El viejo abogado

Alberto Alvarez Cañas · Madrid 

Su mejor antídoto contra la cruel vejez era trasportarse a los tiempos en los que ejercía como abogado de éxito. Cada noche, embutido en aquella toga roída con la que había salvado el pellejo a cientos de maleantes adinerados, componía un juicio imaginario frente a la tenue luz de la chimenea. Disertaba metódicamente mientras refrescaba su podrido gaznate con el agua de un botijo que jamás le hubiesen permitido utilizar en la sala de vistas. Pero en aquella estancia atemporal sin adscripción a nacionalidad conocida donde imperaban la nostalgia y la irrelevancia, él establecía las reglas. Y lejos de las cuantiosas sumas antaño recibidas, su esforzada labor era recompensada con unas pocas monedas de autoestima. Hacía tiempo que la didáctica había sustituido a la avaricia en su vida, pero nadie quería recibir las enseñanzas de aquel viejo abogado. Y sumido en la amargura se preguntaba: “¿Estaré aquí mañana?”.

 

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