Imagen de perfilEl legado

María José Irigoyen Del Castillo 

Querido padre, todavia recuerdo la ůltima vez que te vi. Estaba sentado en el viejo taburete de tu despacho, con una taza de cafe entre las manos.
Ya habīas perdido mucho peso y probablemente sabias que te quedaba poco tiempo. Por eso, supongo, quisiste dejarme tu legado de esa manera tuya, tan solemne.
«Hijo mio -dijiste- ten la seguridad de que para ser un buen juez no basta con aplicar bien las leyes.
No te guies nunca de las apariencias.
Aprende a distinguir al verdadero maleante entre tanto presunto inocente.
Desconfia de las palabras huecas y de los abogados petulantes.
Pero sobre todo recuerda siempre que detras de cada incumplimiento hay una victima.
Solo asi encontraras el verdadero sentido de la justicia».
Aunque ya hace mucho tiempo de aquello, no hay un solo dia, padre, que al ponerme la toga no recuerde tus palabras.

 

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