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Nicolás Montiel Puerta 

El abogado sube apresurado las escalinatas del palacio del prefecto. El detenido al que debe asistir está en la celda de la derecha, e ignora que es beneficiario de la justicia gratuita romana.
-Buenos días, me llamo Tito Graciano y me han asignado tu defensa.
El letrado lee el pergamino de la acusación buscando algún argumento vulnerable. Al terminar, suspira y procede con la orientación de su defendido.
-Te recomiendo no contestar a ninguna pregunta, porque del delito de sedición, el más grave, no tienen pruebas.
El Galileo mira a Tito Graciano con dulzura, sonríe y dice:
-La verdad os hará libres.
-Guarda silencio, te lo ruego.
Jesús posa sus manos sobre las del abogado y añade:
-Está escrito que hoy he de salvar a Barrabás y, con él, a todos los hombres.
Tito Graciano asiente. Sólo cabe alegar insania y pedir clemencia para semejante iluminado.

 

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