumana para poder salir andando de este infierno.+19Llevo muchos años ejerciendo, esperando siempre de cada procedimiento una sentencia favorable y con el mismo entusiasmo que el primer día. Pero hoy no. Hoy el fallo que tendré que escuchar me genera un sudor frío impermeable y un miedo intransitable, mucho miedo. Cuando me pasaban el otro día el ultrasonido por el pecho, en una prueba rutinaria, andaba yo pensando en unas conclusiones, en mis recursos, en mis clientes... Y luego el médico entró a testificar. Malditas palabras. Quiero pedir ahora y a gritos, en esta sala de espera, la inadmisión de la prueba. Soy una persona sana, como bien, hago ejercicio y me estreso lo que la toga provoca, nada más. No quiero terminar en una caja de pino, me quedan muchos juicios que celebrar. Escucho mi nombre en la boca de esa enfermera, como si fuera el auxiliar de justicia, y entro acusada a escuchar la sentencia.
+19Menudo día. De buena mañana, un caso con una inadmisión de recurso que no esperaba, otro donde mi único testigo en un caso de violencia doméstica se niega a testificar; en el siguiente, mi defendido se pone nervioso delante del fiscal y empieza a decir todo lo contrario de lo que le aconsejé. Ha acabado declarándose culpable. Así, él solito. Más tarde, el juez ha emitido un fallo en contra de mi mejor cliente… Cinco años de cárcel. En la oficina me esperaba una pareja para hablar de un divorcio de mutuo acuerdo. Han acabado tirándose de los pelos encima de mi escritorio.
Por suerte, cuando llego a casa, me llevo una alegría: ha llegado el aparato de micromasaje por ultrasonido que compré por internet. Pero abro la caja y en su lugar hay un taladro multiusos.
La buena noticia es que solo quedan 248 días para irme de vacaciones.+18"Hemos ganado esta batalla. Finalmente conseguimos la inadmisión de la iniciativa legislativa para prohibir el aborto. Nunca cesaré en mi empeño de defender los derechos de las mujeres", sentencia orgullosa la mediática abogada, blandiendo enérgicamente en una mano el fallo judicial que avala sus palabras.
En medio de una nube de periodistas monta en el coche, relega al asiento trasero la caja de expedientes por revisar y se centra en su próximo cliente: una menor embarazada. Típico. Sencillo. Sus padres concertaron una cita para consultar los términos legales del aborto.
Intenta ponérselo fácil "tranquila, ni siquiera tendrás que testificar", pero la joven mantiene fija la mirada en sus manos entrelazadas. De repente enmudece pues la chica parece salir de su letargo. Se levanta lentamente, depositando en la mesa una imagen de ultrasonido donde puede intuirse claramente una forma humana. Le clava una mirada suplicante: "Defiende mis derechos. No quiero hacerlo".
+17Le sobreviene un vahído al leer el auto de inadmisión de la demanda de paternidad, a la que para más inri califican de falsa y frívola. Desmadejada sobre el sofá se lamenta de que ni siquiera tendrá la oportunidad de testificar. La justicia comete un fallo inaceptable, de consecuencias catastróficas. El padre de mi hijo es el abogado del diablo, tal y como demuestra el ultrasonido. La foto de la ecografía es clara, en medio de la caja torácica, en lugar del corazón, late un ejemplar del Código Penal.
+13Cuando dictaron el auto de inadmisión de las pruebas incriminatorias por su obtención "irregular" pensé que la suerte sonreía a mi defendido y que por esta vez se libraría. El juez que lo iba a juzgar era prácticamente ciego y decían que había desarrollado extraordinariamente el sentido del oído hasta ser capaz de detectar ultrasonidos. Decían también que juzgaba “de oído” y los testigos temblaban cuando iban a testificar pues sólo por el tono de su voz sabía si mentían. Di instrucciones a mi defendido para que se acogiera a su derecho a no declarar y que cuando le ofrecieran el turno de la última palabra, lo rehusara. Pero mi cliente, además de un criminal, era un tipo presuntuoso y su vanidad no le permitía callarse. Cuando terminó el discurso defendiendo su inocencia supe que el fallo sería irremediablemente condenatorio y que mi cliente acabaría en una caja de 2x2x2.
+8Como todos los abogados utilizo a diario el lenguaje jurídico como herramienta de trabajo y aun así, hay ciertos términos que me producen auténtico pánico cuando son pronunciados por su señoría en la sala.
La palabra más odiada por mí es el término inadmisión: inadmisión por un fallo en los requisitos formales de la demanda, inadmisión de una prueba, inadmisión del testigo por su incapacidad para testificar….
“INADMISION”, maldita palabra, que cuando no es pronunciada por mí para defensa del interés de mi cliente, me hace sentirme avergonzado por no haber sido capaz de prever las consecuencias de mis actos y haber defraudado, así, la confianza de mi defendido. Me gustaría guardarla en la caja de los recuerdos o que fuera tan imperceptible como los ultrasonidos al oído humano, seria señal de que no se ha pronunciado y la confirmación de un trabajo bien hecho.+12- Ave María Purísima.
Gustaba de referir como testificar a confesarse. Habitualmente en su concatedral de cabecera, por afinidad con el párroco, porque jamás contemplaba su inadmisión por ruindad como una posibilidad de procedimiento. Extrañamente, la Iglesia todavía no hacía caja por prestar el servicio.
Sin embargo, la voz emergente tras la rejilla no era la acostumbrada. Tan resuelta como timbrada, le provocó al confesante una vacilación impropia en alguien avezado a detectar incluso los ultrasonidos que subyacían en las declaraciones de testigos y acusados.
Sobrepasados los preliminares del ritual, el cura debutante preguntó:
- ¿De qué pecados se acusa usted?
Acusar.
El infinitivo le desentumeció esa arrogancia que trataba de sacudirse en cada confesión sin conseguirlo.
- Sólo de uno, padre, uno que envuelve a los restantes: soy abogado - recopiló.
El fallo del nuevo sacerdote no se hizo esperar.
- Rece cien padrenuestros. Con todo, no serán suficientes...
+15Me tocaba testificar ante el Tribunal sobre la malversación de caudales públicos que había cometido durante años como Alcalde del Ayuntamiento de mi pueblo. La prueba de cargo era mi ordenador personal y pese a que mi abogado había solicitado su inadmisión puesto que demostraba la contabilidad B del Ayuntamiento, allí estaba, dentro de una gran caja delante de su Señoría. En cuanto el oficial lo encendió e introdujo la clave que diligentemente le dicté, se oyó en sala un ultrasonido tan fuerte que nos hizo taparnos los oídos y seguidamente explotó. Ya sabe, Señoría, estos aparatos tienen un defecto de serie, habrá que demandar al fabricante o al instalador en su caso, indiqué yo. Días después llegó el fallo de la Sentencia: absuelto por falta de pruebas. Ya me lo dijo mi madre, una gran abogada penalista: “si vas a delinquir, prepara antes las pruebas para defender tu inocencia”
+9Era un caso difícil. Sabía que el fallo dependería del testimonio de un testigo- la inadmisión de las demás pruebas nos había puesto en esa tesitura- y que ese testigo había sido sobornado por la contraparte para mentir. Inadvertidamente coloqué el “artificio” sobre mi escritorio en el estrado, a la vista de la sala, pero oculto para el tribunal. El testigo entró muy nervioso y no apartó la mirada del “artificio” ni un instante mientras le arrancaba su confesión. Previamente a testificar, mientras esperaba, una compañera había fingido un encuentro casual y distraídamente le había informado sobre la reciente instalación en los juzgados de máquinas que por medio de ultrasonidos y demás jerga pseudocientífica detectan cuando los declarantes mienten. Fuera del juzgado desenvolví la caja de bombones que había costumizado para el señuelo con papel de plata, luces y clavijas, y los chocolates nos supieron tan dulces como la victoria.
+7Con la inadmisión a trámite del incidente de nulidad de actuaciones desaparecía toda esperanza de poner fin al proceso. No dejaba de martirizarse con la idea de que había planificado el robo perfecto: La caja fuerte estaba en su sitio, el relevo de guardia se produjo a la hora prevista, ¡acertó con la combinación...!, pero no contaba con el sistema de ultrasonidos que le delataría. Un fallo imperdonable en un profesional de guante blanco como él. Ahora todo dependía de lo que pudiera testificar aquella amable vecina octogenaria con la que se había cruzado en la huida.
- ¿Qué opinas letrado?
- Tempus regit factum, amigo mío. La que es clave de tu condena, también reúne las condiciones idóneas para que su "digo" sea "Diego" el día del juicio... Y si es que la buena señora aguanta, además, los tiempos de nuestra justicia.
El juicio tardó... y el abogado acertó.+9Saltó la alarma. Los compañeros del bufete abrieron a patadas la puerta de mi despacho blandiendo extintores. Y ahí estaba yo cubriéndome el rostro con un informe pericial realizado con costosas pruebas de ultrasonidos convertido en cenizas, como mi flequillo.
Sólo un instante antes estaba Don Julio explicándome que le habían denunciado y que le querían quitar a Luís, su mascota.
Le expliqué con una sonrisa, que no siendo peligrosa, no estando en el CITES y si no daba molestia alguna, lo más probable era la inadmisión de la denuncia, que como mucho tendría que testificar y mostrar el animal al juez. Pero él temía un fallo en su contra.
–Julio, ¿qué animal es? – pregunté impaciente.
El levantó la caja que llevaba consigo, la puso en sus piernas y la abrió. -Tiene alergia al aire acondicionado -se disculpó.
En el interior había un pequeño dragón a punto de estornudar.+8-¿Reconoce esta caja?
-Si —respondo mosqueado.
-¿Podría decirnos qué contiene? —me interroga el fiscal con ademanes de mago engreído, mostrando mi caja vacía al jurado.
-…Ultrasonidos…
-¿Puede repetirlo alto y claro para que conste en acta?
Se nota que Gómez disfruta en su papel de fiscal.
-¡Ul-tra-so-ni-dosss! —silabeo, sin un solo fallo.
Provengo de una larga familia de juristas. Estoy familiarizado con expresiones como “jurisprudencia”, ”inmunidad jurídica”, “enajenación mental” o “inadmisión de pruebas” (de lo que trata la actividad de hoy).
Yo quería interpretar al abogado defensor (como mamá o los tíos Lucas y Miguel), también me presté para el papel de fiscal (como papá, el abuelo Alejandro o tía Úrsula), incluso para el de juez (como el abuelo Marcial). Pero me tocó hacer de testigo. Y voy a testificar, pero alterando el guión para que rabie el pelota de Gómez:
-¿No me cree, señor letrado?... ¡interrogue a mi perro!
+27— Nunca le procesaron.
— Qué pinto aquí. ¿De qué se me acusa?
— Lo sabrá. Someterse a juicio, le consta, no es tan terrible.
Otro de los jueces aventuró:
— Pruebe a testificar. Defiéndase.
— ¿De ustedes? Y la inadmisión acto seguido. Reclamo mi derecho a la asistencia letrada.
Intervino el presidente:
— ¿Qué hacía sobre las quince de ayer?
— Dar una cabezadita.
— Ya, pero sin abrir en absoluto la caja de los sueños, ¿me equivoco? Ni de madrugada. Considerando que ese es el problema. Resultando que cabe perfectamente una interpretación alquímico-humanista de la norma, visionaria, lejos de su letra, benéfica como los ultrasonidos, tome nota del fallo: Debemos condenarle y le condenamos, cartesiano, condenado abogado terrícola, a que, antes de dormirse, lea Las mil y una noches. Fiscal Abductior—: Homologo la sentencia.— ¿Algo que alegar, letrado Legiórbitus?—: Bastaría con la mitad más una de las páginas.+7¿Sabéis eso de que cuando morís hay una luz blanca y vais hacia allí? Pues es todo mentira. Cuando mueres aparece un enanito y te dispara con una pistola de ultrasonidos que te encoge hasta un tamaño subatómico. Luego te mete en una caja que, en realidad, es un gigantesco juzgado donde se decidirá qué será de ti el resto de la eternidad.
Lo primero que aprendes es que aquí no existe ni el derecho penal ni civil, sólo contractual. No hay leyes, sólo montones de abogados y de contratos. Los juicios son negociaciones a tres bandas entre los fiscales, abogados y jueces, los cuales odian sentar jurisprudencia, porque eso sería una inadmisión del principio básico de este lugar: todo es negociable. Y eso, claro, coartaría la libertad para negociar. El fallo del juez es simplemente la rúbrica del contrato por las partes.
Os dejo, me toca testificar. Deseadme suerte.+11Hola, hijo. No me acostumbro a no tenerte. Habitabas un mundo ignoto y prohibido, pero jamás me resigné a que tu autismo fuera una cárcel infranqueable. Ni siquiera antes de que iniciaras la terapia con Leo.
¿Sabes que ahora es una celebridad? ¿Recuerdas el caso de ese terrible accidente de avión en pleno vuelo sobre el mar? Gracias a su potente ultrasonido fue posible localizar la caja negra, con la que conseguí probar que todo fue debido a un fallo técnico. Finalmente la aseguradora tendrá que asumir mayores indemnizaciones para los familiares de las víctimas. Hasta me rondó la idea de llamarle a testificar, pero me temo que habría estado abocada a la inadmisión.
Desde que nos dejaste, Leo viene a esta playa cada año tal día como hoy. Las caricias que prodigo a ese conmovedor delfín tienen tu rostro por destino. Allí está. Salgo a tu encuentro, hijo.
+28Recuerdo el día que me llamaron a testificar, me sudaban las manos, me temblaban las piernas. Me levanté del pupitre y me puse delante de toda la clase. Recuerdo que me falló la voz, pero no las ganas de dejar rodar las lágrimas que no me permití derramar en público. Recuerdo que mis sentidos se amplificaron ante la impotencia, juro que mis oídos podían escuchar el ultrasonido procedente de la última fila. Mis labios empezaron a susurrar todos los sucesos de la pela, cada detalle contenido dentro de una caja con las pruebas que me incriminan en la contienda. Ya he sido escuchado y por las miradas, he sido juzgado. Puedo predecir que el fallo será culpable, no les importa, si me enfangué o me revelé contra los abusones que querían robarme el dinero del almuerzo, no obtendrán la inadmisión de mi delito.
+18El intenso olor del alcanfor me recuerda cuando siendo niño, mi madre preparaba la ropa de abrigo el domingo, justo antes de empezar el curso.
Al acabar la carrera, me regaló una toga de excelente paño. Ese mismo aroma, al abrir la caja, me hizo comprender el sacrificio hecho por una madre soltera para que fuera abogado.
Todavía conservo mi preciado regalo. Aunque hay aparatos de ultrasonidos eficaces contra la polilla, prefiero usar alcanfor. Cuando un caso se pone difícil, recurro a mi antigua toga.
¿Que hay que conseguir la inadmisión como prueba de unos documentos obtenidos irregularmente?
¿Acaso, tirar de la lengua a quien se niega a testificar con claridad?
¿Y si preveo un fallo demasiado severo?
Entonces, mediante sutiles movimientos de la tela, envuelvo la sala como en un hechizo, invocando en los presentes el recuerdo inconsciente de la infancia. Y la justicia, prevalece.
+64Emisarios del rey, hombre de reconocida sabiduría, promulgaron la necesidad de cubrir un excelso puesto para el cual se requería ser letrado y pasar una dificilísima prueba. Sopesando inexperiencia y bolsillo ante centenares de preparados aspirantes y leguas de viaje, decidí presentarme. En un salón palaciego, tras una bellísima mesa ornamentada de caoba, cuatro consejeros: alquimista, constructor catedralicio, magistrada y escribana, realizarían, por turno, una pregunta que debía responder escuetamente.
“¿Cuál es la transmutación más lenta?”, preguntó el primero. “Convertir el hierro carcelario en aire”, respondí inmediatamente.
“¿La edificación más ardua?”, demandó el siguiente. “Construir la verdad del culpable”, expuse.
“¿Las leyes más insondables?”, preguntó la magistrada. “Las de la Naturaleza”, indiqué.
“¿Y el arcano poder de las palabras del oráculo: testificar, fallo, caja, inadmisión y ultrasonido?”. Tras pensar detenidamente la extraordinaria pregunta, sugerí: “Con otras 145 escogidas hábilmente conformarán fantásticos universos de abogados”.
Y así conseguí ser Becario Real.+28El letrado se acercó a su cliente y le susurra:
–Ha llegado el momento de testificar. Ni caso a la prensa.
–Sigo sin entender este revuelo– respondió el cliente apesadumbrado –. Se trata simplemente de recurrir un fallo injusto de inadmisión de patente
–Lo dices como si se tratara de patentar una caja de zapatos– le respondió el abogado sonriendo, mientras avanzaban hacia la sala.
–Pues, más o menos. Este aparato de ultrasonido no es mucho más grande.
–Pero lo quieres utilizar para detectar la veracidad de las declaraciones penales. Dejarías sin trabajo a los jueces y fiscales.
–Pero el aparato solo detecta la culpa, no la gestiona.
–¿Y quién separará la culpa del delito? ¿Quién distinguirá al inocente que se siente culpable?
Ambos se paran en el umbral de la sala de vistas. El cliente mira a su letrado, y dice:
–Para eso ya estáis los abogados.
+29Cuando llegó al bufete encontró una gran caja en la entrada. Su dolor de espalda le persuadió de moverla y se limitó a tomar la nota pegada en la tapa. Empapada por la lluvia, la tinta estaba tan desvaída como las palabras que consiguió leer: " regalito"... "hacerte daño"... y, firmado, "J...". Pasó una mano temblorosa por su frente y aflojó el nudo de la corbata. En el control de seguridad le confirmaron que era un aparato electrónico. Aquellas palabras martilleaban la mente del juez... Recordó que hizo testificar a aquel poderoso magnate, Jonás, pero la inadmisión a trámite del caso le eximía... O ¿quizá fuera el fallo del juicio por la tarjetas falsificadas?, estaba implicado aquel pez gordo, Jaime... El sonido del teléfono le sobresaltó.
—Cariño, ¿te ha gustado el ultrasonidos? ¿Y la nota? Escrita por tu hijo... solito: "Un regalito para no hacerte daño en la espalda. Jorgito".+32Soy la desgraciada protagonista de una copla. Parezco Shirley MacLaine en “El apartamento”. Me considerarás amante despechada... Pues lo siento. Vas a escucharme. Siempre jurándome en vano que cortará contigo… Pero le tienes abducido. Si tú le dices ven, lo deja todo. Puedo testificar que ocupas lo mejor de su vida; yo, apenas unas horas, que él se pasa durmiendo, de puro agotamiento. Aquí me tienes, una muñeca rota, ante la caja tonta, saltando del documental sobre comunicación por ultrasonidos entre mamíferos a la teletienda. No puedo más. Voy a dictar un fallo inapelable: ¡Se acabó! ¡Hasta aquí hemos llegado! Curiosamente soy la legítima, pero parezco “la Otra”. Si al menos fueras mujer de carne y hueso… ¡Te maldigo, Abogacía! Hoy es nuestro aniversario y mírame: yo en arresto domiciliario; él, pateando el juzgado, recurriendo la inadmisión de una provisional, matándose por librar de la cárcel a un criminal convicto.
+92Cierto es que Daniel y sus tres hijos esperan que el tribunal revoque la sentencia de primera instancia, pero más cierto es que Juan no lo espera. El proceso había sido un catálogo de inadmisiones de prueba; la pericial de ultrasonido no fue concluyente y nadie quiso testificar en su favor. Una legión de peritos pagados por la aseguradora repetían, como una caja de música, la cantinela de la ausencia de negligencia en el demandado. Los años de toga y su escepticismo existencial presagiaban otro fallo desfavorable.
No tenía norma que esgrimir ni dios al que rezar, pero… sin saber por qué, recordó a Machado (“hoy es siempre todavía”), recogió del suelo la foto que se había caído del expediente; era de Cecilia, sonriente, tomada días antes de morir. Encendió una cerilla y con ella, una vela. Y comenzó a aporrear el teclado: “… formulo recurso de apelación…”
+7Me despierta un anuncio de seguros. Apago el radiodespertador de inmediato. Salgo de la cama de matrimonio, tratando de no hacer ruido, y, ya en la ducha, me pregunto: ¿Se acordará mi despistado cliente, el señor Y, de que hoy tiene que ir a testificar?, ¿acabaré la demanda de la señora Z a tiempo, o sufriré, por vez primera, una inadmisión por presentación extemporánea?, ¿cuál será el fallo del tribunal en el procedimiento 257/2014, tras catorce cajas de laboriosa instrucción?
Mentalmente ya estoy trabajando, aunque no me haya afeitado todavía.
Creo que nunca seré capaz de evitarlo.
Entonces mi hija, de poco más de dos años, invade el cuarto de baño y me da, sin previo aviso, un beso de alta definición en la mejilla. Ese gesto mágico actúa como un reconfortante ultrasonido, que ahuyenta mis preocupaciones, y me convierte en la persona más feliz del mundo.+11La última cita del día. Aquella clienta hablaba sin parar, sin propiedad y sin que le preguntaran. Pero lo más llamativo era el aspecto de sus ojos asimétricos, hundidos tras unos pómulos excesivamente prominentes. Sin duda, algún fallo del cirujano plástico, del que me había venido a hablar: que si sus tratamientos por ultrasonidos, que si la consulta llena de cajas de potingues, que si tenía reservado derecho de “inadmisión”, que si los “desplantes” faciales, que si su amiga vendría a testificar… En algún momento, desconecté, lo confieso. Y en cuanto pude, aproveché la ocasión para poner fin a aquel monólogo.
- Doña Mercedes, déjeme todos los documentos y enseguida preparamos la demanda. Pediremos una buena indemnización por ese estropicio que le han hecho en la cara.
Calló y me dirigió una mirada que intuí atónita.
- ¿Mi cara? ¡Yo lo que quiero es que le desahucie de mi local!
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