Imagen de perfilUNA INVERSIÓN

ÁNGEL SAIZ MORA 

Acuden a mí cuando su salud, con motivo de la edad, se convierte en un factor a vigilar. Es el momento de preparar la defensa.
Tanto si alcanzo un acuerdo amistoso, como si el juicio se celebra, no debo ocultar las faltas de mis clientes. Nada escapa a ese Alto Tribunal, desde una simple nuez, sustraída de una frutería en la infancia, a una mentirijilla que causó algún perjuicio. Mi trabajo consiste en buscar atenuantes, proteger a mis defendidos de interpretaciones estrictas de unas leyes consideradas sagradas.
Siempre sucede lo mismo: resultan absueltos, cruzan la puerta de acceso al Paraíso y no vuelvo a verles, ni cobro mis honorarios. Suelen despedirse con un: «Que Dios se lo pague», que en nada ayuda a llegar a fin de mes. Lo importante es que, con mi altruismo, me estoy ganando el Cielo.

 

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