El soporífero vals de los bostezos

Luis Javier Córdoba Herrera 

El abogado, en su alegato, dejó fluir de su boca palabras y silencios sin ley ni orden ni concierto. Su oscura estratagema se basaba en entretejer un hipnótico laberinto espiral de ideas que nos adormeciera en un baile de bostezos. Y con astutas triquiñuelas le fue enredando más letras, hasta que nuestros párpados comenzaron a cerrarse atraídos como imanes. En nuestras mentes ya sólo sonaban ecos lejanos de aquel trabalenguas puesto del través, trasteado letra por letra, atravesado del revés, cuando el juez, trastabillado, exhala su veredicto en un bostezo. Y entonces, un, dos, tres,… ¡boom!, golpea su martillo, y aquellos que yacían en la sala, como huesos en yacimientos, despiertan con parsimonia del sueño. Nadie se levanta. No hay murmullos en la sala. Se hace un profundo silencio. Acaba de liberarme de todos los cargos y mi abogado, también conocido como Maestro Hypnos, permanece inmóvil con rostro serio.

 

 

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