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ANA Mª GARCÍA YUSTE 

Hace tiempo que olvidé por qué estudié Derecho.
Madrugada. Cuesta creer lo que cobra un abogado por guardia pero aquí estoy, defendiendo a un tipo que acaba de matar a un hombre. De edad indeterminada, falto de salud, se mece presa de la abstinencia sin dejar de vigilar el suelo. Le pregunto; calla. No tengo acceso a su mente aunque a simple vista parece obvio; por un par de euros sería capaz de vender a su madre. Al irme llega una policía con un menor, su hermano, testigo de lo ocurrido, y es cuando recuerdo por qué me hice letrado: creo que alguna vez este yonqui que defiendo fue niño y alguien debió quererle, como él ahora a su hermano pequeño al que quiso proteger del camello que insistía en venderle droga y convertirlo en lo que odiaba ser. Yo sería incapaz de sentenciarlo. Qué difícil trabajo el del juez.

 

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3 comentarios

  • No hace falta un gran esfuerzo, como a veces creemos que se necesitaría, para tratar de entender a una persona, de comprender sus circunstancias y de ponernos en su lugar. No somos tan distintos, lo que sucede es que no queremos detenernos a pensar, dedicar parte de nuestro valioso tiempo a los demás, no solo de manera profesional en el sentido estricto, sino también teniendo en cuenta el lado humano, como es el caso de tu abogado, con un sentimiento de compasión que le honra.
    Aunque este cliente tenga una defensa muy difícil y sea poco comunicativo, le conocemos por las pinceladas certeras de su abogado, al tiempo que también es difícil no comprenderle, como él lo hace, a través de sus palabras.
    Un relato sobre la aplicación de las leyes, la existencia y consideración de posibles atenuantes y la empatía.
    Un saludo, Ana María