Manuela Fernández Manzano

Microrrelatos publicados

  • ACEPTO EL CASO

    Mi padre se fue a Alemania. Yo tenía seis años y tres hermanos. Desde entonces y hasta los trece, solo tuve padre en las segundas quincenas de agosto y en los regalos de Navidad. De repente, mi madre dejó de nombrarlo. Empezó a llorar en su dormitorio, en privado, donde firmó su acta de defunción.
    Pero los afanes están para relevar las cicatrices de la memoria o eso pensaba yo... Hoy, un hombre ha venido al bufete. Insiste en que defienda a su hijo: un joven muniqués que llegó para respirar aires del Mediterráneo y se despeñó en un asunto turbio durante la feria de un pueblo levantino. Él sabe quién soy. Yo lo he reconocido en un vistazo. Mis costuras se han roto en un instante. Todas... Pero he visto la culpa en sus ojos y es más grande que el abandono en los ojos de mi madre.

    | Agosto 2024
     Participante
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  • AHORA LO ENTIENDO

    “Déjame en paz”, me dijo, cerrando cualquier acceso a nuestra amistad. Su exitosa y eficaz defensa de mi causa le proporcionó fructíferos titulares; también, un exquisito membrete para su despacho. Recibí el indulto de la justicia, pero no el suyo. Derramé mil “por qués”. Todos sin réplica.

    Yo no maté a mi marido. Él a mí sí, mil veces. No importa. Ese episodio ha quedado en un lugar oscuro y menguante de mi memoria. El olvido es cosa del tiempo como la luna crecida. Pero hoy…hoy, una esquela en el periódico ha removido las cenizas de aquel afecto que se apagó hace veinte años. Y para facilitar las cosas, una carta entre mi correo...

    “…Siempre habría rehusado tu sentencia. Solo quise que el tribunal que me juzgara fuera de otro mundo. Y si fuese justo, tendría que condenarme por el delito en el que tú nunca incurriste.
    Tu abogado defensor.”

    | Julio 2020
     Participante
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  • LA CONDESA MIENTE

    Antaño, rumores falaces llevaban a jueces y corregidores a decretar el cadalso. Tal cavilación mantenía en vela al reo Melquíades Cañete a la espera del tormento o de un rescate afortunado. Contaron lenguas venenosas que había abordado con ferocidad y en llamativo y grotesco desnudo a la esposa del conde. Esta acusación le colgó el cartel de infame. Mas un pariente, escribano y letrado en Sevilla, acudió a esclarecer su destino. Así dijo:

    “Infausto recuerdo para la dama,
    cuya templanza se halla aquí presente,
    sufrir tal ofensa si no consiente
    y vencer la resulta de este drama.
    Además de su nebulosa fama,
    padece en el pecho este diablo ardiente
    un costurón horrible y tan hiriente
    que el ánimo del que lo ve, derrama.
    ¿Qué dice a esto la ofendida dama?
    Como ven todos, la condesa asiente;
    mas si abro esta camisa de repente
    no hallarán la señal que se reclama.”

    | Junio 2019
     Participante
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  • COMO UN FARO EN EL MAR

    Aún no había sido imputada pero acudió a mí. La investigación acabaría por atraparla. Yo era un abogado penalista inexperto en un bufete de incipiente prestigio. Aquel caso potenció mi capacidad de análisis; fortaleció mi instinto.

    Llegado el momento me sugirieron la negociación. Rehusé. En el despacho cuestionaron mi competencia. Ella nunca lo hizo. El pleito acabó en varios meses. A mí no me sobraron fuerzas, ni a ella, palabras de agradecimiento.

    Últimamente la veo a menudo. Su mensaje me transmite confianza. Insuflar con palabras tanto viento ilusionante a este barco varado es prodigioso. Y lo consigue. Comunicar tanta franqueza cuando todos estamos dispuestos a mentirnos es emocionante. Y lo logra.

    Al depositar mi esperanza en la urna he pensado en ella. De regreso a casa, he vuelto a mirar los carteles electorales. He sonreído. No le hacen justicia. Pero confío en mi instinto; es mi fiel y sagaz compañero.

    | Mayo 2019
     Participante
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  • PACTO ENTRE CABALLEROS

    Bajo del metro en la estación Reyes Católicos. Tengo prisa. Casi olvido la bolsa con el Chardonnay y la loción corporal de Marga… Llego tarde. En la calle, me salen al paso la noche, dos navajas y una mirada escalofriante.

    -La cartera, el peluco, el móvil. Rápido.

    No digo nada. Me siento como si me pisotearan el estómago.
    El más bajo se detiene un instante. Me mira de nuevo. Se asombra.

    -¿Me recuerdas?

    -Ahora sí- contesto.

    -Mi abogado de oficio cuando lo del robo en San Andrés- dice mirando a su colega-. ¿Qué tal tu vida?- me pregunta.

    -Ahí va. Fuiste padre, ¿verdad?

    -Sí… La niña está con la madre en Bilbao. Ni verla me dejaron…

    Nuestra conversación continúa. Desea disfrutar de su hija. Me pide ayuda. Le digo que así no. Debe cambiar. Me solicita un año. En un año, volveremos a vernos en la salida de la estación.

    | Enero 2019
     Participante
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  • TOMAR IMPULSO

    Aprobé Derecho Constitucional en septiembre. Mi padre me insuflaba ánimo sentándose cerca, leyendo la Constitución con enigmático entusiasmo e interrumpiendo mi estudio para decirme: “Mira, Ángela, otro artículo que menciona a los abogados”.
    Se tomó la libertad de forrar aquel librillo con un papel carmesí y añadirle algunas palabras: “A mi futura letrada, para que concilie su pasión y su decencia igual que en estas páginas se consensuaron principios al trazar los derechos y deberes de la ciudadanía”.

    Han llovido muchas causas ganadas y perdidas desde entonces. Hoy, después de otra jornada interminable, he resuelto encerrarme en mi despacho. Debo pensar para seguir adelante. Al vigor inicial le han surgido algunos resquicios por los que asoman el cansancio y la crítica. Manoseo mi ejemplar encarnado de la Constitución como si fuera mi pelotita antiestrés. También está algo perjudicado. Lo miro. Lo abro. Sonrío y escribo: “Estamos vivas. Feliz cuarenta aniversario”.

    | Octubre 2018
     Participante
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  • MI PENA COMPARTIDA

    Dio media vuelta y se fue sin contestar a mis reproches. Me dejó helado el corazón. Llegué a repudiar su verbo estoico y su templanza. Cerré los ojos, y seguí viendo mis heridas. En mi convalecencia abandoné los somníferos y asumí el duermevela; cambié la ansiedad por una licenciatura en Derecho.

    Llevo diez años reconciliándome con ella. Defiendo a inculpados en los tribunales. Si las pruebas de cargo son demoledoras, sugiero la negociación. Esta mañana ha sido la última vez; pero he descubierto en mi cliente la misma soledad que vi en él cuando le rogué que me dijera la verdad y censuró mi desconfianza. Ese día lo perdí. Recuerdo aquella desgarradora llamada telefónica. Me partió en dos. Esquivó victorioso la condena dejando su última palabra grabada en una nota de inocencia… Ahora me pregunto a quién quiso castigar más, si a ella, la Justicia, o a mí, su madre.

    | Septiembre 2018
     Participante
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  • EL LADRÓN INVISIBLE

    A mi padre se lo llevó un cólico miserere. Yo tenía cuatro años y el ceño fruncido como muchos niños de la posguerra. En vez de ir al colegio, aliviaba mis torturas infantiles con las frutas milagrosas y el agua fresca que robaba en un edén prohibido. El guarda que las custodiaba debía de conocer el hambre porque hacía la vista gorda.

    Cincuenta años después, me encontré llorando como un niño en el lavabo de mi bufete. Un hombre desesperado había irrumpido en mi despacho dispuesto a vender su casa para contratar mis servicios. Su hijo estaba en prisión por un engaño miserable. Reconocí aquella mirada; la había visto antes bajo un sombrero de ala ancha.

    Tras declarar los testigos, mi defendido recuperó su libertad. Cuando su padre insistió en abonar mis honorarios le dije que ya lo había hecho; que su ladrón invisible de ciruelas y manzanas era yo.

    | Julio 2018
     Participante
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  • LA HUIDA

    Acabo de estampar mi última firma en el albarán del mensajero. Debo desaparecer.
    Rápido. Subo al coche. Me alejo. Un kilómetro, otro, otro más. Dejo atrás la ciudad, el tumulto, el peligro, la inquietud. Con una mano dirijo el volante, con la otra me aferro al anillo de mi madre; es como un tatuaje velador en mi cuello. Nadie va a censurar mi huida porque no existo. Mi nombre y mi aspecto ya no son míos. El lugar al que voy no está ni en mi consciencia…

    Me sorprende una leve sonrisa…He ganado. Detengo el coche. Salgo a respirar y lloro como una niña.

    ¿Abogar por la inocencia de mi cliente? Nunca. Favorecí que una implacable condena lo engullera. Hace treinta años asesinó a mis padres y borró mi destino. Lo vieron mis ojos infantiles. Cuando abra el envío, descubrirá quién soy y como entiendo el idioma de la justicia.

    | Junio 2018
     Participante
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  • EL EPITAFIO

    Cuentan que Bartolomé Ardid, jurista del siglo XVII, debía sentenciar la propiedad del epitafio:

    “A la vida quité la capa fútil,
    me relamí con la crema y el guirlache
    y aunque resbalé en este infausto bache,
    la queja de la muerte será inútil…”

    El pobre hombre quedó sumido en una infinita zozobra. Las dos partes de la disputa eran maestros del verso y de la rima. Les había manifestado a ambos su efusivo respeto, pero fracasó como heraldo de la paz entre ellos. Acordó resolver el pleito en una taberna de un arrabal madrileño. Dicen que tres caballeros de indudable prestancia, uno de ellos con jubón y calzas a la francesa, abandonaron la tasca a una hora oscura.

    Aquellos versos se olvidaron. Pero años más tarde, sin haber tolerado renovación ni extravío, aparecieron impresos en una tumba. Además, podía leerse:

    “… Orgulloso, colmado y complacido,
    Bartolomé Ardid firmó el despido.”

    | Mayo 2018
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 6