¿Y ahora qué?

Miguel Ángel Rodríguez Artigas · Montevideo 

El tiempo está detenido. Aferrado al mostrador de mi carnicería, tieso, exhibo en alto, cual trofeo, un pavo peladito, colgando, como cuelga mi mandíbula inferior. Enfrente, sonriendo, aguarda el doctor Justo Piedracueva. De principios inflexibles, como juez de paz sufrió, porque en materia penal sólo tenía competencia de urgencia. “¿Para esto hice juramento? ¡Aún quien comercia mintiendo, delinque! ¡La resaca se limpia de cuajo!”, solía exclamar. “¡Bravo, don Justo; acabe con ellos!”, lo animaba yo. Pero, el tiempo pasa (¿o pasaba?). Ahora es juez letrado… y mi mejor cliente. Hoy sacó número, esperó, y anunció solemnemente: “Es viernes. Cenaré pavo”. Presuroso, entré y salí de la cámara con la última pieza existente. “Mmm… ¿No tiene uno más grande?”. Decidido, insultando al diminuto culo gallináceo, desaparecí nuevamente… para golpetearlo. Volví. Sudoroso, alcé “el otro”. “¿Y ésteee, Seeeñoríaaa?”. Satisfecho, sonrió: “Bien. Me llevo los dos”. Pediría socorro, pero el tiempo sigue detenido.

 

 

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