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Jesús Francés Dueñas 

Pasada ya la dulce apacibilidad del otoño amable, curados en salud de la melancolía y los tópicos amarillos, marrones y ocres de las hojas caídas, previendo lo que nos esperaba justo antes de la llegada de las primeras nieves invernales, cerramos a cal y canto puertas y ventanas para proteger nuestra vida de pasiones postreras en esta última edad en la que rememoramos distraídos antiguas películas de abogados infalibles. Bloqueamos el acceso a la casa con viejos tomos de códigos civiles obsoletos, vetustos expedientes de casos prescritos y montañas de legajos de aplazamientos y apelaciones. Tan solo nos queda ya vigilar de reojo por la ventana que la jueza pálida, de toga negrísima y mazo terrible, retrase al máximo la sentencia inaplazable.

 

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