Deformación profesional

Francisco Javier Romero Valentín · Pinto (Madrid) 

Mi mujer reniega cada mañana al verme marchar a la oficina del consumidor a poner reclamaciones y ha amenazado con abandonarme cuando he decidido interponer una querella contra el carnicero por supuestas amenazas, efectuadas levantando el cuchillo con gesto hosco al verme aparecer. Mi hijo pequeño oculta cada mes su nómina para que no busque fallos que me permitan demandar a su empresa. Mis nietos sonríen sarcásticamente cuando evoco mi época de idealista que buscaba arreglar el mundo, en contraste con ellos, que estudian la carrera de derecho con la única intención de ganar dinero en casos de divorcios. Incluso mis perros se contemplan con resignada paciencia cuando, nostálgico, rememoro mis célebres labores de arbitraje, intentando que repartan equitativamente la comida. Soy cansino, lo sé, pero es que el tren de la vida de un abogado se vuelve incómodo y aburrido cuando alcanza la estación de la jubilación.

 

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