X Concurso de Microrrelatos sobre Abogados
Ganador del Mes
METAFÓRICAMENTE LITERAL
Margarita del BrezoEn el Colegio de Abogados montamos un equipo de fútbol, y entre partidos, entrenamientos y reuniones tácticas en el bar, los días pasaban deliciosamente. Hasta que mi mujer me denunció por deslealtad. Fue una vista rápida. Solo me dio tiempo a declarar que no había intención de engaño en mi actitud, únicamente amor al deporte, a nadie más, por lo que el juez, compañero a fin de cuentas, me impuso una condena leve, o eso pensaba yo, y me fui tan feliz. Sin embargo, jugar esa tarde fue horroroso, y eso que los compañeros me perdonaron que fallase varias ocasiones claras de gol. Además, siguiendo los consejos del portero, experto en derecho de familia, había echado crema y mojado con agua los tacones de mi mujer para que se ajustasen mejor a mis pies grandes, pero ni por esas. Ponerme en sus zapatos está resultando ser una auténtica tortura.
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El más votado por la comunidad
EL ORIGEN DE UNA VOCACIÓN
Esteban Torres SagraMi abuela siempre me recogía del colegio con puntualidad británica, tanto si hacía sol sahariano como si el agua le llegaba a los tobillos. Una tarde me leyó la mano, algo a lo que siempre se había negado conmigo, tras insistirle mucho. Me dijo: te convertirás en un ejemplo de entrega y abnegación contra cualquier causa que consideres injusta porque no soportas el engaño, ni te cansas nunca de declarar la guerra a la intolerancia, a los abusos, a la tortura, a las desigualdades... Vi que se iluminaban sus ojos mientras me lo decía y de los míos manaron las lágrimas más dulces que recuerdo, porque desde ese día comprendí que sería abogada. Y lo soy, solo que no gano lo suficiente para vivir de mis ideales y complemento mis ingresos -pues heredé la gracia de mi abuela- adivinando el futuro a los demás, ¡ah!... y escribiendo microrrelatos.
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Relatos seleccionados
La tempestad estaba a punto de desencadenarse. Allí estábamos las dos, una frente a la otra, en la mesa del comedor, mi hija adolescente y yo. Hacía un par de minutos que me habían llamado del colegio para hablarme de su enésimo engaño para no asistir a clase, con la consecuente expulsión. Ella seguía con la mirada fija en su vaso de agua, mientras yo pensaba en cómo abordar la cuestión. Y sin previo aviso ella estalló:
- ¿A qué estás esperando para empezar con tu interrogatorio? No tienes suficiente con hacer testificar a todo hijo de vecino en el juzgado, que aún te quedan ganas de venir a casa a someterme a esta tortura china cada día. No te molestes. Me voy a declarar culpable. Como tal, me dirigiré a mi celda de castigo.
Antes de que pudiera articular palabra, había desaparecido de la estancia rumbo a su cuarto.
0 VotosEstaba preparado para este momento. Me habían pillado. Cuando me trasladaron en el furgón policial me había repetido una y otra vez que me acogería a mi derecho a no declarar –especialmente, sin la presencia de mi abogado-.
Desconozco si aquello podría calificarse de tortura. Quienes me visitaban aquella noche en el calabozo, impregnado de olor a orín y sudor, me habían insultado, golpeado y obligado a tragar agua mientras me tapaban la nariz y la boca durante un rato. Estaba exhausto, agotado, dolorido.
No sería capaz de precisar el tiempo que transcurrió hasta que me trasladaron a aquel despacho. Allí estaba Juan, mi fiel amigo del colegio, ahora policía. Me sentí profundamente aliviado. De no haber sido por él, jamás me habría llevado a engaño. Lo conté todo confiando en su bondad. Una mirada suya me bastó para saber que había errado gravemente. Sufriría represalias.
0 VotosEra un frío lunes de febrero. En el viejo piso de la calle Mártires, me duché bajo la tortura del agua fría. Aquella mañana desayune rápido y me trasladé a mi puesto del turno de oficio.
Abogado de provincias, no terminaba de acostumbrarme al trajín de un Madrid que por aquel entonces vivía tiempos convulsos.
Al filo de las siete se oyó un grito que retumbo por todos los despachos: «Ha habido un golpe de estado»
Dejamos de trabajar y acompañados de un transistor, agrupados para ahuyentar los miedos, seguimos el discurrir de los acontecimientos...
El joven militar al declarar se derrumbó varias veces. Habló de su niñez, de los años en el colegio... «Todo fue un engaño, señor abogado» dijo mientras la pena le resbalaba por el alma.
Recorriendo los pasillos junto al abogado militar sentí que para esta profesión debía ser fuerte.0 Votos—Recurría a la tortura para asustarnos. A veces, se ponía a cantar mientras nos metía la cabeza en un barreño de agua. ¡Es él! El Carnicero de Spudak. Él fusiló a decenas de personas en aquel colegio —dijo entre lágrimas.
Se trataba de un montaje. Una farsa. Un engaño. Por eso, hice que aquel hombre subiera a declarar. Le despedacé en el estrado. Puse en evidencia sus mentiras. ¿Cómo podía acusar a un pobre anciano?
Mi abuelo no era un criminal de guerra. Él había combatido las injusticias en Europa. Había estado preso en un campo de concentración. Llevaba un número tatuado en el brazo que lo demostraba. Aquel hombre le confundía con otra persona. Ganamos el caso. Al salir a la calle, el abuelo estaba tan feliz que se puso a tatarear una canción. Contuve el aliento. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral.+2¡Bienvenidos a Condena Justa! Aquí no sirven los engaños. ¿Cuánto le caerá a nuestro acusado que está a punto de declarar? El concursante que más se aproxime a los años, días y horas que le sentenciarán será nuestro ganador. Y para contentar a nuestros anunciantes, debo añadir que una resplandeciente sonrisa como la de Ivonne, nuestra fiscal, se puede conseguir en Odontología López. ¡Por 35€ tienes un implante y por 500€ te arreglan la boca! El agua embotellada que beben los sedientos miembros del jurado es de manantial. Comprando dos botellas, la tercera te sale gratis. La toga del juez ha sido diseñada por Russini y el mazo es por cortesía del Colegio de Abogados. La prueba número siete está patrocinada por Seguros Sánchez. Su eslogan: ¡Por lo que pueda pasar! ¡Sí, sé que es una tortura, amigos! Pero el veredicto no lo sabremos hasta después de la publicidad.
0 VotosDe madrugada Jared, abogado del caso, escribía en su pizarra los datos relevantes: una fallecida con signos de tortura encontrada en el aseo femenino, un centro de trabajo y tres profesores sospechosos. En la taquilla del primero, el bolso de la víctima y una botella de agua sin etiqueta con su ADN. El segundo, tras intentar un primer engaño, decidió declarar su aventura amorosa. El tercero, fue el último en verla. Una corazonada repentina le hizo buscar en Facebook a la fallecida. Había pocas fotos pero le llamó la atención una con la directora del colegio. Hizo click en el perfil de ésta, abierto al público, y descubrió su afición por la papiroflexia. Su foto más reciente, era un corazón hecho con la etiqueta de una botella. Curiosamente, de la misma marca que la encontrada. Satisfecho, sabía que sólo era el principio pero el hallazgo le permitió dormir tranquilo.
+2Le dijo que la felicidad era sumergirse en el púrpura azulado de su mirada. No le besó, ni le contó su amor; ni le pidió nada, tampoco le prometió todo. Sólo le miró, reflejándose en sus ojos. Pero ella lo supo: le quería.
También sabía que se había acabado la tortura: mañana le iban a declarar inocente. A ella el veredicto no le iba a sorprender. Lo tenía más claro que el agua. El hecho de haberle defendido con tanto fervor le hacía sentirse segura. El atardecer púrpura les envolvía con promesas de tranquilidad...
Unos meses más tarde, el día del amanecer gris empezó como cualquier otro. Él le dio su beso matinal antes de dirigirse al colegio donde trabajaba. No le vio nunca más. Ni le llamó, tampoco le buscó. Sólo a veces, al apretar sus ojos púrpura apagado, se preguntaba cuál era el color del engaño.0 VotosUn traje sastre y unas perlas le dotaron de un elegante aspecto; los tacones eran una tortura. Mientras esperaba recordó sus años en el colegio, su graduación, sus comienzos en el despacho de aquel abogado que le manoseaba y echaba el aliento sobre su nuca antes de ir a juicios a escuchar declarar. Sintió una punzada en el estómago acompañada de una arcada. Sorbió un poco de agua, aunque realmente deseaba un whisky. Había regresado a su ciudad natal. Averiguó su dirección y solicitó una entrevista. Allí estaba aguardando a que la llamara por su nuevo nombre. Al fin la puerta se abrió. Se encontraron frente a frente. No la reconoció; el engaño había resultado un éxito. Sintió en su muslo la frialdad del estilete sujeto con uno de los ligueros. De él se apoderó un escalofrío. De ella, una maléfica sensación de bienestar.
+6Hoy se cumplen seis meses desde que naufragué en esta isla desierta. Es paradisiaca, de agua cristalina, generosos cocoteros y frondosos manglares. Todo muy idílico, salvo por los náufragos que van llegando cada semana. Paradójicamente, todos son abogados. Tenemos al viceconsejero del Colegio de Murcia, a dos fiscales, a un abogado de familia, a tres de Laboral, un juez, cinco del turno de oficio, cuatro de Penal y tres pasantes. Es una tortura cuando, en las horas muertas, intentan colocarte las tarjetas de sus respectivos bufetes. A veces, incluso te encuentras a uno por la playa y te susurra “Con la venia…” O, directamente, te pregunta si tienes algo que declarar. No engaño si aseguro que estaba mejor solo. Mañana, de madrugada, saldré a escondidas en una pequeña balsa que he construido a escondidas. Supongo que me declararán prófugo, pero para cuando se percaten ya estaré muy lejos de allí.
+1A mis 73 años estaba harta de sufrir la tortura de llevar dentadura postiza. Así que, exprimiendo mi pensión y dejando en los huesos a la nevera, acudí a una clínica dental 'low cost' que anunciaba milagros odontológicos en su publicidad. Un engaño. Pagué, me implantaron un armazón metálico en las encías y me dieron cita para colocarme los dientes en esta estructura tan horrenda que mi nietecito dice que parezco un robot. Pero la cadena dental cerró de repente y nos dejó tirados a todos los clientes sin poder comer casi nada, migajas de pan y agua. Por suerte el colegio de abogados me ha conseguido un letrado de oficio para declarar en el pleito. Y sigo luchando por mis dientes: hoy he venido a Madrid y ahora, junto a cientos de desdentados, estoy en una manifestación con una pancarta en mano: "Por nuestras muelas que vais a juicio".
+1Nada más conocerle pensó que aquel graciosillo merecía el premio al más tonto del colegio de abogados. Él pensó que aquella letrada era una mujer interesante, pero algo engreída.
Ella representaba al marido infiel, adicto al engaño, que nada podía declarar a su favor.
Él a la esposa despechada, que como casi siempre había sido la última en enterarse.
El proceso prometía ser una auténtica tortura.
Entonces llegó la primera cita para tratar de lograr una solución pactada.
Él resultó ser un abogado profesional, simpático, y bastante guapo.
Ella una abogada inteligente, humilde, y bellísima.
Cuando terminó la reunión, llovía. Tras despedirse de sus clientes, compartieron el único taxi que parecía quedar libre en toda la ciudad.
Cruzaron por un segundo sus miradas: se parecían como dos gotas de agua.
Luego ella le dio un beso tan inolvidable como aquella noche; y al amanecer volvieron a sus respectivas trincheras.+2Crecimos con la sombra del engaño planeando por los tejados, con el miedo consumiéndose entre las siete velas del candelabro que presidía nuestra sala de estar. Éramos conscientes de los tiempos difíciles que vivíamos pero nunca pudimos sospechar la tortura que vendría después.
Un día de otoño, cuando jugábamos felices chapoteando con el agua de los charcos, nos hicieron abandonar el colegio y nos embarcaron como a ganado en aquel tren que nos robó la infancia y el júbilo.
Hoy, algunos de nosotros les hemos visto declarar. Hemos atisbado su miedo, sus lágrimas, también las de los abogados. Incluso el Juez ha tragado saliva para contenerlas. Nosotros no, nosotros hemos guardado las fuerzas para que algún día nuestros hijos puedan vernos sonreir.+2Un verano tuve que asistir a un congreso de letrados que debían estar al día en asuntos legales en el ámbito de la enseñanza.
Colegios, desde infantil hasta institutos, demandaban cada vez más asesoría especializada.
Estudiamos desde demandas de padres a profesores por supuesto engaño a alumnos consentidos querellándose con la ayuda de madres contra docentes ingenuos, pasando por profesores metidos en abusos sexuales o menores grabando supuestas torturas en los baños.
Había incongruencia y desatinos varios además de casos de verdadera injusticia.
Declarar- en determinados casos- parecía una tarea ímproba.
En las largas sesione me estuve machacando la mente sin parar.
Mi consuelo era el agua.
La de beber, que también, pero sobre todo la de los largos baños que me daba al atardecer en aquellas aguas gallegas que cortaban el resuello.
Colapsaban todas mis dudas...0 VotosLas vacaciones de mi infancia las habité rodeada de códigos y carpetas de mamá. Me hacían sentir que seguía en el colegio, toda una tortura para una niña de diez años. Lo primero que escuchaba al despertar, era la máquina de escribir y su tenue voz releyendo cada frase que transcribía.
-¿Mamá por qué trabajas tanto?- le preguntaba, mientras desayunábamos juntas.
- Por nosotras, trabajo por nosotras cariño, ahora termina de desayunar y dúchate que el agua está muy buena- respondía con una sonrisa cansada.Me disgustaba no poder disfrutar juntas, era un engaño de verano, así lo sentía, pero reconozco que se me olvidaba rápido, cuando mamá se ponía la toga y jugábamos a ´´los juicios´´, donde me hacía declarar la verdad y sólo la verdad, sobre alguna trastada que había cometido.
Ahora con mi toga puesta y mi pequeño hijo en brazos, entrando al juzgado, te entiendo mamá.
+1Le habían citado para declarar en calidad de víctima de un engaño. Nunca había pisado un Juzgado, pero ahora estaba obligada a comparecer. Como no conocía a ningún abogado solicitó al colegio que le designasen uno del turno de oficio. Y así fue como la conocí. Parecía débil, de aspecto enfermizo, muy tímida. Me confesó que para ella aquello sería una tortura. Pero al empezar el interrogatorio se transformó. Su declaración era firme, clara, y parecía una persona muy segura. Ahora era yo el que me había quedado sin palabras. Se me quebraba la voz y tuve que pedir un botellín de agua cuando llegó mi turno de preguntas. Si eso me estaba pasando en la fase de interrogatorio, ¿qué sucederá el día del juicio?. Tendré que prepararlo muy bien. No puede dar la impresión de que mi cliente habla mejor que yo … aunque sea en mi primer juicio.
0 VotosQuiso la casualidad que, después de muchos años, me encontrase con una amiga de la infancia. En la terraza de un bar, hablamos del presente y del pasado, recordamos a compañeros y a profesores del colegio. Cuando, con desenfado, comenté su fama de rebelde y sus frecuentes visitas al despacho del director, ella enmudeció. Su cara se convirtió en la viva imagen de la desolación. De un trago bebió un vaso de agua y, como un volcán en erupción, expulsó toda la tortura que llevaba dentro. Consternada, me reproché no haber visto el engaño, e inmediatamente le ofrecí mis servicios. Aceptó sin dudarlo.
Sin demora, presentamos la demanda, recopilamos pruebas, localizamos testigos...preparé a conciencia su defensa.
Declarar ante el juez ha resultado ser su mejor terapia. Han desaparecido las manos extrañas que perturbaban su sueño.0 VotosAGUA Y ACEITE
ANA GARRE MENA · ALICANTE“Como agua y aceite”.
Pensó al entrar en el despacho por un problema que no lograban arreglar otra vez a cuenta del colegio de los niños, y que suponía un obstáculo tan insalvable que sólo sus abogadas podían solucionar
¿Qué engaño había urdido el destino permitiendo que dos personajes tan tóxicos se hubieran encontrado en el pasado y en algún momento se hubieran enamorado?
Lo cierto es que dentro de la tortura en la que se convirtió su matrimonio no sabría decir si hubo algo hermoso, del mismo modo que no podría declarar inocente o culpable a ninguno de los dos.
Pero aquella última vez en el despacho, había algo distinto que no podía explicar. Una rabia tan mezquina que llegó a asustarla.
Había llegado el momento de parar…Se prometió a sí misma que nunca volvería…. Estaba segura que había vida después de todo esto y esperanzada sonrió.+1A mi padre se lo llevó un cólico miserere. Yo tenía cuatro años y el ceño fruncido como muchos niños de la posguerra. En vez de ir al colegio, aliviaba mis torturas infantiles con las frutas milagrosas y el agua fresca que robaba en un edén prohibido. El guarda que las custodiaba debía de conocer el hambre porque hacía la vista gorda.
Cincuenta años después, me encontré llorando como un niño en el lavabo de mi bufete. Un hombre desesperado había irrumpido en mi despacho dispuesto a vender su casa para contratar mis servicios. Su hijo estaba en prisión por un engaño miserable. Reconocí aquella mirada; la había visto antes bajo un sombrero de ala ancha.
Tras declarar los testigos, mi defendido recuperó su libertad. Cuando su padre insistió en abonar mis honorarios le dije que ya lo había hecho; que su ladrón invisible de ciruelas y manzanas era yo.
+15Mi vida pasaba ante mis ojos mientras bebía agua antes de declarar: recordaba el olor a fresa de mis barbies, los juegos con mis hermanos mayores en los que yo siempre era la protagonista (especialmente la tortura de cosquillas), el colegio en el que mi padre fue mi principal maestro, los días de tiendas con mi madre, los guateques familiares bailando música de los 60, los conciertos de rock con los amigos , la facultad de Derecho, las noches tras la barra del bar, encontrar tu alma gemela, las numerosas entrevistas de trabajo, horas interminables en el despacho, la jura de abogada con tu hermano como padrino, ser madre… pero ahora debo ser fuerte , no vale el engaño, y mi experiencia de la vida no me sirve para explicar por qué me paralicé y no pude decir un NO expreso cuando cuatro hombres me intimidaron en mi portal.
+8No! No se llama Scarlett O´Hara, se llama MAIMOUNA, era pastora en Senegal, no tuvo la oportunidad de ir al colegio, se pasaba los días buscando agua donde su rebaño pudiera abrevar. Aquel fatídico rayo mató a tres de sus vacas, no pudo llorar, miró al cielo y con los brazos extendidos en forma de cruz, dijo: A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre. Cogió su hatillo y comenzó a caminar hacia la tierra prometida, sufrió el engaño y la tortura de las Mafias, fue violada y embarazada, pasó la zozobra de no saber si sería rescatada de las aguas. Cuando fue preguntada, en presencia del letrado del turno, si quería declarar, declaró, “si me deportan, córtenme las piernas, porque volveré, ni mi hija ni yo volveremos a pasar hambre”.
El abogado saco el pañuelo se dio la vuelta y enjuagó sus lágrimas.+10Hoy me pondré la toga para proteger a un elemento vital para la vida con la fuerza de la Ley. No lo citaré a declarar, no hace falta. Su testimonio lo da el aspecto que ofrece su piel tras sufrir la tortura que supone ser arañada día y noche por el usar y tirar de plástico.
Cuando lo conocí en el colegio, mientras el profesor explicaba el ciclo del agua, me cautivó la alegría con que practicaba el escapismo delante de todos, desapareciendo de un sitio, y sin trampa ni engaño, apareciendo en otro con distinta vestimenta. Tenía fuerza, viveza, y sobre todo un nivel alto de oxígeno que le hacía pasar del blanco inmaculado a las insinuantes transparencias en un santiamén. Pero, pocos años después fue perdiendo oxígeno e hidrógeno a tal ritmo, que a día de hoy necesita la asistencia respiratoria de la Ley para seguir viviendo.+16En pleno mes de junio, únicamente cuatro exámenes y ya está, la carrera de Derecho es mía, pero qué fácil es pensarlo y qué difícil conseguirlo cuando llevas una tarde, otra y otra entre apuntes y códigos observando, mientras tanto, por la ventana a los chiquillos que han salido del colegio y juegan felices en el parque tirándose globos de agua, porque ellos no tienen que padecer la tortura de quedarse en casa encerrados aguantando calor, viendo series de abogados en los ratos libres imaginando que eres uno de ellos, y deseando incansablemente que llegue ese día marcado en el calendario en el que por fin salgas del engaño de que te va a “quedar alguna” en el último año, y termines por declarar que no fuiste inocente al entrar en Derecho, sino sólo uno de tantos que creía en un sueño que ahora, ya sí se ha hecho realidad.
+8Aunque no fuera peor tortura que el garrote vil inquisitorial, aquella mañana llegué al colegio de abogados ciertamente alterado para declarar por una denuncia que un cliente me había interpuesto ante la comisión deontológica. Cuando me notificaron la incoación del expediente me cayó como un jarro de agua fría ¡expedientado a mi edad! ¡qué vergüenza! “Ya nunca podré ser Decano” pensé –y eso que estaba a un día de jubilarme pero la ilusión aún existía-. En fin, todo cliente tiene derechos, también el de pedirme responsabilidades. Al llegar al despacho del oficial mayor, que hacía las veces de instructor, reparé en que de camino hacia él, todo el mundo me miraba, pero no a la cara, sino a toro pasado. Cuando abrí la puerta lo comprendí todo: fue un engaño ¡estaban todos! ¡era una fiesta sorpresa de jubilación, con monigote de inocente colgado en la espalda! Todo fue un complot.
+10No es fácil intentar teclear una sola palabra que resulte convincente con un renacuajo sin colegio reclamando tu atención.
- Te engaño si te digo que volveré pronto –me acaba de declarar mi mujer. He intentado explicarle que debo terminar un informe jurídico para mañana, pero es más rápida ella cerrando la puerta que yo arrancando con mis alegatos para que no me deje solo con el pequeño Hugo.
- ¡Hugo! ¡Por favor, no grites! Papá necesita concentrarse –dicen que a los pocos meses de nacer ya entienden lo que les dices. ¿Por qué entonces sigue gritando?
Un vaso de agua fresca me ayuda a retomar el informe “…el relato debe ser calificado de no creíble por la falta de coherencia…” ¡Hugo, por favor! ¿Por qué lloras, cariño?
Un pequeño hedor acaba de invadir la habitación. Creo que Hugo me quiere torturar.+11Los acusados, tres chicos de dieciocho años que se conocían desde el colegio, presuntamente habían mantenido relaciones sexuales no consentidas con una amiga.
La versión que estos mantenían era que la presunta víctima, había subido voluntariamente a la habitación y había mantenido relaciones con los tres varones a la vez. Tenían testigos incluso, que estaban en la fiesta, que daban fe de que la chica subió voluntariamente sin mediar engaño.
A la hora de declarar, la presunta víctima, y tras un largo sorbo de agua respondió lo siguiente:
- Es cierto que yo mantuve voluntariamente relaciones con los tres pero a la semana me sentí mal, como si fuera una tortura emocional, así que los denuncié.
- Pero, ¿usted dijo en algún momento un sí expreso?- preguntó su abogado-.
- No, en ningún momento, pero sí fue tácito. -reconoció-.Diez años de prisión para cada uno fue la sentencia.
+11Nada más confirmarse la gravedad de su dolencia, la jueza redactó un escrito motivado a la autoridad competente solicitando que, a su muerte, el mazo de madera de la sala de la que era titular se guardara en su ataúd. Sus colegas consternados no objetaron nada y el decano del colegio de abogados se lo entregó ceremoniosamente a su esposo antes de las exequias.
El viudo fingió cumplir la última voluntad, pero sin declarar su intención, enterró un estuche vacío para conservar la apreciada reliquia. Nadie se percató del engaño.
Cada noche, antes de acostarse, retira el vaso con agua de la mesilla y golpea con el instrumento robado para convocar a su amada. Así alivia la tortura de su ausencia, esperando que ella acuda con una admonición por el hurto o, al menos, que se cuele alguna vez en su sueño intranquilo.+5El agua se tornaba de un azul cada vez más oscuro, tanto como el destino que les esperaba al llegar a Europa. Subieron a la barcaza con el engaño de que al pisar tierra firme en el continente soñado, se les acabarían las penurias, que la vida sería fácil. Dejaron tras de sí una travesía llena de tortura y ya no había manera de evitar la suerte del rumbo incierto. Llegaron cansados, y a la vez esperanzados, con el alma herida por quienes dejaban atrás. Les aguardaban letrados del turno de oficio del colegio de abogados, la guardia civil para declarar, los médicos voluntarios para atenderles de la hipotermia. Bastó una mirada de los voluntarios buscando sentido a lo que sucedía para entender la naturaleza de un drama humano: una tragedia que define la raza humana, que nos retrata en nuestras propias miserias mientras la muerte danza ante nuestros ojos.
+9De todos es sabido que el Síndrome de Tourette, del que adolezco desde niño, supuso y presupone barreras que superar.
Mi primer Juicio lo tuve en el Colegio; allí, en las Aulas, lugar donde se combate la ignorancia. Pleiteaba frente a la tortura diaria de la mofa y el desprecio. Allá, precisamente, comprendes con eficacia que una Sentencia no elimina, per se, el engaño social que nos rodea: los niños, sólo por ser niños, pueden llegar a ser muy crueles y, con ello, condicionar tu presente y tu futuro.
Nadie se ahoga en un vaso de agua, cuando comprendes que aceptar, asumir y pleitear contra uno mismo no tiene razón de ser. Esta evidencia no hace sino declarar que, cada día, procuro ser mejor persona, hasta condescendiente con aquellos que se burlan de la desgracia ajena.
Transcurrido el contrato vital diario, prosigue la Litis, la que nunca halla tu respuesta.+16No le engaño: en el internado del bachillerato se respetaba la ley. La ley del más fuerte. Y yo era débil. Pero cuando me llegaba el agua al cuello, aparecía Betanzos, mi defensor frente a la tortura del colegio. Betanzos era una montaña implacable, de movimientos lentos, capaz de enfrentarse a cualquiera en las duchas y cerrar un pleito de dos puñetazos. Él olía mis problemas. Dejaba la bandeja a un lado y citaba con una seña al fulano de turno en los servicios. Volvía al comedor hambriento y se sentaba asintiendo hacia mí con su cabeza poderosa. Eso equivalía a declarar que alguien en los baños pasaría del postre. Muy extraño; no hablábamos, no éramos amigos, jamás supe por qué me ayudaba. Después de años, volví a toparme con él. No me reconoció ni por el nombre. Luego creería que olvidé pasarle la minuta tras su juicio por lesiones.
+18Fernando, chico de barrio de la periferia madrileña de los ochenta, era un adolescente rebelde, que no daba palo al agua. En el colegio, era el líder de una banda de críos que saqueaba los bocatas a los de cursos menores utilizando la extorsión y el engaño. Empleaba su ingenio en hacer chascarrillos en las clases, convirtiéndose en tortura para los profesores como yo. Siempre había alguien así en las aulas. La imagen que daba le iba dando cada vez más poder. Sin embargo, algo le hizo poner los pies en la tierra y vino a verme un día después de clase: sus ojos me pedían la ayuda que no podía pronunciar su voz… Sólo le ayudé a encauzar su destino. El bachillerato le dejó buen sabor de boca, y se animó con el Derecho. Tengo que declarar, que gracias a su tesón hoy representa mejor que nadie mis intereses.
+9¡…Y bebe agua! Con esa recomendación, crisol liberador de conciencia; con el tierno y sutil engaño con que se deja a un niño de cuatro años a la puerta del colegio; con la prisa por salir antes de que las autovías de las palayas del Este se colapsaran, la familia Manjón se despidió de D. Cesar, dejándolo en la residencia geriátrica “La gozada”, especializada en estancias de verano.
El confinado, de casi noventa años, vio partir el todo terreno familiar al tiempo que borraba los besos estampados en sus mejillas. La tortura de su artrosis despertó las mejores neuronas de su alzheimer, y le animaron a declarar ante la dirección del centro:
-Me quiero marchar.
D. Cesar, había sido abogado experto en Derecho de familia y en Derecho comparado. Por eso no podía tolerar que su nuera se llevara el perro de vacaciones, mientras él se quedaba en “La gozada”.+23Aquella mañana, me encontraba realizando unas gestiones en el colegio de abogados, cuando vibró mi móvil. Era María Gómez, una testigo crucial en el caso de unos clientes que se habían visto estafados por las clínicas nutricionistas “Silueta Ideal”. Aquel mensaje era un grito desesperado. Literalmente ponía: “No aguanto más. Ya no puedo soportar esta tortura. Tengo que poner fin a esto.”
Tal vez, en esta ocasión, se veía con el agua al cuello y podía cometer cualquier locura. Necesitaba que fuese a declarar al juzgado que aquel método de adelgazamiento era un engaño.
Me dirigí a su domicilio. Al no contestar al timbre, solicité al portero que abriese la puerta y que llamase al 112. Entré. La busqué. La encontré en la cocina y le grité: ¡No lo hagas!
Mantenía fuertemente cogido entre sus manos, frente a su boca, el último trozo de pastel de chocolate, dispuesta a comérselo.
+18Estimados padres de Yuri,
Desde la dirección del colegio nos ponemos en contacto con ustedes para transmitirles las quejas de los profesores por ciertos comportamientos de su hija que seguidamente enumeramos, y que entendemos no deberían quedar solamente escritos en agua:
1.- Se niega a realizar los ejercicios en Educación Física pues, según manifiesta, “la tortura está prohibida en nuestra Constitución”
2.- Utilizó el engaño para justificar la no entrega de la ficha de Matemáticas, aunque según ella, estaba en su derecho a no decir la verdad.
3.- En la exposición oral de Ciencias de la Naturaleza, ante las preguntas de la profesora, le expuso que en calidad de investigada se acogía a su derecho a no declarar.
Confiamos en que le hagan comprender cuáles son sus obligaciones como alumna de primaria, pues nosotros lo hemos intentado y nos ha advertido con denunciarnos si persisten nuestras coacciones. Atentamente.+14Sifan
Marta Fontán Baselga · Oromia, EtiopíaSifan fue a buscar agua para su familia, como cada mañana, antes de ir al colegio. Aunque todavía era muy pequeña, iba sola. Valiente como era, caminaba decidida canturreando; aun no sabía de engaños ni peligros. Sus hermanas mayores, en cambio, ya habían sufrido la tortura de la violación en ese mismo camino que ella recorría a diario. Ese fatídico día, ella también conoció el miedo. Al llegar a casa se lo contó a su hermana Alemtsahay, que no supo ayudarla y le recomendó no contárselo a nadie.
Años después, en el colegio, Sifan aprendió que tenía derechos, que lo que le hicieron estaba muy mal y que podría haberlo denunciado y declarar ante un juez. En ese momento lo vio claro, quería ir a la universidad, estudiar derecho y así poder defender a las niñas etíopes que iban a por agua.+8“Do you understand the proceedings?” - preguntó el juez de inmigración, disimulando a duras penas la incomodidad de las circunstancias. Juan solo acertó a musitar “agua”. No acababa de entender lo que estaba sucediendo.
Juan había llegado a Estados Unidos junto con el resto de su familia, huyendo de la tortura del hambre, con la ilusión de encontrar un futuro, solo un futuro, ni tan siquiera uno mejor.
No había tenido tiempo de ir al colegio y mucho menos de aprender inglés. La situación, incluso con la ayuda de los abogados voluntarios que asistían en español a los acusados, le desbordaba. Pero era preciso pasar por ello y declarar si quería lograr la reunificación familiar.
El juez insistió “Do you understand the proceedings?”. Juan no era capaz de responder. El abogado rogó al juez: “Señoría ¿Podemos acabar con este engaño? El acusado es solo un niño de dos años”
+11El colegio de abogados me había designado para asistir a una cliente poco habitual. Esta se había negado a acudir al Juzgado a declarar amparándose en la tortura que le suponía tener que salir del agua.
El Juez consideró que su excusa era patética y le conminó a presentarse en el plazo de veinticuatro horas o sería llevada por la fuerza pública. Se le acusaba de conseguir con engaño la propiedad de un barco de recreo. Hablamos por teléfono y nos citamos en la puerta del Juzgado. Me dijo que no tendría dudas para reconocerla .Casi me atraganto del susto al verla llegar dentro de una bañera llena de agua salada arrastrada por un pequeño remolque. La policía no sabía qué hacer. Fui a buscar al Juez a su despacho y le expliqué la situación. Se le tomó declaración en el exterior del Juzgado. Problemas de ser una sirena.+10Mi abuela siempre me recogía del colegio con puntualidad británica, tanto si hacía sol sahariano como si el agua le llegaba a los tobillos. Una tarde me leyó la mano, algo a lo que siempre se había negado conmigo, tras insistirle mucho. Me dijo: te convertirás en un ejemplo de entrega y abnegación contra cualquier causa que consideres injusta porque no soportas el engaño, ni te cansas nunca de declarar la guerra a la intolerancia, a los abusos, a la tortura, a las desigualdades...
Vi que se iluminaban sus ojos mientras me lo decía y de los míos manaron las lágrimas más dulces que recuerdo, porque desde ese día comprendí que sería abogada. Y lo soy, solo que no gano lo suficiente para vivir de mis ideales y complemento mis ingresos -pues heredé la gracia de mi abuela- adivinando el futuro a los demás, ¡ah!... y escribiendo microrrelatos.+32Por fin acabaría con ellos, con los tres. Se les acusaba de incumplir la ordenanza urbanística y de un delito de lesiones. El fiscal presentó las pruebas: un caldero de agua hirviendo, testigo del intento de tortura, y la credencial del colegio de arquitectos del demandante. Cuando les llamó a declarar, los tres acusados juraron que les habían echado de sus casas, a lo que el arquitecto- demandante alegó que desalojó por precaución las viviendas de paja y madera, y que al tratar de inspeccionar la de piedra entró por la chimenea y cayó al caldero, sufriendo graves quemaduras. Los acusados decían que actuaron en defensa propia, reivindicaban su condición de víctimas de acoso y engaño de un depredador. Según la sentencia los tres cerditos costearían una nueva Inspección Técnica de Edificios (ITE) y la factura del hospital del arquitecto. Bajo la toga de fiscal, el lobo relamía su victoria.
+18“No hay enemigo pequeño… ¡Al enemigo, ni agua!”, le prevenía su padre cuando Ángela decía que una asignatura era pan comido, o cuando en el bufete algún caso parecía ganado de antemano. Por eso, ahora que litigar contra su peor enemigo se está convirtiendo en verdadera tortura, Ángela lamenta haber desoído aquellos consejos paternos.
Ángela maquilla vómitos, retoca ojeras, difumina rictus y dibuja sonrisas postizas. Transformada, lleva a sus hijos al colegio; luego acude al bufete a defender los derechos de sus clientes. Pero ante el espejo, a cara lavada, ensaya una explicación que le evite declarar el “mea culpa” por haber subestimado a un enemigo de doce milímetros de diámetro; un engaño piadoso, lleno de ternura; un canto a la vida, que hable de felicidad, de trabajo vocacional, de una familia maravillosa; un alegato final que reconforte al hombre que otro cáncer de mama convirtió en viudo: su padre.
+14Acabo de estrenar toga y despacho, como nueva integrante del colegio de abogados y, entonces, recibo a mi primer cliente. Se trata de un caso de maltrato psicológico, que está causando un grave desplome a la víctima.
Me cuenta que está soportando una auténtica tortura, de constantes insultos y humillaciones, y mientras habla... sus ojos se inundan de agua lacrimógena.
Le atemoriza declarar por miedo a las represalias y me comenta que ha llegado a fingir que no le importaba sufrir el acoso y las encarnizadas burlas, pero no ha funcionado. Y que, por el contrario, los ataques psicológicos han arreciado.
Me comenta que se avergüenza de su situación y que, por ello, se vale del engaño, para disfrazar, ante los demás, el terrible acoso que está padeciendo.
Así que, mi primer cliente, resulta ser mi hija, una tímida colegiala, y recuperar su autoestima, será mi prioridad.+10Su corta vida dio un vuelco inesperado. Ya nada sería igual.
Se encontraba aturdido en lo alto de aquella vieja litera. Devastado. Intentando recordar cuántas cosas hizo mal para haber terminado de aquel modo. Había convertido el engaño y la violencia en un hábito, defraudando a su familia y a sí mismo, y ahora pagaría por ello. Todo lo que tenía había desaparecido como agua entre los dedos. Velozmente. Sin poder evitarlo.
La tenue luz que conseguía atravesar el cristal del ventanuco daba un brillo ebúrneo a su rostro, bañado en lágrimas. Le dolía asimilar que hoy no era su primer día de colegio, sino de internamiento. Pero lo que no podía soportar, lo que verdaderamente le supuso una tortura aquella interminable noche, no fue el recuerdo de la Jueza de Menores dictaminando su condena, sino el de oír a su propia madre declarar contra él.
Ya nada sería igual…+8—Nada te pasará si confiesas.
—Eso nunca.
—Ya lo veremos —dijo el alguacil mientras volvía a sumergir la cabeza de la niña, que braceaba espasmódicamente buscando oxígeno.
—Vale, fui yo —tragó agua mientras se incriminaba, para regocijo del inquisidor que presenciaba el interrogatorio—. Pero… tengo derecho a la última palabra.
—Habla.
—Pido la nulidad. Obligarme a declarar mediando torturas y engaños es vulnerar mis garantías procesales.—Actuaba como quien remedase situaciones muy familiares, con la cantinela de recitar las tablas en el colegio—. Y subsidiariamente suplico la libre absolución por ausencia de dolo.El alguacil, hermano mayor de la confesa me miraba entre pasmado y divertido.
—Así sea. ¡Absuelta! —sentenció el padre convertido en juez.
Desde la hamaca, relajada, visualizo a mi hija como digna heredera del despacho, mientras el mojado cuerpo del delito, un móvil chino de antepenúltima generación puesto a secar, agonizaba.
Nadie llama. Un gustazo.
+20Fue una tortura haber tardado tanto en ejercer, pero había merecido la pena. Marcado y encauzado por el engaño, de inmediato empezó a dibujar su círculo de vida agarrado a la toga familiar sobre las baldosas de la sala del número siete, para abrir pronto trazo enfundado en un mandilón sobre las de la guardería, seguir uniformado sobre las del colegio, para acabar engalanado y pisando fuerte sobre las laureadas de la universidad.
Todo fluía como el agua. Pronto todo convergería en otra sala con número.
Y así fue. Pero aquella; su sala, se convirtió a la primera de cambio, en un nuevo punto de partida con la obligada necesidad de ensanchar trazo y coger solera; para, y pisando ahora sobre la milenaria piedra monacal, hacer de toga hábito y de la anormalidad oportunidad.
Conseguido. Estaba listo.
Era el juez perfecto para declarar el ultimum judicium.+10La toga es una tortura en el mes de julio, sobre todo si en la máquina de vending se han agotado los botellines de agua y en la sala no funciona el aire acondicionado. Como aquel día en que, designado por mi colegio, tuve que asistir a un caboverdiano que había decidido recurrir su expulsión. Allí sudábamos todos, y el concernido, desoyéndome, dio en declarar más de la cuenta, llevado a engaño por el tono confianzudo de su señoría, que, acto seguido, falló como procedente la expulsión del expedientado, requiriendo a la policía para que se lo llevasen al CIE. ¡Pobre hombre! Solicité al juez que me permitiese un momento a solas con mi cliente en la sala de testigos. Accedió. No nos demoramos más de lo que se tarda en quitar y poner una toga. Le deseé suerte. Me quedé esperando a que los agentes entraran a por él.
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