Al final del kilómetro
Nieves Prieto Lavin · MadridVarios años antes, frente al mismo olmo centenario del jardín de su quinta, había leído la sentencia que le hizo pasar de presunto autor a simplemente autor del asesinato de su esposa. Su abogado había creído en su inocencia y se había desfondado en la defensa. Sinceramente agradecido, cada año le enviaba una felicitación navideña y sus sinceros mejores deseos. En prisión había pasado desapercibido como un común maleante, ni un leve incumplimiento de sus obligaciones que hiciera saltar los protocolos de seguridad. Y por fin la condicional. Sí, eso resumía los últimos 17 años de su vida. Tras andar un kilómetro en línea recta con su petate se fumaría un cigarrillo y compraría un taburete y una soga. Los diez euros de peculio alcanzarían para librarse al fin de la peor de las condenas, esa en que nunca se es presunto: la de la propia conciencia.
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¡¡Enhorabuena, Nieves!! Me ha encantado. Me alegro mucho de verte por aquí. Mucha suerte.
Nuestra conciencia debería ser una juez implacable, rigurosamente justa o justamente estricta. Pero, parafraseando al Gallo, «hay conciencias pa to». Y así, en el interior de cada cual, encuentras juzgadoras venales, pusilánimes, acomodaticias… No es el caso de la conciencia que dicta la sentencia condenatoria en tu micro, Nieves.
Suerte.
Si dejásemos las penas al albur de las conciencias, me temo que sobrarían las cárceles. Siempre hay un por qué. Aun así, en este caso, le doy mi voto a esa conciencia cumplidora..
Suerte, Nieves