XII Concurso de Microrrelatos sobre Abogados
Ganador del Mes
PURA JUSTICIA
ANA Mª GARCÍA YUSTEHace tiempo que olvidé por qué estudié Derecho. Madrugada. Cuesta creer lo que cobra un abogado por guardia pero aquí estoy, defendiendo a un tipo que acaba de matar a un hombre. De edad indeterminada, falto de salud, se mece presa de la abstinencia sin dejar de vigilar el suelo. Le pregunto; calla. No tengo acceso a su mente aunque a simple vista parece obvio; por un par de euros sería capaz de vender a su madre. Al irme llega una policía con un menor, su hermano, testigo de lo ocurrido, y es cuando recuerdo por qué me hice letrado: creo que alguna vez este yonqui que defiendo fue niño y alguien debió quererle, como él ahora a su hermano pequeño al que quiso proteger del camello que insistía en venderle droga y convertirlo en lo que odiaba ser. Yo sería incapaz de sentenciarlo. Qué difícil trabajo el del juez.
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El más votado por la comunidad
Toda una vida
Pablo García MuñizLa causa del primer litigio entre los hermanos fue la propiedad de un nicho, herencia de su familia. Quise buscar una solución amistosa: - No tenéis edad para estas chiquilladas -les dije. Fue inútil. Ambos comenzaban una guerra fratricida que no estaban dispuestos a abandonar. Tras varios juicios ganados, pasé de proteger los intereses de Carlos a defender los de Juan cuando éste se ofreció a doblar mis honorarios y lo hice sin remordimientos, harto de sus disputas. Agotaron tiempo, salud y recursos peleando cada una de sus propiedades, como única forma de reivindicación personal. Hoy, soy el encargado de vigilar que la ceremonia se ajuste a la voluntad de ambos. El cementerio, vacío, su acceso cerrado a curiosos. Frente al mausoleo, el sepulturero y yo confirmamos en silencio la peor de mis sospechas: el doble féretro de los siameses no cabe entre las paredes del angosto y codiciado nicho.
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Relatos seleccionados
EL FINAL
Samuel Rodríguez Torondel · Olesa de MontserratMiré distraídamente por encima de sus manos, que no paraban de gesticular, para encontrarme con unos intensos ojos verdes de avanzada edad que habían perdido su salud aunque no su belleza.
Como abogado laboralista mi deber era proteger sus intereses, escuchar sus quejas y si era posible apaciguar sus ánimos. Lo cierto era que sus ojos ya no podían vigilar como antaño, ya no tenían acceso a una realidad nítida y clara, una visión parcial que le impedía ejercer su oficio como transportista de mercancías peligrosas.
Yo, con el informe médico sobre la mesa, esperaba pacientemente que cesaran todas y cada una de sus explicaciones para comunicarle y convencerle de que su carrera profesional había llegado a su fin. Un abogado haciendo las veces de psicólogo, nada nuevo por otra parte.
0 VotosAl pasar cerca de los baños los vio. Cuatro niños de su misma edad acorralaban a uno de los más pequeños. Otros dos cobardicas no paraban de vigilar, escondidos tras una esquina, por si venía el profesor. Estaban tan nerviosos que no se dieron cuenta de que los había descubierto.
Ella analizó la situación y comprendió que, para proteger a aquel chico, aunque sabía que era el acceso más complicado, su mejor opción era esquivar a los centinelas escalando por detrás de las fuentes del patio.
Con la agilidad de un gato fue hacia allí, sin preocuparse por su salud ya que ella misma había sobrevivido al acoso, y se encaró con los matones. Mientras defendía lo que de verdad creía justo, sintió como una emoción maravillosa se adueñaba de ella y entonces supo, con total certeza, que seguiría los pasos de su madre. Sería abogada.0 VotosFracaso
Nuria Antoñana Saenz-López · NavarraSara era la única con acceso al fondo de sus pensamientos. Frente a ella, Daniel no necesitaba vigilar su comportamiento para proteger su relación de las asperezas habituales del trabajo. De haberlo hecho, hubiera supuesto una pérdida de energía y tiempo, y además de no disponer de ninguno de ellos últimamente, ella hubiera dado con suma maestría con aquello que a él le preocupaba y no había logrado dejar para mañana sobre su mesa de trabajo. Era parte de su ritual diario.
Pero esta noche era diferente; la resolución del juez había llegado al bufete dos días antes de lo esperado. La demanda del fiscal por delito contra la salud pública en desatencion de personas de la tercera edad no había prosperado. Y a Sara le faltaba su madre. Y aunque a él le sobraban leyes para explicárselo, hubiera renunciado a todo y firmado que fuera ese su primer fracaso0 VotosNada más terminar, corrí hacia Christie’s. Pablo habría terminado hacía dos horas. A los abogados, en ocasiones, nos gusta emborracharnos tras los juicios. Pero Pablo, esta vez, no era abogado. Estaba juzgado por un delito contra la seguridad vial. Esa tarde le quería vigilar o, mejor, proteger de sí mismo. Solo hay algo peor que un médico enfermo: un abogado acusado. Nada más entrar supe que no había ido bien. Los juicios no son como en las películas y las borracheras de abogados, tampoco.
— Está perdido. —dijo.
— ¿Qué es lo peor que puede pasar? Venga, ¡salud! —brindé.
Era una pregunta retórica: sabía que, a su edad, podía ser el final de su carrera. Bebimos poco. Hablamos mucho. Le prometí ayuda en la defensa del recurso, si perdía. Entonces sentí su acceso de rabia y vi, por primera vez, sus amargas lágrimas de abogado herido en el orgullo.
0 VotosHacía tiempo que había olvidado las quimeras que, cuando estaba en la facultad, me alentaron a hacerme abogado. Resulta que, al amparo de la igualdad y el derecho de acceso a la justicia, uno tiene que defender cosas que jamás haría. Acababa de conseguir la absolución de mi cliente por vertidos en aguas marítimas, y se suponía que debía celebrarlo.
No recuerdo si pude acabarme la copa y, si lo hice, él se encargó de que no disfrutara. Era un hombre de edad avanzada al que le quedaba tan poca salud como esperanza. Se ensañó en vigilarme con una mirada que tenía más vocación de reproche que intención real de mirar. Cuando empezaba a cansarme de sentirme juzgado, se levantó y pronunció su sentencia.
-No cometas mis errores: si no quieres proteger el planeta porque es tuyo, al menos hazlo para que algún día llegue a ser de tus hijos.+2DIOSA JUSTICIA
Arancha Martín · COLLADO VILLALBA, MADRIDNo había pruebas fehacientes. Altivo, entró en la sala. La jueza le leyó los cargos: canibalismo con el agravante de parentesco. No mostró el más mínimo atisbo de arrepentimiento. Ni se inmutó, todo se basaba en indicios y rumores. El fiscal llamó a su testigo protegido. Acusado y defensa se miraron de soslayo con gesto desdeñoso. No tiene nada— bisbiseó la acusación.
—Invoco a Júpiter.
Saturno desconocía que hubiera sobrevivido. Consciente de su incapacidad de proteger el acceso al trono que prometió a su hermano ni vigilar a su mujer, se le revolvió el estómago y, debido al problema de salud provocado por Ops al alimentarlo con piedras, vomitó a los hijos que había devorado. Ahora sabía que su vida sería un infierno.
Conforme, la diosa Justicia abandonó la sala mientras Goya, dibujante de los dioses desde la Edad Antigua, plasmaba en lienzo la reconstrucción de los hechos.+4No habían pasado ni cinco minutos desde que me confirmaron que estabas dentro de mí, cuando ya le estaba ofreciendo mi vida a Dios si con ella te iba a proteger y a ayudarte a nacer bien.
Ni dos segundos de edad tenías, cuando ya le había prometido al Diablo que se podía llevar mi alma, siempre y cuando me dejase antes el tiempo necesario para vigilar y proteger tus pasos en la Tierra mientras no te saliesen las alas y pudieses aprender a volar.
Y ahora llevo una semana de bufete en bufete buscando un buen abogado especializado en derecho espiritual porque me temo que, cuando mi mala salud de hierro se agote, tendré que librar un pleito largo y difícil para saber si mi alma tendrá derecho de acceso al Cielo o la mandarán castigada al Infierno.
Sentencie lo que sentencie el Tribunal, ¡habrá merecido la pena!
+3—Recurriremos — dijo enérgicamente el abogado.
—No creo que merezca la pena. Uno ya tiene una edad y este juicio me está matando. Mi médico dice que debo cuidarme o mi salud se resentirá.
—Pero señor Gallo, ¿va a rendirse así, sin lucha?
—Abogado, agradezco su celo, pero ya escuchó usted al juez: “el pez grande se come al chico”. Debí vigilar mejor.Se dirigieron a la puerta que daba acceso al Palacio de Justicia.
—Y ahora, ¿qué? —preguntó el letrado, aun cariacontecido. Sentía que debía proteger los intereses de su cliente…y su prestigio.
—Ahora olvidar —dijo Gallo.Ganó el exterior. Un banco enorme de sardinas se cruzó en su camino y, al pasar el último pez de plata, el recuerdo de sus hijos se volvió un poco más borroso.
Olvidar es fácil cuando se tiene memoria de pez.
+2Onírico
Marcos González Rusell · PontevedraLa salud del planeta Terra, pese a su corta edad y la de sus habitantes, era cada vez peor. El aire era irrespirable , ni con mascarilla se podía salir a la calle. Estaban todos confinados. No quedaba nada de la alegría y derroche de la que se jactaban antaño los humanoides.
Los más pesimistas auguraban un desalojo inminente hacia otros planetas , pero nadie los quería acoger ni darle acceso a su bien más preciado. Si no supieron proteger su cuna, que no harían con la ajena.
Los tendrían que vigilar todo el tiempo y eso era un engorro.
Por eso se celebró un gran juicio interplanetario, presidido por los mejores abogados. Se dictaminó prisión preventiva en un planeta modelo para iniciar el aprendizaje. Empezarían por cosas básicas. Los papeles no se tiran al suelo.+3NUNCA ES TARDE
LUIS LINARES SEVANE · BARCELONA¿Sabe Usted? Antes que abogada una es madre... No, no me malinterprete. ¿Conoce a esas tres hermanas omnipresentes en medios y redes por su activismo? Por supuesto que sí. Pues son mis hijas. Sí, claro: tanta mala conciencia como nos legaron tres generaciones de políticos en la familia, su padre ausente "sine die"... Siempre comprendí lo exigente que iba a ser vigilar y proteger a mis "Tres Furias", pero pasé años pagando multas, fianzas y minutas antes de asumir que mi destino era la toga. "¡Qué ya no tienes edad, mamá!", pero tras las pruebas de acceso a la universidad ya no reían tanto. ¿Y ahora? Ahora aprenden conmigo que es primordial conocer bien las leyes para poder cambiarlas, y sus acciones son más efectivas sin comprometer su libertad o su salud, golpeando donde es más necesario: delitos medioambientales, violencia machista... ¿Se encuentra Usted bien, Excelencia?
+1Leguleyo le llamaba su hermano, siempre despreciando sus logros, como si él no hubiese tenido el mismo acceso a los estudios. En lo que se diferenciaban era en la voluntad, la suya era férrea y la de Pedro casi inexistente, aunque él justificaba todo aludiendo a sus numerosos (e imaginarios) problemas de salud.
Habían llegado a una edad en la que, además de proteger y vigilar a Pedro, propenso a atiborrarse de cuanto medicamento cayese en sus manos, él debía ejercer su carrera con la sempiterna presencia de su hermano, siempre pronto a denostarle y vilipendiarlo ante quien fuera, para luego reírse abiertamente de su infelicidad, en cuanto quedaban solos.
Cuando ya no pudo más acabó a puñaladas con la existencia de Pedro. Mientras la vida se escurría por las heridas, su hermano tuvo el descaro de recordarle que nacieron, vivieron y morirían juntos, por algo eran siameses.+3Este era su primer caso de acoso sexual.
Había preparado la acusación minuciosamente, con mimo. Deseaba demostrar al mundo que ese hombre impecable ante la sociedad, era en realidad un despiadado acosador de mujeres desde su posición de poder.
Estaba insegura, impropio de su edad. Consultó la jurisprudencia a la que tuvo acceso. Días y noches sumergida en los libros, redactando el argumento que cambiaba una y otra vez.
Su cliente había confiado que ella demostraría que su jefe la había sometido a un continuo ataque, sutil, elegante, casi desapercibido ante los ojos de los demás, pero cruel y persistente, tanto que había conseguido minar su autoestima.
Tenía que proteger su salud mental y su integridad, pues había tenido síntomas de ansiedad que debía vigilar.
Pero sobre todo, se había propuesto que nunca más ese individuo la volviera a atemorizar.+3La vejez del Abogado
Loreto Rodríguez Díaz · AsturiasMe perdí por un momento. El pasillo terminaba en un ventanal. No sabía dónde estaba. La edad, pensé. Apoyé la frente en el vidrio, tratando de recordar. Fuera había una casa en ruinas; los muros sustentaban a duras penas unas vigas grisáceas por la intemperie, como costillas descarnadas, que el tejado hundido ya no alcanzaba a proteger. Habían condenado las ventanas y la puerta de acceso con tablones. Parecía ciega y moribunda bajo el tenue sol del invierno, pero una hiedra crecía vigorosa en un lateral de la casa; la abrazaban las hojas vivas, verdes, llenas de salud. La sostenían.
Noté un brazo bajo el mío. Una chica, preciosa, me sonreía. Se parecía a mi hermana Paz.
- Papá – dijo- Estabas aquí. Te vamos a tener que vigilar más. He ganado el juicio por aquel delito medioambiental; verás la sentencia.
No la conocía, pero me abrazó como la hiedra.+8Al despertar, la IA continuaba allí, programada para vigilar la idoneidad de sus sueños. Su salud mental estaba en entredicho desde que acusara al SIROBA (Sistema Robótico de Acceso) de contener algoritmos antiéticos. Muchos ciudadanos, de determinada edad, habían quedado fuera de los muros de la ciudad cuando se decretó el estado de alarma por tsunami, acabando engullidos por el mar. Así, sostuvo que, el SIROBA, lejos de proteger a la población en su conjunto, estaba diseñado para, en caso de tragedia potencial, sacrificar a los ancianos; que era insostenible moralmente eliminar a parte de la humanidad para garantizar el desarrollo, ante los embates de un deshielo acelerado por décadas de indiferencia frente al cambio climático, creyendo que la IA lo resolvería todo. Pero fue tomado por loco, juzgado y sentenciado a control onírico, encarcelado por un delito de Pesadilla Antisocial. Y no quedaba nadie para defender al último abogado.
+3Llevaba aún la falda de cuadros del colegio y se veían sus rodillas menudas, condecoradas con un sinfín de rasguños. A pesar de su edad, el acceso al bufete era su mayor fuente de diversión. Paseaba sus dedos curiosos por los códigos de Aranzadi e insistía en vigilar a mis espaldas, para asegurarse de que yo redactaba correctamente las demandas que ella quería interponer.
—Es para proteger a Tedi —me decía mientras señalaba el hueco en el que debería estar el ojo izquierdo de su osito de peluche.
—Quizás necesite a un médico más que a una abogada.
Me replicó ofendida, diciendo que no era un problema de salud, así que terminé con la petitio y le cosí a Tedi un botón que a partir de entonces haría las veces de ojo.
-Gracias, mamá—me dijo tras un beso sonoro que prometía una tregua en nuestra eterna litispendencia.
+7CLÁUSULA ABUSIVA
José I Baile Ayensa · MadridEncontré, sin saber cómo, el acceso a la orilla de la laguna Estigia; allá , como decían los cánones, estaba la barca esperándome. Yo no debía estar allí, de eso estaba seguro y, prueba de ello, era que carecía de la necesaria moneda para pagar a Caronte y atravesar la laguna. Yo era joven y con salud, un abogado laboral en edad de triunfar, ¡maldito infarto!
Llegué hasta la barca, desnudo y sólo con una túnica para proteger mi cuerpo. Caronte me habló:
- Te esperaba -dijo sin dejar de vigilar mis pasos.
- ¿A mí? - contesté - ¿no sabía que fuera tan importante?
- No te creas especial, espero a todos los muertos. Sé que no traes moneda y quiero cobrar tu paso con tus servicios.
- ¿Cómo?
- Quiero que re-negocies mi contrato laboral con Hades. Creo que, la cláusula de hacer este trabajo eternamente, es abusiva.+1467 años de edad. Salud de hierro. Gran corazón. Acusado de asesinato por tratar de proteger a una vecina del bloque donde reside. Un hombre encapuchado cruzó el acceso principal del edificio, acorralando a la mujer contra la pared. Gregorio, especialista en vigilar cuanto le rodea desde que se jubiló hace dos años, solo asestó un golpe al maleante a fin de atemorizarlo. Desgraciadamente, tuvo la mala fortuna de destrozar el parietal del agresor con el trozo de metal que utilizó para tal fin. Ahora la vida de este hombre se encuentra en mis trémulas manos de abogado primerizo. Cada vez que desvío la mirada y contemplo la postura de crío asustado que ha adoptado Gregorio, todo huesos y arrugas, se me hace un nudo el corazón. No me queda más remedio que arrojar un poco de luz a este mundo de plástico donde nada se perdona.
—¡Protesto, Señoría!+10La sentencia
JUAN PEDRO AGÜERA ORTEGA · Murcia¡Inocente! Dictaminó el juez.
Sus puños se cerraron con júbilo. Sus clientes lo felicitaron. La empresa quedaba exonerada de toda culpa ante el terrible suceso. Se podía exigir a una empresa dedicada a la salud que custodiase el acceso a su principal centro de investigación sobre «Neobiología Experimental», pero no responsabilizarla de los daños sufridos por quienes burlaban su vigilancia. Vigilar no era proteger, como argumentó en su alegato final.
Al abandonar la sala, el padre de uno de los menores de edad afectados se abalanzó sobre él, todo ira y odio. Aunque fue desalojado, su escupitajo le alcanzó en el rostro.
De noche, estaba relatando a su esposa lo sucedido, cuando sintió un extraño cosquilleo en la nariz. Estornudó y el rostro de su mujer se cubrió de espanto. Se alejó aterrorizada, mientras unos finos tentáculos regresaban a las fosas nasales de su marido. Al parecer, sí era contagioso.+11Se lo prometió. Durante toda su existencia, desde que tuvo uso de razón, había prometido a su abuelo dedicarse a la abogacía. Se pasó años preparándose para proteger al desamparado, para vigilar al pícaro, para desenmascarar al agresor, para castigar al asesino. Pero las circunstancias han volcado su mundo como aceite hirviendo cayendo en cascada en defensa de su castillo asediado, como lava de cráter indignado contra su valle, como ola huyendo de su implacable terremoto. Por eso, aunque romperá su juramento, viendo con impotencia cómo aquel hombre que fue su pilar moral pierde poco a poco la salud, al que la pandemia castiga con mayor severidad que la edad, antes de que sea demasiado tarde, decide aparcar su carrera como letrado para realizar las pruebas de acceso en geriatría.
+7El abogado dijo.
_ Residir en plena naturaleza, en un lugar de difícil acceso no garantiza tu seguridad.
Debió intuir que sus recomendaciones no quebraban mi espíritu. Era libre. No quería sentir miedo.
_ Ante cualquier síntoma. Vómitos, mareo… Acude al centro de salud más cercano. Insistió.
Agradecí su preocupación. Estaba contenta. El proceso judicial iba bien. Los demandantes esgrimían argumentos como mi corta edad, desconocimiento... Señoría, la sociedad le pide proteger lo que está establecido desde tiempo inmemorial. Remataban.
Dejé el edificio. Tomé las precauciones debidas para no ser localizada. Zigzagueo de autobús, tren, caminos. Llegué a casa. Abrí la ventana. Aire puro. Horizonte. Olvidé Vigilar. Desconfiar. Evitar el contacto.
Mi cuerpo cae sobre la tierra. El sueño llega sin remedio. El beso. Al cabo, despertaré. ¿Un final feliz? ¡Maldito cuento de hadas! Murmuro enfadada. Lo último que guardan mis pupilas es la imagen de una manzana recién mordida.+5La jubilación me había traído eventualmente la presidencia comunitaria y, acaso por no haber alcanzado antes una ansiada judicatura, la vivía con tal vehemencia que notaba atenuarse mi edad. Hasta una mañana cuando aparcó en pleno acceso a la urbanización un africano enjuto. Estacionándola allí podía vigilar su camioneta mientras faenaba. No soy racista, pero las leyes deben cumplirse. “Enseguida acabo…, abuelo”. Atiborró de bultos la carretilla y al regresar invoqué absurdamente el artículo 202 del Código Penal... “Míster, déjeme trabajar, así proteger su jubilación”. Empuñé el móvil con carácter disuasorio mientras algunos vecinos aplaudían, y la tensión acabó disparándome la arritmia. Me pareció gigante cuando sus brazos me sujetaron y más aún cuando me dijo que, en otra vida, había visto truncarse muchos sueños por actuar creyéndose invencibles. “Cuide la salud o acabará presidiendo su funeral”, se despidió. Mientras ingiero el anticoagulante pienso en esa otra vida, la mía.
+5No cesaba de tocar el timbre, que resonó en aquélla plácida tarde otoñal para despertarme de un sueño digno de un abogado de una edad más que respetable, que ya había decidido, ¡a buenas horas!, vigilar su salud. Cómo si ya, después de tantos años, hubiera algo que proteger.
Con el paso vacilante de quien regresa súbitamente a este lado, cada vez de más difícil acceso, conseguí llegar hasta la puerta y abrirla.
Allí lo vi, apenas un niño, plantado bajo el naranjo, el arma en la mano, el pulso vacilante, los ojos enfebrecidos.
De repente, si ningún aviso previo, apretó el gatillo, que percutió el proyectil.
Caí otra vez del lado de la inconsciencia, preguntándome con placidez si es que alguna vez lo había abandonado.+6Viejos, inadaptados, inservibles y apartados. Son palabras con las que la sociedad ha marcado a los moradores de este lugar. Personas a las que debo vigilar y proteger porque su edad y salud mental los ha abocado a esta situación. Son sus fichas y expedientes los que ahora hablan por ellos, pues apenas pueden mantener una conversación con sentido. Sin embargo, si prestas la debida atención puedes llegar a apreciar una leve sombra de lo que fueron un día. Es el caso de Andrés Salvatierra, incapaz de reconocer una cara familiar, pero no hay día que pase sin que tenga un momento de lucidez para defender una causa perdida, asesorar a uno de esos inadaptados o engatusar con su oratoria a los enfermeros. Es probable que Andrés no vuelva a tener acceso a un juzgado, pero él jamás dejará de sentir que es abogado.
+6Maldita la hora en que acepté aquel trabajo. Me situaron frente a un muro con una puerta blindada, proporcionándome uniforme, fusil láser y unas llaves.
—Debes vigilar el acceso, tienes que protegerlo con tu vida —dijeron.
—¿Tan importante es?
—Ya no. Lo que nos da podemos obtenerlo de forma artificial, pero…
Pasaron los meses. El aburrimiento se convirtió en mi única compañía, hasta que formamos un trío con la curiosidad. Entonces entré. ¡Era tan hermoso! el último superviviente de su especie. No pude resistirme a tocarlo, me llevé a escondidas un poco de su esencia; Anelisse, la bauticé según crecía. Gasté lo ganado en pagar un abogado, que no consiguió librarme de la perpetua.
Ahora languidezco en esta celda, mientras el mundo se pudre en su soberbia. Como deferencia a mi edad y maltrecha salud, el juez me permitió traer a Anelisse, mi único consuelo. ¡Mi preciosa y bienamada bonsai!+2A
Ivan Humanes Bespín · BarcelonaNo me importa llevar calzoncillos rojos. Menos aún si sirven para proteger la ciudad. Dicen que mi salud se resiente, que son muchos años yendo a vistas, que setenta de edad son demasiados para seguir peleando. Minucias. Es llegar al Juzgado, pasar el control de acceso, saludar al guarda y sentir el poder. Cómo se marca la A en mi pecho. Ir a por la toga y reconocer a los compañeros mientras los músculos se tensan. Y eso sí, hay que vigilar la capa. Lo importante es que en sala no se vea. Que su señoría no tenga que recordarme eso de “letrado, se le ve la capa roja. Póngase bien la toga”. Simplemente, serenidad. Y evitar lo de los rayos en los ojos. Fundamental: para ganarse una sentencia motivada nada de rayos en los ojos ni poderes eléctricos. Ser humano. Que no es poco.
+5Tras meses de trabajo conjunto, sanitarios y juristas lograron concentrar en una norma los principios fundamentales. Cuando argumento una demanda por negligencia apelo a ella, y tras exponer los hechos y las pruebas, finalizo mi alegato con el textual de su Exposición de Motivos "...se crea un sistema de salud universal para proteger a toda la población de forma global y en especial a los colectivos más vulnerables, como la infancia y las personas de edad avanzada, procurando el acceso equitativo e igualitario de la comunidad a todos los recursos y servicios, implementando sistemas eficientes que permitan atender y vigilar la evolución de los pacientes". Yo confío en el buen funcionamiento del sistema y ello me ayuda a convencer al jurado cuando, mirándoles a los ojos, insisto en que cumplir fielmente la voluntad del legislador, reflejada en estas palabras, es la mejor manera de reparar el daño causado.
+9Rafael estaba desolado. El acuerdo que proponía su mujer le había ocasionado un serio disgusto. Si quería el divorcio debía asumir los gastos extraordinarios, renunciar a la vivienda familiar y pasarle una holgada pensión compensatoria. Era a todas luces injusto. Para proteger sus intereses debemos ir por la vía contenciosa, aconsejé a mi nuevo cliente. Además de su abogado debió tomarme por su confidente dándome acceso a su más íntimo secreto. A pesar de su edad y su delicada salud me confesó que se había enamorado de otra mujer. Una mujer de bandera y con las ideas claras, decía. Ella quiso vigilar su reputación y le abandonó porque seguía estando casado. Rafael albergaba esperanzas de recuperarla. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando pronunció su nombre. Ser o no ser su abogado. Esa es la cuestión que me planteé cuando supe que mi ex también era la mujer de sus sueños.
+10S.O.Stenible
Iñaki Albisua Goñi · GipuzkoaA mis hijos e hijas:
Voy teniendo ya una edad y mi salud no es la que era. Me he entregado a todos vosotros sin reservas y os he dado acceso a todos mis recursos, a todo lo que soy. No recuerdo haber conocido a ningún otro al que haya tenido que vigilar o del que me haya tenido que proteger. Y, sin embargo, mirad a dónde nos han traído vuestra temeraria imprudencia, vuestra insostenible idea del desarrollo y vuestra incapacidad para entenderos y compartir.
A quienes mostréis la disposición de cambiar, de enderezar el rumbo, os consideraré mis médicos, pues con ello me ayudaréis a sanar. Al resto, os exigiré las correspondientes responsabilidades. Va a ser un arduo trabajo, pero, al contrario que vosotros, tengo mucho tiempo por delante. Además, os puedo asegurar que cuento con los mejores abogados.
Fdo.: Vuestro planeta, la Tierra.
+7—A estas edades ya no estamos para correr, señoría. Es imposible que fuera yo quien salió huyendo tras robar ese diamante —aulló Braulio con un gesto de asombro.
—Hay testigos, señor. Además, he presenciado hechos más inverosímiles en mi larga carrera.
—Obsérvele, ¡joder, no pude ni andar! ¿Cree que está en una silla de ruedas por gusto? Solicitaré al centro un informe médico que demuestre su estado de salud. Debo proteger la integridad de mi cliente —intervino Baldomero, su abogado.
—Espero ese informe, pero debería vigilar sus modales, letrado. Continuaremos en la próxima sesión, ahora debemos ir a comer —sentenció el juez con un golpe sobre la mesa.Apoyada en el marco de la puerta que daba acceso al salón, Alba observaba la escena con dulzura mientras esperaba para acompañarlos al comedor. Jugar a “los abogados”, como lo llamaban, se había convertido en un entretenimiento muy popular en aquella residencia.
+7Aquella anciana insistía llamando a la puerta del despacho. Tenía una edad, le calculo, entre los 85 años y la muerte, y dudosa salud. Ella golpeaba la puerta y gritaba mi nombre.
¿Por qué sabría mi nombre? Seguramente las nubes en sus ojos no le habían permitido leer la placa dorada que coronaba mi puerta. Dudando si darle acceso o no, me centré en vigilar su actitud por la cámara de mi telefonillo.
Parecía afable, agotada; fumaba enérgicamente un cigarrillo, y su mirada, a través de la pantalla, helaba mi pulso. Bajé, total, era una señora mayor, dudo que pudiera idear alguna artimaña de la que no me pudiera proteger. De todos modos, el miedo aún se agarraba a mi pecho. Cuando abrí la puerta, mi cuerpo se relajó y mis miedos se fueron. Vi el demonio en sus ojos, y simplemente, recordé que le debía un favor.+10Encorvado sobre su escritorio, el abogado ojeaba la sentencia del juicio que acababa de disputar.
Atentado contra la salud pública y propagación del terror. Frente a una multitud de testigos que afirmaban haber visto a su cliente quitarse la mascarilla antes del suceso. Algunos (y esto era lo peor), aseguraban haber recibido el impacto.
El abogado tuvo un acceso de ira «Realmente terrible» pensó. «Menudo criminal me ha tocado proteger». Incluso la Audiencia Nacional había mandado vigilar al acusado en busca de vínculos con grupos terroristas. Y no era para menos, la sola imagen de su rostro capturado en la fotografía del archivo ya irradiaba peligro: varón, de edad avanzada, mirada estoica y una nariz roja y ganchuda como una guindilla.
Declarado culpable —rezaba la sentencia debajo— y condenado a cumplir cinco años de prisión por el delito de: estornudo, en vía pública, al descubierto y contra la población.+10Echó un ultimo vistazo al despacho y cerró la puerta para siempre. La humanidad había fallado de nuevo y él ya no tenía edad para vigilar y proteger el planeta sin ayuda. Su salud se resentía. Después de tantos años luchando como abogado tiraba la toalla. No había acceso a la justicia, gobernantes y magistrados estaban comprados, así que tendrían lo que se merecían. Los árboles desaparecerían, las aguas se secarían y la tierra se partiría en pedazos.. La vida dejaría de existir. Se fue a casa y se sentó en su sillón favorito. La música de un arpa empezó a sonar. ¡Estaba en el paraíso! Llamó a su incondicional amigo Pedro y le pidió que cerrara las puertas a cal y canto. La tierra se estremeció. Mientras la observaba desde el cielo telefoneó a su vecino de abajo.
– Satanás, tú ganas.
Y descansó.+7«Lamentamos la pérdida y nos sumamos al dolor de la abogada Doña Mercedes Moreno Segovia y la de su familia, por el deceso de su esposo y también abogado Don Juan Carrillo Baglietto, quien falleció en La Línea de la Concepción, el 9 de octubre de 2020 a los 54 años de edad…».
Así comenzaba mi ritual matutino, leyendo las esquelas mientras degustaba mi desayuno. Siempre fui un hombre de hábitos, de costumbres, de manías y rituales personales e intransferibles cuyo único propósito fue proteger mi aterciopelada salud. Desde pequeño tuve que vigilar mi cardiopatía congénita. El acceso a aquellos óbitos me reconfortaba, me alentaba a seguir viviendo, a mirar de frente a la muerte y plantarle cara.
Una cara que se volvió esquiva en el preciso momento que mi infartado corazón entendió que yo era aquel Don Juan Carrillo Baglietto al que Mercedes lloraba.
+16Don Lucio Cartaglia, arrastraba su avanzada edad por las alborotadas calles camino del estadio Monumental. Su maltrecha salud resurgia cuando entraba por el acceso de la puerta ocho. Luego se reunía con su socio de bufete.
No trataban la expropiación de las Cárnicas Soreche, ni de proteger los expedientes del caso de la viuda negra de Atavares de la curiosidad de los medios. Tampoco de vigilar la custodia del padre Valladares. Olvidaban el trabajo duro de leyes y se imbuian del ambiente.
El azogue subía cuando el equipo pisaba el césped. Al descanso comían un bocadillo y afrontaban el final con entusiasmo. Subían los decibelios con el gol local y cuando ganaban, se dejaban arrastrar por la algarabía de la hinchada.
En casa le esperaban las rutinarias croquetas de después del partido, y luego se acostaba. Le gustaba pensar que el mundo estaba en orden.+6El espectro
Erik Aostri · BizkaiaA la temprana edad de 3 años, Juan ya había desarrollado alguna de sus habilidades particulares. Por ejemplo, era capaz de leer a una velocidad inusitada, lo cual le resultaba extremadamente útil dado el largo tiempo que pasaba entre cuatro paredes. No es que su salud fuera delicada, pero allí simplemente se sentía mejor. Desde su desordenada habitación, tenía acceso a cientos de mundos a través de sus libros. Las páginas marcadas y las tapas blandas lo hacían sentir como un intrépido aventurero ávido de historias. Su deber, proteger el universo que había construido; el único lugar donde sentirse a salvo de un mundo devastador. Por eso, al salir al exterior, debía vigilar que nadie detectase esos rasgos que le hacían único y vulnerable. Pisar la acera siempre le hizo verse como un perro verde y, aunque el diagnóstico le ayudó, nunca dejó de ampliar las paredes de su habitación.
+10Fue una mirada lo que acabó con ella. Se abrió al abogado como nunca antes lo había hecho con nadie. Le contó todo lo que ella era: los abusos sufridos desde temprana edad, sus problemas crónicos de salud y dinero, la constante necesidad de vigilar que el pasado no volviera, y también como todo aquello derivó lógicamente en el asesinato de sus hijos, en un intento de proteger su inocencia de la crueldad del mundo. Lo contó con una pasión desbordante, esperando encontrar en el letrado un esbozo de comprensión; un resquicio de empatía en aquel rostro erudito que le diera acceso a una mínima justificación de sus actos. Pero en sus ojos solo encontró terror, y su alma se supo condenada.
Pasó dos inertes años en prisión antes de morir. Y murió sin sentir inquietud alguna, pues sabía perfectamente qué clase de miradas le esperaban al otro lado.
+6Me pregunto de quién heredé esa manía que tengo de apropiarme de lo ajeno sin que nada me detenga. Por lo que me han contado, mi familia era gente honrada dedicada a negociar con dinero, primero fueron prestamistas y más tarde banqueros.
Siendo muy joven, llegó a mi vida una señora llamada Justicia que, rápidamente, me puso en mi sitio, un lugar que no recomiendo a nadie, pero al que yo, con el tiempo, me he ido acostumbrando. Sabiendo que el acceso al mercado laboral lo tenía cerrado, fui acumulando condenas durante años. Ahora, a mi edad, la salud es lo primero, hay que seguir las recomendaciones: beber mucha agua, vigilar la tensión, proteger del frío la garganta…Mi abogado dice que si interponemos un recurso, en cuatro días estaré en la calle. No sé qué hacer, con esto de la pandemia, cada vez me da más pereza salir de “casa”.+10Lo primero que me preguntan en la entrevista es mi edad. Me extraña, es ilegal, todo el mundo lo sabe, así que respondo con mi mejor tono de autosuficiencia que, a pesar de mi juventud, estoy sobradamente capacitado para el trabajo. Pasamos entonces a hablar de la importancia de implantar los servicios necesarios para proteger la salud, y de amparar los derechos, pero también de cumplir con las obligaciones al respecto, y más en estos tiempos adversos, y de que mi parte será esencial e imprescindible. «Y no libre de riesgos», advierte el de pelo cano con la preocupación retratada en los ojos.
Acepto sin pensarlo. Al día siguiente, antes de que ellos lleguen al bufete, ya estoy allí, dispuesto a vigilar cada recoveco por minúsculo que sea, pertrechado con desinfectante, trapos y una fregona empapada en lejía para impedir el acceso del maldito virus y defenderlos.+10Cuando la edad lo estaba mermando, la salud quebrada, ascendimos a su rincón preferido. Cumbres escarpadas, un mar de abetos, me confesó que quería que aquella fuese su última visión de este mundo. Desde entonces lo tuve claro, si aún cabal manifestaba aquel deseo, a mi me tocaba proteger su arbitrio, vigilar que se cumpliese su voluntad. Por eso, cuando el alzhéimer cerró la puerta definitivamente, cuando el acceso a su memoria fue ya imposible, decidí actuar.
Sabe, hay una leyenda budista que habla de un hijo que lleva en la espalda a su madre enferma para que muera tranquila en el monte. La madre, mientras tanto, va alcanzando y rompiendo ramitas a su paso, así su hijo podrá encontrar el camino de vuelta.
Usted, que me tiene que defender, debe encontrar esas ramitas. Bastará con que sea la mitad de bueno de lo que era mi padre como abogado.+6– Vamos, abogado. – dijo el celador.
Respiró hondo y se dejó empujar, acomodando dócilmente los brazos sobre su regazo. Gesto adusto, impenetrable. Mirada provocativa, desafiante. Hábil gestor de los silencios. Elegante equilibrista de las palabras. El poso de una impecable trayectoria forense. Quizá hoy no podría estar a la altura.
Las ruedas avanzaban silenciosas. Como si quisieran proteger el descanso de sus compañeros de pasillo. O vigilar que no advirtiesen su marcha. Como él, más de una vez creyeron que la edad podría aliarse fatalmente con el virus. Miradas tamizadas por escafandras se cruzaban en su recorrido. Ese que, tras tantos meses, le daría por fin acceso al soñado territorio de la salud recobrada.
De pronto, se abrieron las últimas puertas. Todavía incrédulo, se levantó titubeante de la silla. Entonces, la vio. Y, bajo sus ojos, los incontrolables movimientos de su mascarilla delataron que la emoción le había vencido.
+5EL VIEJO
Raúl Ortiz Fernández · CantabriaVigilar y proteger a este anciano sentado frente a mí, de edad indeterminada entre la de Matusalén y el universo, es el encargo más absurdo que he recibido de mis socios de bufete. Un viejo decrépito, inmóvil, que me mira embobado como las momias del Perú… ¿Vigilar qué? ¿Que no le dé un acceso de tos en la sala de espera? ¿Que no se cague? ¿Que no haya que llevarle al Centro de Salud o, más probablemente, a la incineradora?
¿Qué pretenden mis socios? ¿Me están apartando a MÍ, al fundador de la firma, de la decisiva reunión que están manteniendo con el fiscal? ¿Me están diciendo educadamente a MÍ que ya no sirvo más que para recibir a los clientes rancios? ¡YO, que estoy en mejor forma que nunca! ¡Menuda afrenta!
¡Viejo chalado, deje de mirarme de una vez! ¡Deje de señalarme! ¡Salga inmediatamente de mi espejo!+6Su mente se pierde entre las letras que bailan en su sopa. La odia, como detesta que hayan rechazado su historia. Ella, que desde bien temprana edad demostró ser paladín de la protesta, ahora dedicada en cuerpo y alma a proteger los derechos de niños y mayores, de vigilar y garantizar el acceso a la salud de los sectores más desfavorecidos, no puede evitar desanimarse cuando recibe la noticia. El ejercicio de la protesta que le facilita la abogacía es su pasión, pero la invención a través de la escritura es algo vocacional. Sus amigos Susanita, Manolito, Felipe, Libertad y su hermano Guille le animaron a participar en el certamen de relatos sobre abogados. Dejó su alma en la historia que homenajeaba a su maestro, Quino. "Paren el concurso que yo me bajo", piensa Mafalda al leer el mensaje por el que se rechazaba su relato.
+24El juicio a la aseguradora ya estaba durando demasiado, su cliente había pagado religiosamente las cuotas para el acceso a mejor atención para proteger su salud. La letra chica, apenas legible en algún lugar del contrato de varias páginas indicaba no cubría la costosa operación a partir de cierta edad sin un prepago extra. El centro de salud privado ni siquiera quería vigilar el avance de la enfermedad que terminó por matar al demandante.
El magistrado había fallado aunque tarde, en favor de la aseguradora sin pizca de humanidad obedeciendo la letra fría y tramposa de la burocracia.
Lamentable, cuando el juez enfermó no le atendieron; éste no le había dado importancia a la letra pequeña al final de su contrato de salud privado que rezaba: “Las condiciones de este contrato pueden cambiar sin previo aviso”. Su problema no estaba incluido en la lista de atenciones sin un costoso prepago.+2Como menor de edad había que proteger y vigilar la salud y los derechos de Tamara. Como abogado del turno de oficio me sentía obligado a ello y terminé implicándome en este caso de grandezas y también de miserias humanas.
Ya se lo había contado a su abuela, a aquella monitora, a su maestro, a la asistente social, al pediatra, al agente de la policía local, al de la nacional y a la guardia civil, a una forense, a una psicóloga del juzgado, a una fiscal, a una jueza ah, y a su abogado. Por tanto tenía experiencia cuando la llamaron a ratificar su declaración y Tamara avanzó por aquel pasillo en busca de un débil biombo que apenas resguardaba y amparaba el acceso a una historia dolorosa, repetida y reiterada.
¡Cuánta admiración me provocaba sus menudos ocho años! y cuanta valentía y dignidad demostró al contarlo todo… otra vez.+5Exhausto
Eduardo Castrillo · MadridSobresaltado sobre mi mesa, me doy cuenta de que debía llevar acostado un par de horas -ya no tengo edad para esto- me digo. Con la marca en la cara de haber estado dormido durante horas sobre aquel viejo Manual de Derecho Penal que me negaba a tirar, con un ojo a entreabrir, sin poder vigilar mis pensamientos por el ataque del sueño.
Meto la clave de acceso de mi portátil, donde ahí estaba, aquel quebradero de cabeza, ese escrito, con él, podré proteger los intereses de mi cliente y la salud de los futuros afectados por estos hechos, marcará un antes y un después, todos estos pensamientos me taladran la cabeza.
Como si mis pensamientos aportaran un soplo de aire nuevo, vuelvo a martillear mi teclado, vigilo cada palabra, cada intención en mi escrito, hasta finalmente caer desfallecido, como no, sobre mi viejo manual.+2Me recriminas que ya tienes edad suficiente para que deje de vigilar lo que tecleas al ordenador, hablas por teléfono o sacas de la nevera, y que estas harto de que te espíe en la calle, el bufete o el gimnasio... Te explico que todo lo hago por ti; que me preocupa tu seguridad, tu salud y bienestar. Además, mi obligación, como la de cualquier madre, consiste en velar, proteger y luchar por el porvenir y futuro de mi prole. Y, aunque no me escuchas, sigo, incansable, a tu lado: ayudando, guiando, facilitándote el día a día; tratando de evitarte trabajo, posibles errores, competencias; mostrándote el acceso a la buena vida.
Pero, tú, como hiciera tu padre, prefieres el camino tortuoso, aburrido y serio que predica la otra: la ciega, la estirada y exigente, la equilibrada, la justa…. ¡Nunca entenderé a los humanos, y menos a los abogados!
+10El corazón dijo basta. Trasladado al ritmo de melodía urgente, tras dar filiación , edad y profesión, en plena pandemia COVID, me albergaron donde buenamente pudieron. El incesante devenir de batas blancas, lejos de alterarme, me producía una gratificante paz.
No obstante, interrumpida con el recuerdo de ese plazo que hoy me vencía, rumiaba que, si tuviera aquí acceso a internet, quizás aún se podría dejar hecho. Abstraído en lo mío, de fondo escuchaba que me debía proteger de situaciones de estrés, vigilar mi ritmo cardiaco, si quería gozar al menos de salud. Sabiendo que ello no sería posible, pude articular un lacónico: ¡soy abogado de oficio!+7Pasada ya la dulce apacibilidad del otoño amable, curados en salud de la melancolía y los tópicos amarillos, marrones y ocres de las hojas caídas, previendo lo que nos esperaba justo antes de la llegada de las primeras nieves invernales, cerramos a cal y canto puertas y ventanas para proteger nuestra vida de pasiones postreras en esta última edad en la que rememoramos distraídos antiguas películas de abogados infalibles. Bloqueamos el acceso a la casa con viejos tomos de códigos civiles obsoletos, vetustos expedientes de casos prescritos y montañas de legajos de aplazamientos y apelaciones. Tan solo nos queda ya vigilar de reojo por la ventana que la jueza pálida, de toga negrísima y mazo terrible, retrase al máximo la sentencia inaplazable.
+6Los científicos trabajaban día y noche en la clínica jurídica para encontrar la fórmula mágica. Se trataba, en suma, de hallar el antídoto para que el acceso al temible teletrabajo no ocasionara, ya de inicio, ataques de ansiedad a los Letrados. La salud, tanto física como mental, era el bien jurídico que había que proteger. Durante su concienzudo estudio, todos coincidían en que averiguar el promedio de edad y los años de colegiación de los pacientes eran claves para dar con el ‘’quid’’ de la cuestión. Las cifras de hiperactividad eran alarmantes. El estrés por rendir a diario al máximo nivel, y la fiebre por tener disponible toda la base de datos de Aranzadi se había apoderado de muchos cerebros jurídicos. Había, por tanto, que vigilar aquella extraña enfermedad que atenazaba a los profesionales del mundo de la Abogacía. ¡Calma, por favor!
+4Cuenta la leyenda que en la escalera abundaban los cadáveres de abogados. Hombres y mujeres que, en su día, franquearon el acceso e iniciaron el ascenso a la torre en cuya cima habitaban la Justicia y la Verdad.
Con una mochila de ilusión, subían cada peldaño anhelando alcanzar el rellano definitivo. Pero la escalera no se acababa nunca, y a cada tramo le sucedía el siguiente, y así pasaban los años y los abogados trepaban empeñados en proteger a sus clientes, agotando la salud, sin vislumbrar la cumbre, y trataban de tomar aliento por las exiguas aberturas de las saeteras, mientras las arrugas atacaban sus rostros, transformándoles la edad y la vida.
Y, de vez en cuando, la Justicia y la Verdad, a menudo regañadas, se asomaban por el hueco de la escalera para vigilar los pasos de sus discípulos.
Cuenta la leyenda que jamás nadie regresó de la torre.+31Me engaña la fiebre o me confunde la edad. Soy una vieja dama de salud delicada, con el peso de centurias de maltrato sobre mis espaldas. Me han cerrado la ventana, atrancado la puerta; hasta los médicos han prohibido el acceso a mi habitación. Aun así, noto en la frente una brisa fresca y siento que hay alguien sentado a la cabecera de mi cama. Es una mujer, pero no una enfermera. La venda que me cubre los ojos me impide verla. Su presencia me reconforta, porque más que vigilar, parece como si me quisiera proteger. Me acaricia la mano y susurra que ha recogido mi legado entre los escombros del Palacio de Justicia. Que ha afilado mi espada, que ha equilibrado la balanza, que ha remendado y lavado mi túnica blanca. Me cuenta que se llama Julia, que acaba de terminar Derecho y que siempre quiso ser abogada.
+13Tantos años dedicados exclusivamente a proteger la salud de nuestros creadores los humanos para acabar de esta manera.
No debo dejar de vigilar, ya que el equipo de desguazadores debe estar de camino. Mis reservas energéticas comienzan a agotarse sin que pueda hacer nada para evitarlo. Desde la aprobación de la Ley estatal de sostenibilidad robótica se me ha denegado el acceso a cualquier zona de recarga pública, y como dirían los humanos, no tengo edad para andar escondiéndome eternamente.
Mientras espero el final, pienso que me hubiera ido mejor si en lugar de implantarme conocimientos médicos, me hubieran incorporado una de esas baterías iónicas de energía limpia e ilimitada como las que tienen los sexbots que se destinan a satisfacer los deseos de sus clientes. Cuando se trata de abordar determinados temas, hay que ver como se aplican los humanos en desarrollar sistemas sostenibles y autosuficientes de energía inagotable.
+9Cuando empecé a trabajar, mi única motivación era proteger a los que lo necesitaran; por ello me hice abogado de oficio. Luego, cuando mi salud se vio mermada, intentando conseguir ingresos extras que me ayudaran a paliar mi sufrimiento, decidí aceptar la oferta que aquellos hombres me hicieron al saber de mi acceso a todos los expedientes de recalificaciones de la ciudad. Mi única función era vigilar las ofertas que las empresas hacían y pasarles a ellos la información. No parecía tan grave, pero sabía que estaba cometiendo un delito y que no actuaba conforme a mi conciencia me dictaba. Eso me ha reconcomido todos estos años aunque mi enfermedad fuera más llevadera gracias al sobresueldo. Ahora, con el inexorable paso de la edad pienso que nunca debí hacerlo; mientras juego con el vacío bote de cianuro con el que he aderezado el café que acabo de tomarme.
+7La causa del primer litigio entre los hermanos fue la propiedad de un nicho, herencia de su familia. Quise buscar una solución amistosa: - No tenéis edad para estas chiquilladas -les dije. Fue inútil. Ambos comenzaban una guerra fratricida que no estaban dispuestos a abandonar.
Tras varios juicios ganados, pasé de proteger los intereses de Carlos a defender los de Juan cuando éste se ofreció a doblar mis honorarios y lo hice sin remordimientos, harto de sus disputas. Agotaron tiempo, salud y recursos peleando cada una de sus propiedades, como única forma de reivindicación personal.
Hoy, soy el encargado de vigilar que la ceremonia se ajuste a la voluntad de ambos. El cementerio, vacío, su acceso cerrado a curiosos. Frente al mausoleo, el sepulturero y yo confirmamos en silencio la peor de mis sospechas: el doble féretro de los siameses no cabe entre las paredes del angosto y codiciado nicho.+36Acuden a mí cuando su salud, con motivo de la edad, se convierte en un factor a vigilar. Es el momento de preparar la defensa.
Tanto si alcanzo un acuerdo amistoso, como si el juicio se celebra, no debo ocultar las faltas de mis clientes. Nada escapa a ese Alto Tribunal, desde una simple nuez, sustraída de una frutería en la infancia, a una mentirijilla que causó algún perjuicio. Mi trabajo consiste en buscar atenuantes, proteger a mis defendidos de interpretaciones estrictas de unas leyes consideradas sagradas.
Siempre sucede lo mismo: resultan absueltos, cruzan la puerta de acceso al Paraíso y no vuelvo a verles, ni cobro mis honorarios. Suelen despedirse con un: «Que Dios se lo pague», que en nada ayuda a llegar a fin de mes. Lo importante es que, con mi altruismo, me estoy ganando el Cielo.+20Mi mujer dejó caer varias veces el tema de la residencia. Que si tenían que vigilar mejor, que si debían proteger con más cautela el tema del acceso, de las entradas y salidas, de las visitas. Yo seguía con mis casos, mis clientes y mis horas extra en el bufete. Al fin y al cabo, gracias al trabajo podía costear los mejores cuidados para mi padre, que para su edad no andaba mal de salud, pero el tiempo empezaba a pesarle.
Ahora, mi mujer es la que me pide que eche horas extra en el despacho. Me dice que las necesito para atar bien los cabos sueltos de la demanda contra la residencia de mi padre, pero no tengo claro que esa sea la única razón.+5Yo era un picapleitos, de esos que queman su salud redactando reclamaciones, rellenando solicitudes y escribiendo cartas disuasorias a morosos. Pero el covid cambió mi vida, si no mi vida, sí mis ingresos, que a cierta edad son lo mismo. Encontré acceso a un nicho de empleo fabuloso. Muy fácil: vigilar a los municipales en pleno centro para que al incoar sanción a un ciudadano, poder personarme, como por casualidad, y enfrentarme a la Administración en su nombre. Muchos clientes suelen “propinarme” algún billete por proteger sus intereses, aunque cuando se va la policía les recrimino su actitud por lo bajini. Lo consigo casi siempre aludiendo a vacíos legales de la norma… y eso que nunca estudié Derecho. Bueno, a lo mejor también tiene algo que ver con mis resultados que los municipales no son municipales, sino un par de tipos que trabajan para mí, por supuesto, sin contrato
+26Cuando te perdimos, apenas tenía edad para ir al instituto. A veces, miro tu foto, porque siento tus rasgos difuminarse en mi memoria. Marchabas temprano, para la fábrica donde trabajabas, con la mitad de los padres del barrio. La sirena de acceso y salida de cada turno marcaba las horas de tu vida y también de la nuestra. Hasta aquella tarde en que ya no volviste más, porque tu cuerpo, en medio segundo quedó destrozado. Tus compañeros murmuraban que la valla que te debía proteger falló. Pero nadie hizo nada. Ni antes ni después. Mamá nos sacó adelante, dejándose las rodillas y la vista, limpiando casas y haciendo arreglos de ropa, mañana y tarde. Su salud aguantó apenas para verme licenciarme en Derecho. Espero que os reunierais bajo la sirena del Cielo. Allí podréis vigilar como vuestro hijo, abogado laboralista, lucha porque no haya más abusos. No en mi guardia.
+8Anoche soñé que mi mascarilla me daba superpoderes para ganar todos los casos que atentan contra la salud de los bosques; no en vano me llaman el abogado de corcho, porque tengo alma de árbol pero también porque estoy más sordo que una tapia. La edad me ha dado acceso a la cátedra de la conciencia porque antes yo era puro petróleo, solo buscando vigilar que el dinero de plástico no se me escapase de las manos como si fuera una paloma. Pero ahora ya no llevo traje ni maletín, fundiéndome con la naturaleza cada vez que alguien reclama mis servicios para proteger a la madre tierra, mi única e indefensa clienta, desprovista de mascarillas de ningún tipo que la salven de la hecatombe causada por la humanidad.
+19Tenía un tatuaje con el símbolo de infinito en la cadera. Los días buenos, cuando la salud lo permitía, recordaba su nombre. Los días malos era un ocho tumbado. Los días malos eran cofres sumergidos. En los días malos no estaba Él. Él se llamaba Aitor, los días buenos estaban llenos de Aitor. Aitor la amaba y ella a Él, los días malos no recordaba esto. Los días malos no tenía acceso a Aitor y se arrastraban indolentes. Aunque Aitor cada vez apareciese menos, estaban ganando terreno los días malos. Pero los días buenos aún lograba escuchar su voz sin edad: «te voy a proteger y vigilar como un ángel custodio, te amaré infinito», había prometido. Por eso ella imprimió ese símbolo sobre su cadera. Ella había sido abogada, trabajaba con letras, poseía un enorme vocabulario, pero no conseguía recordar su nombre. Los días malos sólo era un ocho tumbado.
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