Alegaciones finales

Ángel Tormes · San Sebastián (Guipúzcoa) 

Deslizaba con desdén una pequeña esponja sobre una máquina instalada hacía unas semanas, en la que coincidían miríadas de togados esperando su juicio. En cuanto terminó su faena el limpiador, varios abogados se acercaron y repitieron un ritual que parecían conocer bien. Introducían un billete, pulsaban un conjunto de botones y recogían unos papeles, más cuanto más gordo era el billete, abriendo una especie de ventanilla corredera. Decidí probar, y pude leer en un pequeño rótulo de la parte superior izquieda: MAQUINA EXPENDEDORA DE ALEGACIONES, SOLO ABOGADOS. Identificación, colegio, número de colegiado, bufete, jurisdicción, asunto… ¡Qué completa parece! Utilicé cinco euros, retiré casi con avidez el medio folio que me ofreció y lo tiré tras estudiarlo brevemente. Las alegaciones de la máquina me persiguen desde entonces: “Eres mal abogado. Primero, porque me necesitas, y segundo y sobre todo, porque no sabes lo que cuesta una buena alegación”.

 

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