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Carolina Navarro Diestre 

Nunca fui la reina del baile, ni siquiera una chica popular. Si decides buscarme en el almanaque del instituto, soy una tachadura a pie de página, ese rostro vulgar e insustancial con gafas y gesto somnoliento. Siempre emboscada en la lectura, sepultada bajo un montón de libros, acontecí un ratoncito de biblioteca. Eso sí, siempre tuve clara mi vocación por el Derecho. Todas las noches me acostaba fantaseando con defender a los más débiles o llevando a la cárcel a aquellos que osaban delinquir. ¡Tomad, malandrines!, enarbolaba mi bolígrafo acusador. ¡Probad el peso de la ley!

Hace mucho de esto que cuento y se hace harto complicado cotejar pasado y presente, confrontar hasta qué punto cumplí mis sueños. Algo debí lograr, porque es la fiesta aniversario de la promoción del 88 y un inquietante silencio se cierne cuando hago aparición. Todos me miran. «Mirad», susurran respetuosos, «es la jueza Carolina».

 

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