II Concurso de Microrrelatos sobre Abogados

Ganador del Mes

Ilustración: Juan Hervás

Se aburre conmigo

Sol García de Herreros · Segovia 

Tras una civilizada separación –simplemente llamó desde la estación para despedirse- me quedé con el ordenador que usaba mi mujer. Me costó acostumbrarme, porque es más viejo y lento que el portátil que ella se llevó, pero ahora me gusta. Sin embargo, él se aburre conmigo. Querellas, recursos, solicitudes de arbitraje…, todo mi trabajo le produce un tremendo cansancio que manifiesta en una especie de bostezos. Mi ex solía escribir relatos misteriosos, o cuentos infantiles, cuando no organizaba por Internet viajes exóticos que mi exigua nómina y su improductiva carrera como escritora nunca nos permitieron realizar. Tal vez por eso, cuando lo enciendo se queda un momento callado, esperando anhelante por si ella hubiera vuelto. A menudo abro algún archivo suyo sólo por ver ese brillo especial del monitor, y cuando finalmente pincho mi pendrive él emite un tristísimo suspiro. Creo que me culpa de que nos abandonase.

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Relatos seleccionados

  • Mi nómina

    Maria del Carmen Casal Rodriguez · Marbella (Málaga) 

    Siempre temí verme envuelta en líos de demandas, querellas, arbitrajes y todo lo relacionado con la judicatura. Es una carrera que respeto y temo o quizás tema, por el respeto que le tengo. Pues heme aquí, esperando mi turno, como quién espera su tren en la estación, deseoso de subir y ansioso por llegar! Y llegó mi hora! Señoria, es tal mi convicción, que desearía defenderme yo misma. ¿Mi problema? Una simple nómina, astutamente manipulada, en la que figuro, como "telefonista". Hoy, me permito recordarles, que olvidaron añadir "de primera" que para eso, me exigieron saber idiomas, saber estar y otras muchas cosas. Pregunto: ¿Pueden despues de 25 años rebajar mi categoria? ¿La experiencia, no es la madre de la ciencia? ¿No es un grado alto? Señoria, al igual que cumplo con mis deberes exijo mis derechos! Al oir la resolución, me sentí orgullosa y aliviada.

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  • La declaración primigenia

    Roberto José Álvarez Carrero · Las Palmas de Gran Canaria 

    JUZGADO PARADISÍACO DE LO PENAL DILIGENCIAS PREVIAS PROC. ABREV. 1/? (A.C.) DECLARACIÓN DE IMPUTADO Interrogado manifiesta llamarse Caín(…) (…)Preguntado acerca del hecho que ha dado lugar a la instrucción de diligencias, declara: (…)Que fue durante la estación estival cuando acaeció el suceso. Que el absurdo arbitraje de Yahvé le llevó a una carrera de méritos con su hermano. Que se sintió menospreciado cuando Yahvé prefirió las ovejas de Abel a sus frutos. Que se volvió loco y, en un momento de irracionalidad, mató a su hermano. Que él no lo quería matar pero estaba cegado por celos. Que está hondamente arrepentido. Niega que la querella protagonizada entre él y su hermano Abel marque el inicio de la nómina de hombres violentos. Afirma que no es justo que recaiga sobre él esa responsabilidad universal. Además, dice estar exento de responsabilidad criminal y que el hecho fue manipulado(…)

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  • La llamada

    Cecilia Rodríguez Bové · L Eliana (Valencia) 

    Aislada en casa, revisaba con lupa una nómina y varios documentos. Buscaba datos para argumentar la defensa. Era el primer caso importante de mi carrera como abogada. Defendería a un compañero acusado de mala praxis en el ejercicio del arbitraje internacional. Un lío gordo. Estaba ansiosa y no tenía tiempo para nada más, cuando sonó el teléfono: “Ven al juzgado, alguien ha interpuesto una querella contra ti por hurto”. ¿Qué me dices? Solté todo y corrí a la estación. No comprendía nada. Ya en el metro, las imágenes se sucedieron claramente: primero fueron chocolatinas, después aquel rimel barato en una apuesta con las amigas, después probadores de perfume, varios libros de Derecho, el CD de Vangelis o las bragas rojas del supermercado. ¡Dios mío! Llegué al juzgado desaliñada y temblando. Al entrar, sentí como todos me miraban. Quise echar a correr, pero algo me detuvo… “Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz…”

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  • La querella

    Gloria Prádanos Díaz · Rodalquilar (Almería) 

    Voy a ponerte una querella. Invertiré toda mi nómina para pagar al mejor abogado. De nada te servirá buscar un arbitraje alegando mis beneficios, he perdido más de lo que he ganado y si no, mira mi cuerpo, aquí están las marcas de tu maltrato. Se acabó, no sigo más tu ritmo, todo lo conviertes en una carrera que ya no soporto y es aquí, en esta estación, aquí es donde yo paro mi reloj. Ya no aguanto más y no veo otra salida que ponerte una denuncia, para que pares, para que dejes de agobiarme, de agotarme, de angustiarme, de estresarme… Es a ti, “Tiempo”, a quien va dirigida la querella, y es ahora cuando lo hago, porque si tardo… capaz eres de llegar a matarme.

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  • Diez minutos

    Encarna Martínez Oliveras · Móstoles (Madrid) 

    Diez minutos El arbitraje fue inútil. Inconcebible: ni una sola vez permitió que surgiese el argumento clave; desviaba el tema interrumpiendo a uno y a otro y casi diría que nos soliviantó el propio árbitro. Parecía abocarnos intencionadamente a una querella cuando, estoy seguro, era tan sencillo como que se hubiera molestado en comparar la nómina en cuestión con las de otros meses para establecer una línea de actuación, pero apenas llegó a pasar un ojo por encima. Donde sí tenía los dos, en cambio, era en el reloj, al que miraba cada dos minutos con denotada impaciencia. Cuando acabó la reunión, comprendí el motivo de su prisa: “Ahora tendré que ir a la carrera para llegar a tiempo a la estación”. Diez minutos de su tiempo -del que no nos concedió-, para mí y mi familia significarían meses de penurias si yo presentaba la querella. Diez minutos.

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  • Arbitraje de escándalo

    Rafael Costas Costas · Vigo 

    Reza en mi nómina que soy abogado. Cierto. También me dedico al arbitraje, es decir, imparto justicia en partidos de fútbol de tercera división; a la carrera acabo de escaparme de uno después de inventar cuatro penaltis a favor del equipo de casa. Por miedo. Nada más saltar al campo, me reconoce el jefe de los hinchas locales, doscientos kilos en canal, a quien un defendido mío le ganó tiempo atrás una querella por calumnias: “Eh, picapleitos, prepárate”. Sudor frío. Cuatro penaltis, pero ni así apaciguo al mastodonte y sus hordas. Pito el final, salgo corriendo y ellos detrás. Refugiado en el lavabo de señoras de la estación ferroviaria próxima al campo de fútbol, oigo muerto de miedo las voces de los fanáticos. Me buscan. ¡Quien pudiera tomar un tren, huir indemne de este villorrio de salvajes! Llovieron los penaltis. Ay, si al menos hubiera entrado uno…

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  • Vía

    Nuria Gacía · Palau Solità y Plegamans, Barcelona 

    Tenía que hacerlo solo. Tiró de su maletín y se metió en la estación. Valía más callar o saldría perdiendo. Tiene sed. Una carrera que nunca acaba, el arbitraje continuo ante una nómina, parar nunca, esperar siempre, la querella contra el tiempo, su vida sobre los raíles. Un vaso de agua, y sin sed, lanzar el maletín y empezar de nuevo.

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  • Injurias y calumnias

    Julio García Castillo · Madrid 

    ”Bochornoso arbitraje”, titulaba el Marca. Lo escondió cuando Perlita de Sanlúcar entró como un ciclón en el despacho. En sus treinta años de carrera, la tonadillera había compartido cama con los empresarios más influyentes del showbusiness. ¡Y, a estas alturas, cierta prensa comentaba abiertamente supuestas inclinaciones lésbicas! Ni tener en nómina a un par de periodistas de la telebasura había frenado tal insidia. La temperamental estrella le lanzó a la cara un puñado de revistas. “¡Ponles una querella!”, exigió con la garra que impregnaba su hit “Fuego en mis entrañas”. “A las ocho tengo que estar en la estación para coger el AVE y quiero ver los papeles listos”. Intentó disudirla: “No te metas en esos charcos. Pero si la polémica ha aumentado tu caché...”. Ella bordaba la pose de dignidad ofendida, cuando entró su secretaria. Perlita se quedó hipnotizada, sin despegar los ojos del generoso escote.

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  • Fin de carrera

    Esteban Torres Sagra · Úbeda (Jaén) 

    Mi último examen para terminar la carrera. Desde la estación de metro vengo haciendo ejercicios de respiración para evitar las pájaras mentales que tanto me persiguen. ¡Qué preguntas más raras, por Dios! A ver, “Defina los términos siguientes...” ..por “querella” entiendo una palabra compuesta por el sinónimo del verbo amar y el pronombre de tercera persona del singular en femenino, en mi caso, el que sustituye al propio Isabel, aunque esto no viene al caso. ..“Arbitraje” es sustantivo abstracto que atribuyo al mismo origen etimológico que arbitrariedad o arbitrio, “que no responde a la razón”... y me dispongo a seguir escribiendo hasta que se me acerca el profesor murmurando ¡lo que tiene que hacer uno para ganarse la nómina! y me susurra: - ¡Señor Galíndez, ha vuelto a confundirse de Facultad, ésta es la de Derecho, ¡la de Derecho!, Filología Hispánica es el edificio de enfrente!.

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  • Los gritos

    Fernando Gayo Sánchez 

    La puerta está abierta y los gritos se oyen en toda la manzana como una carrera de obstáculos. El hombre sujeta a una mujer por el brazo mientras la zarandea. Uno de los vecinos se ha encarado con el atacante en un arbitraje solidario, y esgrime su nómina como un pañuelo de números que pudiera frenar la agresión. -Yo también soy tu mujer, Manolo. -Y yo – añadió la del quinto, olvidando la querella impuesta por la comunidad por falta de pago. -También yo -le espetó el abuelo del tercero, que salía camino de la estación a recoger a su nieto temeroso de una caída inoportuna. Manolo, atravesado esta vez por una vergüenza contagiosa, soltó a Marta tratando de huir de aquella escena. No había dado tres pasos cuando una niña de unos doce años se plantó frente a él. -Papá, yo también soy tu mujer.

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  • Tradición familiar

    José Ignacio Santaló · A Coruña 

    Estudiarás Derecho, después opositarás. Padre, fiscal; abuelo, juez. Seguirás la tradición familiar, gandul. Así acabó el unilateral y paternal arbitraje sobre mi futuro profesional. Tras muchos años en la universidad, terminé la carrera: finalmente, abogado. Tal y como se ponían las cosas, un mal menor, espetó mi progenitor, harto de aflojar la nómina mensual. Decidí especializarme en el arte de la querella. La mayoría archivadas, sí, pero algunas arribaban a su final estación: la Sala de Justicia. En la última, ocurrieron hechos muy extraños: el juez no era Don Ramón, sino el finado abuelo Matías; el fiscal, mi jubilado padre. Balbuceé, papa, abuelo ¿qué hacéis aquí? Acusarte y condenarte por no respetar la tradición, respondieron. Descontrolado por el pánico, comencé a golpearles defensivamente con el Código Penal. Todo se tiñó de rojo. Es increíble, pero desde entonces solo veo batas blancas murmurando a mí alrededor. Créanme, de locos.

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  • Notificación de desamor

    Javier Serra Vallespir 

    Pudiera parecer que los abogados, que a veces damos la impresión de vivir sumergidos en un océano de leyes milimétricas, de comunicarnos por medio de una jerga críptica y de tener como segunda residencia la antesala de cualquier inhóspito juzgado de instrucción, no albergamos sentimiento humano alguno. Y no es así. Fíjense, por ejemplo, en esta carta de amor (de desamor, en verdad) hallada en el bufete de un eminente jurisconsulto recientemente fallecido cuya identidad, por supuesto, no vamos a revelar: “Querida abogada: me entristece profundamente notificarle que mi alma se ha visto en la obligación de presentar una querella contra usted sobre la cual no admitiré jamás arbitraje alguno por haber escrito mi nombre en su larga nómina de corazones rotos y haberme utilizado como una simple estación de paso en su carrera hacia la madurez profesional. Desesperadamente suyo, X.”

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  • Por un minuto

    Victoria Fernandez de Pinedo 

    Una simple carrera en las medias, así comienzan los desastres, por cosas leves, pequeños detalles que cambian el destino. Fui al baño de la estación, y manteniendo el equilibrio sobre mis tacones, sin tocar las paredes, me las quité y las tiré a la papelera. Perdí el tren… por un minuto. No llegué a tiempo al juzgado. Sólo era una querella absurda por una pelea entre vecinos, yo les recomendé un arbitraje, evitar un juicio, pero a la gente le gusta pelear. Intenté llamar al despacho, intenté coger un taxi, intenté no pensar en mi nómina, ni en esas malditas catorce pagas que ya eran historia. Entonces, sentí el frío en mis piernas, y en un último intento, traté inutilmente de no echarme a llorar…

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  • Pasatiempo

    Agustín Martínez Valderrama · Gavá (Barcelona) 

    1. Acción o facultad de arbitrar. Media nube. “ARBITRAJE. BE”. Empecé con siete años. Por aquel entonces, Papá todavía era procurador. Mamá, embarazada de Carlitos, trabajaba en un despacho laboralista. Mi hermana terminaba Derecho y reñía con su primer novio. Y yo soñaba con ser futbolista. 4. Discordia, pendencia. Lista de nombres. Nota posesiva. “QUERELLA. NÓMINA. MI”. Después de completar las casillas horizontales, a Papá lo nombraron juez del Tribunal Supremo. Mamá abrió su propio bufete. Carlitos fue padre y ganó su primer juicio. Mi hermana opositó a notarías y se divorció de su tercer marido. Y yo soñaba con ser astronauta. 7. Símbolo del sodio. Temporada. Pugna de velocidad. “NA. ESTACIÓN. CARRERA”. Cuando acabé el crucigrama enterramos a Papá. Mamá, pobrecita, lloraba desconsolada. Carlitos era abuelo. Mi hermana encontró por fin al hombre de su vida. Y yo hacia ya algún tiempo que había dejado de soñar.

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  • Tabula rasa

    María Graciela Bolo · Buenos Aires (Argentina) 

    Un humo oscuro invadía la carrera, del lado de la estación. Los reflectores de los reporteros lo convertían en una curiosa suerte de bruma, en la que las figuras, medio cegadas por el resplandor, parecían sombras chinescas. Desde hacía horas, varias dotaciones de bomberos trabajaban en apagar el incendio del archivo donde se encontraban, encuadernadas, las nóminas de todas las causas desde 1973 a 2001, con sus detalles de querellas, presentaciones, escritos, y arbitrajes. Un curioso universo de papel desaparecía por completo aquella noche. Y con él los expedientes del escandaloso fallo sobre malversación que involucró a varios jueces, allá por el 84, cuando por primera vez se habló de “mafia judicial”. Los que alguna vez fuimos de esa jurisdicción, observábamos desde las ventanas del edificio nuevo. Algunos nostálgicos hasta se acercaron para verlo de cerca. Con él se iba parte de nuestra historia. Y todas, pero todas, las pruebas…

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  • Vocación

    María Emma Izquierdo Guerra · Las Palmas de Gran Canaria 

    Mi padre tenía constantemente la palabra "ley" en la boca y se había empeñado en que yo siguiera sus pasos. La carrera de derecho se imponía como la única opción para mí. Ya me veía con la toga de juez, arbitrando como él en los tribunales de justicia entre abogados, fiscales y maleantes. Pero a mí, las únicas querellas que me entusiasmaban eran aquellas que se originaban en los campos de futbol y sólo concebía un arbitraje: el de las estrellas del balompié. Jamás le confesé mis pensamientos para que me dejara en paz hasta poder escapar definitivamente de aquel ambiente riguroso en el que no siempre triunfaba la verdadera justicia. Cuando cumplí los dieciocho, metí unas cuantas prendas en una bolsa de deportes y salí para la estación sin importarme si algún día cobraría una nómina para sobrevivir. Ayer arbitré mi primer partido de liga de campeones.

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  • Un pastorcillo soñador

    Mayte González-Mozos 

    Cuando ingresaron su esperada nómina como abogada de oficio, hizo un “kit-kat” entre investigaciones, pleitos, querellas… Abrió las cajas correspondientes a la estación del año. Ignoré bajo que arbitraje, a mí me puso en el puente que cruza el río de cristal. Desde allí descubrí sus ojeras. El trepidante ritmo de vida había desmejorado sus facciones. Tras estudiar la carrera se esfumó su aire ingenuo. Respiró al colocar la estrella, y en su dura mirada adiviné el esfuerzo por mantener un equilibrio entre la tensión laboral, y la vida familiar. Esta vez me temo que tampoco sucederá. Por más que lo deseo y se lo pido como cada año a mis vecinos los Reyes Magos, no me abandonará esta inmovilidad. Y me guardará, con suerte junto a las ovejitas, y no al lado del “caganer”. Y tampoco se habrá producido el Milagro de poder trepar hasta su cara para besarla.

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  • ¿Dónde estás?

    Pablo cid · Madrid 

    Nos conocimos en cuarto de carrera. Solía llegar tarde y me sentaba en las últimas filas. Un día te fijaste en mí forzando la vista y me ofreciste tus gafas. “Accidente in itinere”, era la frase que faltaba por copiar en mi cuaderno de laboral. Meses después también me prestabas faldas y pinzas del pelo. Después de clase, el Retiro era testigo de besos a la luz de las farolas y de planes de futuro.
    Encontraste trabajo en una empresa de asesoría legal donde, decían, acabarías cobrando una abultada nómina. Yo me conformaba con un puesto de becaria en una Junta de Arbitraje Municipal. Suficiente para compartir un pequeño alquiler en Santa Eugenia.
    Siempre salíamos juntas, pero esa mañana de marzo tenías que examinar una querella presentada contra tu cliente. “Esta tarde nos vemos”. Pero acudí a la Estación de Atocha y ni siquiera te encontré en la lista.

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  • ¡Podemos!

    Jorge Santiago Vázquez Rojo · Ourense 

    Es otoño, fría estación. Después del descanso estival, comienza un nuevo partido en el campo de la justicia. Está bastante embarrado. Su Señoría va a dirigir el proceso. ¿Qué cuánto va a durar? Se suele alargar más de lo previsto. Ya se sabe, balones fuera, zancadillas… que te voy a contar. Abogados, Procuradores, Fiscal… en sus puestos. Piiiiii. Una rauda querella inicia el proceso. Alegato del fiscal que impacta en la defensa. Ésta hace un regate en corto y saca al testigo. El acusado se levanta del banquillo. No procede. Una prueba, otra prueba… La acusación particular interpela, su Señoría le amonesta. No es su turno. Visto para sentencia. Absuelto. Se ha sudado la toga. Pendiente la fase de apelación, se volverá a dar el “Do de pecho”. A la carrera a otro campo, toca arbitraje. Mientras, esperar a cobrar la nómina… como casi siempre.

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  • Mirar al frente

    Manuel Cuadrado · Collado Villalba, Madrid 

    De crío bizqueabas apretándote los ojos con dos dedos, y luego ibas soltando para reunir las imágenes. Hoy, en la sala de espera, te concentras mirando el periódico y consigues juntar las secciones de «Sociedad», «Horóscopo» y «El tiempo». Obtienes algo así: «Frentes nubosos para cerrar la estación veraniega. Presagios amenazantes en el horizonte. Capeas los rumores sobre tu ruptura matrimonial. Querellas de evolución diurna, con ascendente en Capricornio. Declaraciones que van de marejada a fuerte marejada. ¿Conseguir arbitraje? Imposible. Vienen precipitaciones, frío, embargo de nómina y carrera naufragando». Miras al frente. Ahora ves claro tu futuro. Te marchas sin hablar con el abogado. En el descansillo, aguardando al ascensor, descubres que todavía llevas encima esa estéril demanda de divorcio que promoviste. Gélidas intimidades impresas en papel. Arrojas el documento por la ventana. El sol, en litigio con las nubes, ilumina hojas volanderas que bailan al caer. Empieza el otoño.

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  • Cuento de navidad

    Pilar Marco · Zaragoza 

    En el Tribunal de Arbitraje se respiraba la época de la estación. Allí no había querellas. Algunos andaban alborotados con las nóminas, otros en una frenética carrera por cerrar el año. Su presidente, ajena a todo ello, sonreía. Y bien, dijo, ¿algún caso más por hoy? No, dijeron sus ayudantes. - Y, entonces, Papá Noel ordenó a los duendes cargar el trineo y cogió la lista de regalos para cada uno de los niños que le habían escrito… - Y subió a su trineo e hizo público su laudo en relación a los renos y su disputa… Concluyó el último de los asuntos y se marchó a casa. Te quiero, dijo al entrar. Silencio en la noche y en la casa de la presidente del Tribunal. Lo cogió entre sus brazos y comenzó a contarle un cuento, solo que él la arropó y lo concluyó por ella

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  • Celos electrónicos

    Rafael Gavilán · Unit e Alhambra, Estados Unidos 

    Los circuitos se me recalentaron el día que el juez de instrucción decidió prescindir de mis servicios. ¿Cómo se atreve a cambiarme por un Macintosh ultraplano? ¿A mí? ¿Después de todos los servicios prestados? ¡Cuanta ingratitud! Yo no soy un vulgar empleado en nómina; y sin haber estudiado leyes sé más sobre cualquier querella, arbitraje o menester legal que todos de esos engreídos que toman café con la toga puesta en el bar del juzgado. Me siento como una vieja locomotora varada en la estación de un pueblo olvidado.Tengo la CPU inflamada con tanto estrés. Pero esta noche, antes de que el juez transfiera todos los archivos al arrogante tipo de la manzana mordida, me daré un atracón de amperios para que la subida de tensión liquide el disco duro. Será mi suicidio cibernético, mi último servicio a favor de la ley que me olvidó.

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  • El debut

    Nuria Gómez Lacruz 

    A pesar de todo, he ido a la estación para despedirlo, con mi carpeta. En el andén, un beso frío y un par de frases: “gracias por estos 23 años, Juan”; “gracias por ponérmelo fácil, Alicia”. Llevábamos juntos desde primero de carrera: los felices años de la Universidad, los sábados compartiendo su hobby del arbitraje, dos hijos, una sola nómina con la que a duras penas llegábamos a fin de mes... Hace siete días me dijo: “Lo siento: he conocido a Dominique, la mujer de mi vida. El lunes me voy con ella a París”. No monté ningún drama. Él siempre me decía que me pusiera a trabajar, a lo mejor hasta se alegra de mi debut como abogada: en la carpeta guardo una querella por abandono de hogar, que me apresuro a llevar al Juzgado de Guardia con la esperanza de que lo detengan antes de cruzar la frontera.

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  • A la carta

    Marta Trutxuelo García · Andoain (Guipúzcoa) 

    Érase una vez un ecuánime juez tan digno acreedor de su nómina como de su toga. Su carrera se urdió a fuego lento entre juzgados, salas y tribunales: arbitrajes judiciales para desayunar y querellas criminales para cenar; el íntegro juez aliñaba los procesos civiles con un toque de resolución, sus sentencias desprendían un aroma a sabiduría y sus veredictos tenían un intenso sabor a imparcialidad. Cierto día la parca fue a buscar al buen juez y le acompañó a un tren que le conduciría a su nueva vida. —Has sido un hombre justo y por ello te mereces un premio. Se te concede la oportunidad de volver a ejercer la profesión que tan bien has desempeñado en tu vida terrenal. Y colorín colorado... —¿Volver a ser un juez amargado?—interrumpió el magistrado—. Exijo un merecido “fueron felices y comieron perdices” o les interpongo un recurso en la próxima estación.

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  • Mi padre

    Luis Miguel Morales · Madrid 

    Mi pánico al avión hizo que aquella mañana regresara a casa muy cansado desde la estación. Había pasado la noche en la litera del tren. Entre el traqueteo y la resolución del arbitraje que tenía que redactar en ese mismo día, no pude pegar ojo. El viaje inesperado a París, para evitar una querella contra mi bufete, me había dejado sin más tiempo para escribirlo. Me animé recordando a mi fallecido padre con su toga diciéndome, al poco de acabar la carrera y en ese tono socarrón que tanto le gustaba usar, “Hijo, cuando te lleguen momentos duros, piensa que va incluido en la nómina, te ayudará”.
    Al entrar en mi despacho me sorprendió ver sobre el escritorio aquellos folios manuscritos. Me senté a leerlos: “LAUDO ARBITRAL dictado por…”. Contemplando el retrato de mi padre, colgado en la pared, advertí que esa cómplice sonrisa en su rostro era nueva.

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  • Herencia

    Pablo Díaz Medina · San Juan de Miraflores, Perú 

    “Serás como yo”, decía mi padre. “Abogado, y punto”. Sé que despreciaba la Literatura como carrera profesional, sé que también despreciaba algunas otras cosas de mí. De él heredé, debo aceptarlo, el prejuicio sobre los curas, la nómina de clientes que ahora llevo en mi propio bufete, la habilidad en el arbitraje de los procesos de divorcio. Ayer, en su entierro, traté de recordar lo que no heredé o no quise heredar: el abuso que durante años infligió a mi madre, incapaz de interponerle querella alguna, el acecho que siempre mantuvo sobre mi hermana Clara, del que ella me habló, entre lágrimas, hoy, esperando el tren en la Estación de Atocha. Clara me brinda un último beso en los labios, y me deja, rumiando mi parecido con mi padre, puesto de manifiesto groseramente en el reflejo que me devolvía, agresiva, la ventanilla del vagón.

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  • La caída

    Juan Deus · La Coruña 

    El agua de lluvia, roja al diluirse con la sangre que fluía de las heridas, se deslizaba sobre la calle y dibujaba una delicada red encarnada. En su centro, atrapado, estaba el cuerpo del abogado. No más arbitrajes ni querellas. Salto mortal y el suelo última estación. La gente se arremolinó alrededor, manos rápidas registraron los bolsillos. Vacíos, como su dueño. Una Carrera, años de esfuerzo y trabajo hasta que la crisis acabó con todo. Sin dinero, sin amigos. Los papeles del divorcio aun sin archivar. En la acera una mujer llora. Su secretaria, última superviviente de un ya no próspero bufete. La policía la acompañó al despacho. Sobre la mesa de roble desgastado una nota y un sobre. “Después de todo lo que hemos pasado no puedo darte esto y mirarte a los ojos. En el sobre está tu última nómina”.

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  • Mi lúcida abuela

    Esperanza Temprano · Madrid 

    Mientras salía a la carrera de la Estación camino de la Junta de Arbitraje, recordaba las palabras de mi abuela cuando le dije que quería ser abogado ¡menuda profesión para una mujer! me dijo. No le faltaba razón. Cuando me dan las mil y monas formalizando querellas y llego al supermercado justo cuando acaban de cerrar, me acuerdo de ella. Cuando cada día encuentro a mi hijo esperando pacientemente en la puerta del cole a que le recoja, mientras sus amigos ya están en sus casas merendando, me acuerdo de ella. Cuando entre lavadora y lavadora remato la nota para la vista del día siguiente, me acuerdo de ella. Cuando a final de mes, compruebo que mi nómina ha encogido porque estamos en crisis y todos debemos apretarnos el cinturón, miro al cielo con desesperación y pregunto: “Abuela ¿por qué no me lo impediste?

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  • ¡Maldita diabetes!

    Eva María Cardona Guasch · Ibiza 

    Percibo el grito de querella de mi abogada al leer mi esquela. Trabajó a la carrera para conseguir rápidamente el divorcio de mi esposa, que me despreciaba. Antes que mi maltrecho corazón fallara, yo deseaba casarme con Miriam, venezolana, treinta años más joven, pizpereta, lista, amorosa. Pensaba alcanzar con ella mi última estación. La abogada lo sabía y trabajó con ahínco, tratando de acelerar los farragosos trámites infinitos para obtener resolución cuanto antes. Intentó un acuerdo razonable: arbitraje estéril. No hay nómina millonaria que pague sus desvelos. Pero mi tren aceleró inesperadamente impulsado por un traicionero combustible: azúcar en sangre, sangre de azúcar. ¡Maldita diabetes! ¡Lenta Justicia! En el mismo instante que Su Señoría firmaba la sentencia yo tocaba el Cielo. Desde aquí bendigo a Miriam. No me amaba, ahora lo sé; pero me necesitaba. Y yo a ella La abogada... ¡¨quién pagará su minuta?

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  • El salto

    Alejandro Espiago · Zaragoza 

    La secretaria, de pie, aguardaba inquieta su primera orden. Él abrió el ventanal de su despacho en la planta 23. La vista era espléndida. Distinguió la estación de ferrocarril y recordó que de niño quiso ser maquinista de tren. Fue su padre quien le advirtió que tenía que aspirar a algo más en la vida. Más lejos divisó el estadio de fútbol. También quiso ser futbolista. “Eso no es serio. Tienes que llegar más alto”, le dijo su padre. Entonces le planteó dedicarse al arbitraje de partidos. “Tienes que estudiar y llegar más alto”, le insistió. Así que siguió la tradición de su familia y cursó la carrera de Derecho. Pronto ganó importantes querellas como abogado. Un imperio empresarial le propuso entrar en nómina y aquel era su primer día. “Ahora sí he llegado lo bastante alto, papá”, fue lo último que le oyó decir la secretaria.

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  • El regreso

    Javier Gutiérrez · Barcelona 

    Se dirigía a la estación de saltos cuánticos. Estaba abatido y regresaba al Centro de Redistribución, a esperar un nuevo destino. - Vaya desengaño- dijo apesadumbrado- Cinco años de carrera, un trabajo de abogado a nómina del Estado, diversas querellas en arbitrajes de Cuentas… - ¿Y?- pregunté - Que creí que podía cambiar sus valores morales, pero estos humanos son una especie en perpetua decadencia con sus corrupciones, cohechos, prevaricaciones… - Sí- coincidí - Ahora entiendo cómo aguantas tanto entre ellos- sentenció, mirándome de arriba abajo - Adaptabilidad al medio, supongo Nos despedimos. Me encaminé al bar dónde nos reuníamos los de la tuna para jugar al mus. Aquél era un día especial: cumplía cuarenta años terrestres y mis compañeros de segundo de medicina habían preparado una fiesta. Moví ligeramente la pandereta y comencé a tatarear: “Y si Adelita se fuera con otro, la seguiría por tierra y por mar…”

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  • Proyecto «Frankenstein»

    Francisco Sánchez · Lorca, Murcia 

    Podríamos calificar de fracaso absoluto nuestro primer intento de crear una remesa de abogados perfectos, capaces de solucionar, sin margen de error, los más simples arbitrajes y querellas hilarantes de famosos salidos de la caja tonta, así como de soportar la presión ante posibles desenlaces en sillas de 5000 voltios. Los individuos han salido defectuosos, ser cum laude en la carrera parece no ser suficiente, valores como justicia y firmeza debían ser inculcados mucho antes, y sentimientos como compasión y empatía, aun inconscientemente, están demasiado arraigados. Además, ninguno aceptaría trabajar con la ridícula nómina que exigía nuestro benefactor como requisito indispensable. Desde la estación “La Balanza” seguimos a la espera de un nuevo envío de sujetos. Día 255. Proyecto “Frankenstein”.

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  • La pitón

    Ignacio Caparroso · Madrid 

    Cuando me encontré con Gregorio en la estación habían pasado veinte años desde que habíamos terminado la carrera. Estudiante mediocre, feúcho y algo acomplejado, nunca fue muy popular. Pero eso sí, todos recordábamos divertidos las insuperables anécdotas que sintetizaban el principal, y casi exclusivo, rasgo de su carácter: la pasión que ponía en todas sus decisiones, adoptadas además con la más absoluta de las ligerezas. Ahora era abogado penalista, con bufete propio, y se jactaba de que en su larga nómina de casos no había querella que se le resistiese. Me despedí de él con cierto desasosiego al comprobar que su naturaleza extrema e iluminada no se había apaciguado con el paso de los años. Días más tarde me enteré de que era conocido como “La Pitón” y que acababa de salir de prisión por estrangular a otro compañero especializado en arbitrajes de equidad.

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  • La oculta vocación

    Miguel Ángel Gayo Sánchez · Sevilla 

    Impelido por la tradición familiar, alcancé pronto los laureles que de mí se esperaban: cum laude en la carrera de Derecho, nómina gruesa como abogado defensor, esposa ejemplar, en fin, el futuro maravilloso que aguardaba a todo triunfador. Pero yo siempre quise ser un payaso de circo, mi oculta vocación, y para mis adentros fantaseaba con las cabriolas, los aspavientos y el aplauso de los niños. El necesario arbitraje entre el mundo leguleyo y mi oculta vocación se desajustaba a veces en el momento más inesperado. Entonces saludaba al público desde los estrados con un sonoro ¿CÓMO ESTÁN USTEDES?, o zapateaba ante su señoría, o lanzaba papelitos al viento durante el alegato final. Mi estación de penitencia ante tanto descontrol llegaba en forma de sentencia, siempre contraria a mis defendidos. Y es que reprimir la oculta vocación es como lanzar una querella contra nosotros mismos.

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  • Ligue accidentado

    Jose María Mediero García · Arévalo (Ávila) 

    '- Perdón. - Mire por donde va. - Leía una sentencia, no la vi. - ¿Es abogado? - No, condenado a seiscientos euros mensuales y las costas. - ¡Mis medias! ¡Una carrera! - Disculpe, iba distraído. Me he divorciado, tengo una nómina de ochocientos euro

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  • Sonsoles

    Isabel González · Madrid 

    “Sonsoles para quien más aguante”, acordamos. Salimos a la carrera, tiramos las mochilas al suelo y nos tumbamos sobre las vías. Allí, en la estación, lejos de nuestras casas y del tenaz arbitraje de nuestros padres nos sentíamos libres, capaces de cualquier cosa. De dar la vida por Sonsoles si hiciera falta. Recuerdo lo difícil de acomodarse entre las traviesas, el hedor a orín y mi corazón. Nos volvimos a encontrar al cabo de los años. Por una querella estúpida. Él, a un lado del pasillo y yo, al otro. Luchamos como viejos boxeadores. Sudamos, gesticulamos. Nuestros clientes trataban de calmarnos. Pero es que no era por ellos. Ni por la nómina. Era otra cosa. Ganó él esta vez, me eché la mano al bolsillo y tuve que devolverle la dorada peonza de nuestra infancia.

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  • Conciencia

    Miguel Ángel Arana · Madrid 

    Me comunicaron el ascenso el viernes. Yo pensaba que aquél empujón a mi carrera era el justo premio por mi valía profesional. El presidente del bufete se colocó a mi lado en el ágape posterior. “¿Qué tal va el asunto del concejal, hijo?” “Estupendamente. Podemos demostrar que estaba en nómina de la empresa que se benefició de las expropiaciones y construyó la estación”, le dije exultante. El socio bajó la voz: “El caso es que me ha llamado para pedirme, como favor personal, que retiremos la querella. No es necesario que la justicia penal intervenga en esto.” “¿Entonces?” “Ha planteado que sometamos el tema a la corte de arbitraje.” Es decir, que el concejal saldría de rositas. Un leve tirón de orejas para él, y una miseria para los damnificados cuyas casas habían sido derribadas. Articulé una sonrisa. “Me parece bien”. “No lo dudaba, muchacho. Es usted uno de nosotros”.

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  • La lechera

    ¡µlvaro Giménez · Orihuela, Alicante 

    Sabía que aquel juez con el que acababa de irse a la cama le podía ayudar. Sabía que formaba parte del tribunal de arbitraje que debía resolver la querella que le habían interpuesto. Sabía que, si lo satisfacía, le permitiría continuar su carrera de famosilla de tres al cuarto. Sabía que si le placía en todo lo que le pidiese, no engrosaría la nómina de acusadas de un juzgado de provincias. Sabía que si superaba aquella dolorosa estación de su particular vía crucis, el dinero y la fama llamarían a su puerta. Sabía todo eso y planeaba mucho más. Sin embargo, lo único que no sabía era que nada más colocarse encima de él y empezar a cabalgarlo, la vida del juez, como una jarra de rica leche, se había roto en mil pedazos, haciendo añicos todos los proyectos que ella había imaginado para su gloriosa existencia.

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  • Justo a tiempo

    Javier López Alós · Alicante 

    Era una carrera hasta la estación, apenas doscientos metros desde el bufete. Una vez allí, sólo debía tomar el primer cercanías que saliese hacia cualquier parte. Bajar, cambiar, bajar, quedar a salvo. Pero corría llevando un maletín que era a la vez mi premio y mi condena, y avanzaba entre la gente como a través de obstáculos que alguien hubiera puesto en mi camino, como si los segundos se me agarraran a los zapatos, en una querella contra el destino que esta vez no podía perder. Seguí corriendo hasta tropezar con un policía y mi maletín se abrió al caer. Las nóminas de los empleados, según el arbitraje, debían ser pagadas antes de fin de mes. Desde el suelo, pude ver que así sería y tuve la extraña sensación de que al final se había hecho justicia.

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  • La decisión

    María de la Luz Falcón · Santa Brígida, Las Palmas 

    Sola, en aquella insólita estación, sentada sobre un mugriento sofá, esperando un tren que nunca llegaré a coger. Ver caer la lluvia a mis pies traía a mi mente entrañables recuerdos, como aquella adolescente ilusión al comienzo de mi fulgurante carrera. De repente, multitud de pensamientos se agolpaban sin cesar, ¡¨realmente deseaba marcharme y renunciar a aquella generosa nómina¡€™Abandonar el mundo de las querellas y lanzarme a una nueva vida encaminada a la conciliación, el arbitraje y porqué no, a la mediación, era definitivamente mi mejor opción. Ver llover, sentir llover, percibir el fresco aliento del invierno en mi rostro, renovaba mis sentidos. De pronto, el tren se aproximaba a la vez que incesantemente se incrementaban mis pulsaciones, podía sentir como dos enormes focos me cegaban sin compasión. Dos focos, dos lentes, y una voz de fondo que me susurraba al oído: -Señorita letrada, señorita letrada, continúe...

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  • Inestable primavera

    Lucía Rodríguez · Segovia 

    La primavera siempre ha sido una estación difícil. Cómo no iba a serlo, siempre mimada como una adolescente caprichosa, única mujer entre tres caballeros a la antigua usanza. Pero la gota que colmó el vaso fue la querella que interpuso contra el verano por injurias y calumnias. Si se hubiera tratado del otoño, siempre con una nómina más jugosa que pellizcarse hubiese conformado con una simple demanda y su correspondiente indemnización. Contra el invierno, ni tan siquiera un modesto arbitraje, pues hacia él no tenía rencor: en su complicada carrera de tropiezos amorosos, el invierno era el único que se salvaba, el más sensato, el más serio, casi lo veía ahora como un padre. Pero qué se puede esperar de su relación con el verano, tan prepotente como ella, normal que de su mente calenturienta saliera cualquier absurda acusación.

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  • La venganza

    Julio César González Laureiro · La Habana, Cuba 

    Ahora, que el fantasma de la querella se ha posado sobre la ciudad en nombre de la ecología, ha llegado el momento. ¡Bastante notoriedad alcanzó el abogado que se ocupó del arbitraje hace más de un siglo! ¡Bastante medró la nómina de los deshollinadores con el arreglo del litigio! Hasta hoy hemos cumplido con honor nuestra parte del pacto. Pero los tiempos han cambiado. Las chimeneas pasaron de moda y ningún letrado lograría hacer carrera defendiendo la tala de bosques y la contaminación del medio ambiente. Estamos llegando a la estación, es el momento de la venganza.

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  • El profesor

    Juan Manuel Batuecas Florindo · Madrid 

    Es verano de 2050. Un verano suave, calmado. La gente camina tranquila y sonriente. A la entrada de la estación de Atocha un gran cartel saluda a los viajeros: "Bienvenidos a nuestra ciudad. Visite el Museo del Pasado". Fue muy famoso cuando se llamaba Museo del Prado. 30 años atrás se inundaron las ciudades. Quedamos pocos y decidimos organizarnos de otra forma. Los Juzgados desaparecieron y se sustituyeron por Cortes Amistosas de Arbitraje. El Derecho Penal cayó en desuso, por falta de delitos y delincuentes. La última querella se exhibe como reliquia en las vitrinas del Museo. Nada de lo que estudie en la carrera sirve hoy. Yo era un abogado experto en litigios. Disfrutaba llevando los conflictos al límite. Pero me quedé sin trabajo. Nadie me necesitaba. Me ofrecieron una buena nómina como Profesor de Derecho antiguo. Sólo para eso sirvo hoy, para recordar el pasado.

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  • Eternamente gélida

    Antonio Díez Núñez · Valladolid 

    Fuimos compañeros de carrera. Yo, un don nadie luchando por abrirse camino en la vida y ser digno de su amor, me costeaba los estudios con una modesta nómina. Ella, una belleza casi angelical; como esas actrices de los cuarenta que dejan tirado al protagonista cual vulgar colilla en cualquier estación. Sagaz, fría rayando la perversidad, conseguía cuanto se proponía haciendo gala de su inteligencia. Fue durante un juicio al que asistimos en el que se dilucidaba una querella cuando conocí su verdadera personalidad. Haciendo ostentación de su sapiencia vaticinó el fallo tratándome con desdén. Desde ese momento nuestra relación comenzó a enfriarse hasta desaparecer. Más tarde el destino me sirvió el momento de la venganza. El caso era tan claro que no acepté un arbitraje. En la vista estaba inquieta pero alguien anunció que su cliente había fallecido esa noche. Me dirigió una gélida sonrisa y una malévola mirada.

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  • La farsa fatal

    María Eulalia Serrano Pérez · Mérida (Badajoz) 

    Me refugié en la Estación de Atocha, aunque no tardarían mucho en encontrarme. Nunca me arrepentiría bastante de haberme casado con Fernando. Me engatusó con su relumbrón de abogado de prestigio. No puedo evitarlo, desde que mi abuelo presidió el Supremo, me hipnotiza el lenguaje jurídico, tan elegante, tan formulista, tan incomprensible. Mi ex se dio cuenta de mi debilidad, de mi estupidez y de la abultada fortuna de mi padre. Y me enamoraba con el detalle de sus demandas, sus querellas y hasta de algún arbitraje. Fue casarnos y abandonar su prometedora carrera. Antes puso todo mi patrimonio a su nombre. Después, todo fueron desaires. Pude soportarlos hasta que empezó a hablarme con una ordinariez de taberna. Entonces no tuve más remedio que asesinarle, recuperar lo mío y volver con mi antiguo novio. Ese tan insulso y tan auténtico, que sólo tenía una nómina de funcionario.

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  • La huida

    Miriam García Herraiz · Ciudad Real 

    Me encontraba en el andén de aquella estación, vacía, solitaria y triste, en un atardecer de otoño frío y oscuro, esperándote en tu última carrera perdida, y el tiempo me golpeaba sin compasión imaginándote aprisionada en una querella sin fin. Nuestra huída sin mirar hacia atrás, dejando todas las causas sin archivar, sin un final, sin despedidas. No podía dejar de pensar en ti, recordándote como la última vez que te ví, escondida como si fueras una nómina oculta en un cajón, con una gran toga cubriéndote el cuerpo, rodeada de palabras que conducían a un arbitraje buscado, y ese llanto de dolor y sufrimiento silencioso. Ahora, al recordarte, sé que mi viaje será en soledad, cargado de sentimientos no compartidos. Regresas a tu mundo sin haberlo abandonado, procesos, estrados, resoluciones... Llega el tren y mis ojos ya no te ven.

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  • Lucía

    María Serrano · Arganda del Rey, Madrid 

    Un mes más, una nómina más. Doce horas como pasante no me proporcionaban mucho dinero, pero sí lo suficiente para permitirme comprar cada día una flor a Lucía. Lucía era mi amiga, mi amante. La conocí cuando apenas teníamos quince años durante los fines de semana en que me dedicaba al arbitraje. Allí, entre las gradas, se escondía ella, dulce, buena. El cajero automático me brindó otra sorpresa. Había ganado la querella, la indemnización estaba en mi cuenta. Suspiré. Pronto el dinero pasaría a la asociación para la defensa de los animales. Aquel día tuve que darme una carrera para llegar a tiempo a la estación. Cuando bajé del tren compré una rosa roja. Hoy le podría contar a Lucía que se había hecho justicia, que el cabrón que la atropelló estaba en la cárcel. Por primera vez desde aquel fatídico día, me dirigí al cementerio en paz.

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  • Crimen Perfecto

    Elisa García García · Burgos 

    No dejaste que terminara mi carrera de derecho: había que cuidar a los niños, hacer la comida, planchar la ropa, incluso organizar tus expedientes de querella, y luego, cuando ya me sentía demasiado vieja, conociste a esa pelandusca y sin apenas darme explicaciones, te largaste con ella. Me dejaste sola, sin trabajo, sin los chicos, sin esperanzas. Pensé en ir a la estación y tirarme al primer tren que pasara. Luego lo medite mejor y me apeteció observar como agonizabas y ver pasar tu cadáver por delante de mi puerta. Fue muy duro al principio. Terminé mi carrera, oposite al Ministerio de Hacienda y me gané la nomina mientras controlaba tus tejemanejes. Eso me fue fácil, bien sabia como actuabas. La primera inspección te saco de quicio, las siguientes te provocaron un infarto y hoy estoy viendo tu esquela en el periódico.

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  • Guruceta

    Enrique Barrero · Sevilla 

    Mi marido podría centrarse de una vez por todas e intentar ejercer la carrera dignamente, con cuatrillizos que hemos tenido. Tiene fama de pésimo abogado penalista y me estoy quedando sin argumentos para defenderlo. Me duele que sus compañeros se mofen de él y lo llamen Guruceta. Su afición al arbitraje va a costarle un día un disgusto por esos pueblos de Dios y dejarme a mi viuda. En el último partido tuvo que salir a la carrera y oculto en el maletero de un coche mientras la afición enfurecida aguardaba en la estación para ajustarle cuentas después de pitar un penalti en el último minuto. No gana un solo asunto y mi nómina no da ya para tantos dodotis. Tiene miga que yo, enfermera, tenga que estar aquí con dos hijos en cada mano redactándole una querella mientras él está este fin de semana arbitrando en Villanueva.

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  • Sí, quiero

    Cristina López · Las Palmas de Gran Canaria 

    Era treinta y uno de diciembre y me encontraba a la salida del Servicio de Arbitraje, cuando tropecé con un compañero especializado en mediación familiar. Tomamos café para intercambiar opiniones acerca de las desavenencias entre cónyuges y la querella con motivo de un homicidio pasional. Nunca he sido partidaria del matrimonio porque creo ciegamente que cuando el amor te mira de frente, es el odio quien te apuñala por la espalda. Estaba sumida en nuestra conversación cuando me sobresaltó el sonido de un mensaje de texto en mi móvil:¡€™necesito estar a tu lado el último día del año, te espero en la estación de tren?. En honor a San Silvestre, me di la carrera para encontrarme con él, y lo vi sosteniendo un ramo de rosas en el que habría invertido al menos la mitad de su nómina. Yo sólo podía pensar en que me propusiera casarnos.

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  • Golpes y sospechas

    William Teixeira · Montevideo, Uruguay 

    Su arbitraje fue tan escandaloso que no sólo le valió que su nombre fuera excluido de la nómina de árbitros seleccionados para dirigir en el Mundial, sino también una querella de parte del club perjudicado. En contraste con la soleada estación reinante, nubes negras amenazaban su carrera. Su última esperanza: su brillante abogado. El alegato de la defensa: -Su señoría, estamos ante un hecho indiscutible: el desempeño de mi cliente fue pésimo y perjudicó notoriamente al equipo provincial. No obstante rechazamos categóricamente la acusación de cohecho que hace la parte querellante. Mi cliente sancionó dos penaltis inexistentes a favor del equipo capitalino y pasó por alto varias faltas graves a favor del provincial, es cierto. Pero esto de por sí no constituye prueba alguna que cuestione ni su honradez ni su profesionalismo. A esto se suman las pericias neurológicas que justifican su gol de cabeza en el descuento.

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  • Mi procuradora

    Patricia Valiña · Santiago de Compostela 

    Como mi carrera de abogado no me procuraba suficiente adrenalina, tras una larga nómina de novias, decidí seducir a mi procuradora. Una tarde en la estación de tren le propuse vivir conmigo. Hemos pasado una década de felicidad absoluta sin querella familiar alguna. Mi naturaleza es jugar con los plazos, demorarlo todo, descuidarme con facilidad... la suya ser puntual y decorar mi vida con un estilo francamente exquisito Mientras pospongo con excusas esa comida con mis padres, ella ya ha encargado un catering. Pero anoche llegue agotado tras un largo arbitraje y no había nada para cenar. Grave y preocupada se sentó a mi lado. Cree que ha llegado el momento de acudir a un especialista: que mi imaginación se esta excediendo, que he de asumir que nunca ha estado allí, que en aquella estación de tren ella se fue con otro...

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  • Belén

    Lourdes Aso · Huesca 

    Necesitaba silencio, que todos supieran cuales iban a ser las reglas del belén ese año. Hice sonar el silbato y desde lo alto de la torre, empecé el arbitraje. Nadie debía ir a la carrera. Quién arrancara musgo se las vería conmigo. í–bamos a multar el exceso de tristeza. Y no quería ni una querella familiar, por mucho que el pastor se llevara mal con la lavandera, o el puente se hubiera colocado fuera del cauce. Por una noche, quería olvidarme de los casos, no defender a culpables ni inocentes, ser una figurita más que respiraba a la luz de las estrellas. Alguno preguntó qué tipo de Ley representaba y si estaba ya en nómina. Mi traje resultó bastante aparente para velar los presentes del niño. A las doce, cuándo se rompía el hechizo corrí con el oro en los bolsillos camino de la estación. Soy un abogado rico.

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  • Carrera infructuosa

    Lola Sánchez Lázaro- Carrasco · Pozuelo de Alarcón (Madrid) 

    En una carrera feroz contra el tiempo, llegué a la estación. El tren partiría en breve, y con él mis esperanzas; la perdería, así como a su espléndida nómina, de cinco estrellas. Y no podría vivir sin ambas. Sucedió todo demasiado rápido. Me juró que no había terceras personas, que su tiempo lo absorbían los juzgados entre querellas, recursos, plazos y demás. Simplemente, ya no me amaba. No quería hacerme daño e insistió en recurrir al arbitraje de un juez. Y así me quedé, como vulgarmente se dice, en pañales. Y en tiempo record, para que luego digan que la justicia es lenta. Ya en el andén antes de subir al vagón vi como una figura masculina la cogía del talle con excesiva familiaridad...Le conocía, pero ¡¨dónde le había visto¡€™Mis esperanzas naufragaron al reconocerle, ahora ya desprovisto de su toga.

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  • Desde el cielo

    Maribel Romero Soler · Elche (Alicante) 

    Siempre me gustaron las estrellas. A los seis años las contaba antes de irme a dormir. A los doce las pintaba en las tapas de mis cuadernos escolares. A los diecisiete en las paredes del instituto. Y a los veintiuno decidí abandonar la carrera de Derecho para ser astronauta. Hoy vivo en una Estación Espacial y he descubierto que el universo es justo. El sol respeta a la luna y los planetas conviven en armonía. Ningún astro se querella contra otro por apropiación indebida de luz o calor. No hay juzgados, ni siquiera Tribunales de Arbitraje, esas instituciones fueron reservadas para los hombres, los dueños de los conflictos. Soy feliz aquí. Sólo ansío una cosa: que la NASA me ponga en nómina, llevo diez años de becario.

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  • El hipódromo

    Nieves Azcárate Aguilar-Amat · Madrid 

    Sólo los socios conocemos el secreto de la maqueta del hipódromo que el director custodia en la vitrina de su despacho. No es un adorno, allí los caballos disputan desde hace diez años una carrera de verdad: el ganador se llevará la nómina extra de 6 millones de euros que el fundador instituyó como legado para el primer abogado del despacho que lograse ganar 250 casos. El arbitraje de esta competición se encomendó al albacea del difunto, quien hace avanzar los caballos en función de los resultados de cada socio. Ayer un desconocido pegó un tiro a Matías, un día antes de que hubiese ganado el premio. Ahora mi caballo Sicario lidera la carrera y yo me dirijo a la estación del AVE para refugiarme en un lugar secreto y seguro, hasta que el Juez resuelva a mi favor la querella que me convertirá en millonario.

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  • Y entonces quizás…

    José Delclaux Abad · Las Matas (Madrid) 

    A ver si le convenzo a Pepe para que deje de apostar al fútbol y se dedique a las carreras de caballos. Que se tiña el pelo y mire por los catalejos, como aquellos malvados súper millonarios en las películas de James Bond. Caballos drogados y todas esas historias tan románticas. Pero él, nada, empeñado en la liga, en bares llenos de humo, y encima con lo mal que le sientan los cambios de estación, hoy ya pensaba que le iba a dar un infarto. Qué verg¡enza de arbitraje. Pero si al señor ese del pito más que comprado lo tienen en nómina. Sí, ay, qué pena, que se nos acabó el romanticismo. Sin catalejos ni caballos, tenemos los pies demasiado plantados en este suelo de gambas y baldosas. Pobre Pepe. Como un día se me muera les pondré una querella. Oye, y les sacaré una pasta. Y entonces, quizás?

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  • ¿Dormido o despierto?

    Lourdes Gómez · Madrid 

    Llevo tres meses sin dormir y sigo sin encontrar respuestas. Empiezo a pensar que deberíamos habernos sometido al arbitraje. Llego al despacho y allí está de nuevo, sobre mi mesa, mirándome con esos ojos, penetrante rojo intenso de quien se sabe vencedor y me espera cada mañana para reirse en mi cara; para recordarme que estoy en la última estación de mi carrera, mi última parada; para explicarme que después de ella, no hay nada. Me susurra al oído la fecha de la que será mi última nómina... y fue la pasada. Mi último trabajo en el Bufete: Una querella contra el que hoy es mi antiguo jefe. Un timbre suena a fuego lento derritiéndome el oído desde dentro, descuelgo el teléfono ¿quién es?: - soy tú, despierta -...y despierto. Dormido de nuevo sobre la mesa del despacho, me sonrío a mi mismo. La querella se fue, pero debería trabajar menos...

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  • Querella matrimonial

    Elena Ortiz Muñiz · Guanajuato (México) 

    Siempre termino pidiendo disculpas por no estar en las fechas importantes. Mi esposa no entiende mi carrera de abogado. Piensa que no llego porque estoy con otra. Peleamos siempre, sin remedio ni posibilidades de un arbitraje para equilibrar la discusión. Esta vez, me he prometido que no sucederá de nuevo, es nuestro aniversario, ya tengo las rosas, el obsequio y la reservación. Me telefonea llorando, pide que vaya a la estación de policía, han intentado robar la nómina del almacén al que acudió a comprarme un regalo, el acusado niega todo. Como mi mujer presenció el atraco, debe declarar. Realizo los trámites de rutina y trato de que comprendan que ella no es el criminal, solo el testigo y deben dejarnos ir. Miro el reloj: la 1 de la madrugada. Finalmente cumplí. Pasamos juntos este aniversario. Sonrío satisfecho porque después de la querella, por fin me comprenderá.

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  • Trivialidades

    Francisco Javier Romero Pareja · Melilla 

    Intento aprovechar el viaje en metro disfrutando del periódico. Difícil tarea: la mitad de la primera página está dedicada a criticar el arbitraje del partido de anoche; en la otra mitad, el anuncio de un banco me ofrece una batidora por domiciliar la nómina. Llego a mi estación hastiada de tanta trivialidad. Estoy deseando llegar al despacho y terminar de darle forma a la querella contra la mercería por una carrera en una media.

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  • Penitencia

    Javier de Pedro Peinado · La Alberca, Murcia 

    Había sido una leyenda en la ciudad como defensor de delincuentes de la peor condición, con una nómina de clientes tan extensa como indeseable. Y aunque últimamente trataba de adormecer su conciencia presidiendo tribunales de arbitraje, ahora regresaba, tras varios años alejado de la profesión, para enfrentarse con las querellas de sus demonios. En especial, aquel que le acosaba desde que Galmandiano, mítico violador en serie con catorce muescas en el cinto, que había quedado en libertad hace años gracias a su habilidad para encontrar defectos formales en cualquier expediente, atacara a la hija de su amigo. Sólo hacía mi trabajo, se decía para poder cerrar los ojos por la noche. Pero ahora debía de afrontar la enésima estación de penitencia y explicarle a su amigo que, a veces, los buenos pierden y que, a menudo, en esta carrera, la única forma de frenar es ir aún más rápido

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  • Marido y mujer

    Carlos Moro Valero · Boadilla del Monte (Madrid) 

    Tu acceso a la carrera judicial y tu nómina no fueron nunca motivo de conflicto, pero el hecho de que te destinasen a Plaza Castilla, en cuya secretaría llevaba años trabajando, no generaba una cómoda situación. Como de costumbre, preparé el desayuno y desperté a Estefanía, de camino a la estación no pude reprimir una lágrima al retrotraerme a tus humillantes bofetadas. Sólo Julia, mi compañera, sería depositaria de mi doloroso secreto, ofreciendo en el acto ejercer un arbitraje entre cónyuges, toda vez que presentar una querella por maltrato no sería entendido nunca por la sociedad. Tras solucionar el papeleo diario, me armé de valor para hacerte palpable mi sufrimiento, ya en tu planta y entre lágrimas le susurré al alguacil: "Desearía ver a la señora jueza".

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  • Original y copia

    Francisco Manuel Aguado Blanco · Torrent (Valencia) 

    Me pagó su parte e hice fotocopia del décimo. Como calco de un jefe al uso, me dijo que le diese el original pero en ese momento le llamaron por teléfono y dejé sobre su teclado la fotocopia perfectamente recortada. Luego vino lo de no abonar la nómina de Octubre, Noviembre, extra de Navidad, para concluir con el cierre de la empresa sin dignarse siquiera a entregar una carta de despido. Entre arbitrajes y querellas, el tío muy sinverg¡enza aún me exigía su parte en el Gordo. Yo hice la carrera de Derecho para algo. Le hubiese defendido hasta la muerte como abogado a sueldo pero ya no estaba a su servicio sino al de su mujer, legítima propietaria del original tras la celebración de la cena de empresa de Navidad en el wagon-lit, vía muerta, de la terminal de carga de estación abandonada.

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  • La vida

    Remedios Mondejar Pedreño 

    Estoy en la estación. Pasa un tren, veo la gente subir y bajar. Unos andan a toda prisa. Otros, hombres de negocios, van a la carrera, siempre con estrés; y sólo unos pocos, viven. Ahora trabajo en la estación. Hace unos años me interpusieron una querella criminal por un delito que no cometí. No he vuelto a levantar cabeza o eso creía yo. Tuve que someterme al arbitraje contra uno de mis mejores empleados; a la semana me despidieron y adiós a mi inflada y flamante nómina. Adiós a mi brillante carrera de jurista. Me detectaron un linfoma. Mi familia, casi destrozada. Pero ahora, ya recuperado por completo, con mi familia a mi lado, creo que me ha pasado lo mejor que me podía pasar en la vida. Ahora ya todo tiene sentido. Tengo un trabajo para vivir. No vivo para trabajar. Vivir es lo único que merece la pena.

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  • Palabra de Mantis

    Rocío Romero Peinado · Santurtzi (Vizcaya) 

    Estoy segura, querida, yo ya era juez cuando nací. Tenía tanto poder de sentencia en la punta de mis pequeños dedos como una mantis en sus patas raptoras. Para cuando hice del arbitraje mi carrera, ya había decidido sobre los machos de mi vida unas cuantas veces. Había impuesto una perpetua a un antiguo novio al que pillé besando a una amiguita en el viejo café de la estación. Aún se niega a salir de casa tres años después de que se colgaran aquellos vídeos en Facebook. Y, naturalmente, metí entre rejas a aquel profesor en prácticas, el mismo que no quiso besarme en los lavabos pero olvidó por allí su ADN. Muy conveniente. Nunca debió explicarme el concepto de querella. Ya que insistes, antes hubo otros, y siempre llegan sustitutos. Mientras entre todos me pagan la nómina, yo me sirvo sus cabezas para cenar.

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  • Deformación profesional

    Francisco Javier Romero Valentín · Pinto (Madrid) 

    Mi mujer reniega cada mañana al verme marchar a la oficina del consumidor a poner reclamaciones y ha amenazado con abandonarme cuando he decidido interponer una querella contra el carnicero por supuestas amenazas, efectuadas levantando el cuchillo con gesto hosco al verme aparecer. Mi hijo pequeño oculta cada mes su nómina para que no busque fallos que me permitan demandar a su empresa. Mis nietos sonríen sarcásticamente cuando evoco mi época de idealista que buscaba arreglar el mundo, en contraste con ellos, que estudian la carrera de derecho con la única intención de ganar dinero en casos de divorcios. Incluso mis perros se contemplan con resignada paciencia cuando, nostálgico, rememoro mis célebres labores de arbitraje, intentando que repartan equitativamente la comida. Soy cansino, lo sé, pero es que el tren de la vida de un abogado se vuelve incómodo y aburrido cuando alcanza la estación de la jubilación.

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  • Cosas de mayores

    M. Karmele Muñoz Arrigain · Bermeo, Vizcaya 

    Mi mamá me dice que si soy una niña lista, tengo que estudiar mucho, mucho, mucho, para poder ir a la universidad y estudiar una carrera. Mi mamá me dice que si quiero ser feliz, tengo que tener una nómina cuando sea mayor, porque una nómina pequeñita es mejor que un marido muy rico pero tacaño. Mi mamá le dice a mi abuelita que se quedó como una tonta en la estación viendo pasar su último tren y luego, se casó con mi papá por pena. Mi mamá le dice a mi tita Pilar que es mejor un mal arbitraje que una buena querella, porque denunció a mi papá y no ha ganado más que disgustos. Yo no entiendo todas estas cosas que dice mi mamá, pero como mi mamá sabe muchísimas cosas yo las aprendo para cuando sea más grande y entienda todas estas cosas de mayores.

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  • Cuenta conmigo

    Juan Antonio Morala 

    Fue en el AVE Madrid - Sevilla. Reconocí enseguida a mi compañero de viaje. Hicimos la carrera juntos hace un secreto de años. En Córdoba ya me había contado su vida profesional. De la privada, se recató o no le dio tiempo. Estaba exultante de haber cambiado la dura querella del derecho penal, por el más agradable papel del arbitraje. El bufete que lo había fichado, le ofreció una¡€™nómina irresistible?. Confieso que, de haber ido en autobús, me hubiera mareado su burbujeante cifra. Tan convincente doctrina me impartió en el trayecto que, cuando llegamos a Santa Justa, yo mismo era un entusiasta de la institución arbitral. Por eso, al cruzarnos la tarjeta, irreprimiblemente le dije:
    - Oye Luis, si sabes de una plaza de árbitro, aunque sea de segunda división, cuenta conmigo.
    - ¡Claro!, - me dijo - y salió tan pitando de la estación que parecía un expreso.

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  • El alma

    Lola Sanabria García · Madrid 

    Mientras espero en la estación, observo la cabeza del carril, brillante por el paso de muchos trenes. Mi carrera judicial también fue brillante. En nómina en un bufete de prestigio, conseguí llegar a juez gracias a mi tesón. Estoy capacitado para resolver querellas de toda índole, pero nunca imaginé que fuera tan difícil el arbitraje entre Charito y Mario. Tengo los nervios deshechos. El tren asoma el morro y se detiene con un bufido. Se abren las puertas y ella aparece como una diosa con tacones y traje de chaqueta. Renace mi admiración de cuando la conocí, aumentada en su ausencia porque he descubierto que ella es el alma del carril por donde se desliza suavemente la familia. - No fui capaz de hacerme con los niños, Esperanza. Tuve que llamar a tu madre- le digo con un temblor de emoción en la voz mientras la abrazo.

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  • Vocación

    María Antonia Cobos Avilés · Dampierre sous Bouhy (Francia) 

    Mi padre tenía constantemente la palabra "ley" en la boca y se había empeñado en que yo siguiera sus pasos. La carrera de derecho se imponía como la única opción para mí. Ya me veía con la toga de juez, arbitrando como él en los tribunales de justicia entre abogados, fiscales y maleantes. Pero a mí, las únicas querellas que me entusiasmaban eran aquellas que se originaban en los campos de futbol y sólo concebía un arbitraje: el de las estrellas del balompié. Jamás le confesé mis pensamientos para que me dejara en paz hasta poder escapar definitivamente de aquel ambiente riguroso en el que no siempre triunfaba la verdadera justicia. Cuando cumplí los dieciocho, metí unas cuantas prendas en una bolsa de deportes y salí para la estación sin importarme si algún día cobraría una nómina para sobrevivir. Ayer arbitré mi primer partido de liga de campeones.

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  • La carta

    Mónica Vielba Serrano · Valladolid 

    Hola cariño, te escribo esta carta puesto que ya no quieres verme ni hablar conmigo, únicamente a través de nuestros abogados. Estoy dispuesta a solucionar nuestro divorcio mediante un arbitraje, no quiero una guerra y que uno de nosotros acabe interponiendo una querella contra el otro. Lleguemos a un mutuo acuerdo. Puedes quedarte con tu carrera, tu nomina, nuestra casa, nuestro coche, los hijos que no tuvimos, el dinero, las noches en vela esperándote, el olor en tu piel a colonia ajena y los mensajes de tu amante en el móvil. Yo me quedo con aquel beso robado en la estación de metro, los arrumacos en el portal de mi casa, nuestro viaje de novios a Roma, tus caricias por mi espalda, aquella sonrisa cada amanecer, tu aliento en mi nuca, el sabor de tu boca y con el amor que aún estaría dispuesta a darte¡€™besos, tu esposa.

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  • Homicidio frustrado

    Rafael Pérez Jiménez · Cuenca 

    De repente se veía allí sentado en su despacho, mirando el calendario, esperando el día de cobrar la nómina, como esos compañeros que siempre ha detestado, que son abogados porque¡€™de algo hay que trabajar?. Cuando Luís, el hijo del jefe, tomó más responsabilidades en el bufete, a él le le relegó a los casos más sencillos e insípidos, simples arbitrajes de divorcios, querellas tontas y papeleo. Se echó para atrás en su sillón para estirar la espalda. No podía dejar de pensar en que esa estación seca estaba arruinando su carrera, anquilosándose cada día. Miró el reloj: las 10:32. Al tonto de Luís se le escuchaba parlotear por los pasillos, con esas maneras de niño pijo. Repelente. Necesitaba algo bueno, un cambio, un caso realmente interesante y difícil. Apretó los labios y con determinación cogió el abrecartas de encima de la mesa y se levantó hacia el pasillo.

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  • Cigarrillo de madrugada

    Eduardo Pablo Chirico · Buenos Aires (Argentina) 

    La estación estaba casi desierta esa madrugada. Borrachos durmiendo su alcohol al final del terraplén, adolescentes besando su amor sin dinero en un banco alejado del farol y un par de perros callejeros escudriñándolo todo en busca de algo. Una llama diminuta quebró la penumbra encendiendo un cigarrillo en la boca de Tomás, quien trataba de armar el rompecabezas de sus recuerdos, mirando con la inquietud de un paranoico. Una pitada nerviosa. La querella había sido complicada e involucraba a varios integrantes del gobierno. Tomás emergió de una nómina de ochenta postulantes para asumir la defensa. Otra pitada - su carrera despegaría - suspiro y una pitada más. El arbitraje adverso desmoronó su caso como castillo de naipes. Había equivocado el enfoque y los funcionarios juraron venganza. Ahora le quedaba ese cigarrillo, el tren, su nueva identidad y tratar de cruzar la frontera. Sólo así estaría a salvo. O no?

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  • Fin del mundo

    Ernesto Fernández · Sevilla 

    Resultó gentil y educado, discreto, casi decoroso. Tuvo lugar el 16 de diciembre de 2009, apenas pasadas las tres de la tarde. No fue resultado de una querella irresoluble entre las grandes potencias, ni la conclusión del torpe arbitraje de un creador aburrido, ni siquiera el desenlace de la carrera armamentística. Tampoco se trató de una epidemia desmandada propia de la estación invernal, ni de la jugada maestra de un terrorista en nómina de los poderes más oscuros. El Apocalipsis tomó la forma caprichosa de un e-mail. "Te quise muchísimo todo este tiempo, lástima que no te hayas dado cuenta antes", decía. Cinco mil años de guerra bien podían esperar siglo más, siglo menos. Igual que Dios, y que los virus. Igual que las durmientes ojivas nucleares. El fin del mundo llegó en forma de e-mail, remitido por Ana el 16 de diciembre. Resultó gentil y educado, tímido, casi decoroso.

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  • El contrato

    Carmen Soucase Furió · Gandía (Valencia) 

    Sentado en un banco de la estación puso término a su brillante carrera como abogado independiente. Acababa de firmar su entrada en la nómina de empleados de "Applewhite,Lekker & Tilman" con sede en Londres, un trabajo que le proporcionaría todos los meses un sueldo con el que pagar sus gastos. Sin embargo "algo" le hacía sentir que se encontraba al borde de un precipicio sin un parapeto que le impidiera el salto. Su móvil recibió un mensaje que decía : "¡Arturitooo...! Que renuncio a la querella y acepto el arbitraje, soy un mentecato y tenias razón.¡Oye...! Hoy partido y cañas a las 8 ¡Gracias chavalote!". A lo lejos vio una gran papelera pintada de verde pistacho y haciendo del contrato una bola de papel la lanzó, encestando de un solo tiro. Salió del andén hacia el partido y las cañas; ya pensaría mañana como pagar las facturas.

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