Imagen de perfilNiños de la llave

José Manuel Pérez Pardo de Vera 

En verano solía dedicar las tardes a preparar mis intervenciones orales ante los Tribunales. Conclusiones, alegatos finales. La calma aletargante de la canícula parecía propiciarlo. Pero aquel día me fue imposible. Obstinados destellos se habían propuesto boicotear mis dotes persuasivas. Aquel presunto incumplimiento contractual debería esperar.

Provenían del piso de enfrente. Entre las rendijas de la celosía, se presentían unas temblorosas piernas infantiles, que, con temerario desprecio por su seguridad, encaramaban sobre un taburete a dos grandes ojos oscuros. Mitad implorantes, mitad curiosos.

Hoy le cuento entre mis alumnos en vacaciones. Junto con otros chavales que también emiten destellos. Los del sol al reflejarse en las llaves que penden de sus cuellos mientras sus padres trabajan.

Me gusta pensar que les alejo de cualquier desalmado maleante. Y, mientras les miro, recuerdo, con distancia de siglos, que en la Antigüedad muchos grandes abogados un día fueron niños en clase de oratoria.

 

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